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Historia de dos crisis (humanitarias)

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La respuesta internacional al terremoto de Nepal, incluyendo la española, está siendo rápida, coordinada, y parece que eficaz. Equipos médicos extranjeros, bomberos, servicios de protección civil, militares con experiencia en operaciones de rescate de montaña..., una ingente cantidad de recursos, tanto humanos como logísticos y financieros, ha sido movilizada en un tiempo muy breve. En menos de una semana Facebook (¡Facebook!) ya había recaudado más de 10 millones de dólares para socorrer a las víctimas. Apenas 24 horas después del temblor, la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECID) ya estaba enviando un avión con materiales para Nepal. Las Naciones Unidas han asumido su rol coordinador y, conjuntamente con el Gobierno nepalí, intentan organizar los esfuerzos para aliviar las necesidades de aquellos más afectados. A pesar de los lógicos problemas de responder a una tragedia como esta, parece que, por fin, sabemos qué hacer ante una crisis de esta magnitud. ¿O no?

En la otra punta del mundo, en África del Oeste, la historia de su crisis ha sido muy diferente. Desde que en marzo del 2014 (hace ya más de un año) las autoridades de Guinea Conakry anunciasen que se enfrentaban a una fiebre hemorrágica de la que no sabían mucho, hasta hoy, más de 25,000 personas se han infectado de Ebola, y más de 10.000 han muerto. La epidemia se extendió por la región y, al igual que el terremoto de Nepal, saltó a los medios de comunicación. Se recibieron innumerables pedidos de ayuda de los países afectados y de las pocas organizaciones y ONGs que se quedaron trabajando en la zona. Sin embargo, estas peticiones cayeron en saco roto, o, cuando fueron atendidas, ya era tarde para ser efectivas. Todavía hoy el virus del ébola no se ha eliminado de la región, y sus consecuencias continúan comprometiendo la salud y el bienestar de los habitantes de los tres países más afectados (Liberia, Sierra Leona, Guinea-Conakry).

Aunque obviamente ambas crisis tienen un origen muy diferente, las consecuencias para las poblaciones afectadas presentan muchas similitudes: aparte de los miles de muertos, el trauma psicológico de los supervivientes; los servicios públicos de países ya previamente frágiles se colapsaron (sanidad y educación); aunque el ébola per se no destruyó infraestructuras y casas, comunidades enteras quedaron aisladas y diezmadas por el virus, sufriendo hambre y discriminación ante el temor de que estuviesen infectadas; la economía de los países afectados se paralizó; y, como casi siempre, fueron los colectivos más vulnerables los más afectados. Las consecuencias de las dos tragedias son inmensas, desgarradoras desde un punto de vista humano. Sin embargo, la respuesta de la comunidad internacional a ambas crisis no ha podido ser más diferente.

Cuando a inicios de septiembre del 2014 fui destinado a Sierra Leona como parte de la respuesta al brote de ébola, apenas dos centros de tratamiento funcionaban en el país, uno apoyado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), y otro por Médicos Sin Fronteras. Los dos centros estaban saturados, y el ébola ya campaba a sus anchas por el país. El 4 de noviembre del 2014, la OMS registraría 60 nuevos casos de ébola en Sierra Leona en solo 24 horas. La mayoría de las ONGs internacionales, sin embargo, habían hibernado sus proyectos, y el personal no esencial (= expatriados, fundamentalmente) había sido evacuado. La ayuda acabó llegando, sí. Fueron necesarios meses y, en el caso de Sierra Leona, , la decidida voluntad del Reino Unido (antigua potencia colonial) de comenzar a revertir la situación, gracias al apoyo masivo de personal (incluyendo el ejército) y la movilización política y de recursos que reclutó a ONGs y otros actores humanitarios para que interviniesen en la zona. Esos esfuerzos, combinados con el de las agencias especializadas en el terreno (OMS, MSF, CDC) y la de los demás actores movilizados -conjuntamente con las poblaciones afectadas y los gobiernos de la zona- se convirtieron en una baliza que contuvo, finalmente, el brote.

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Los factores que han determinado una respuesta tan diferente a estas dos tragedias son múltiples, y deben ser leídos en conjunto: la capacidad de respuesta de la comunidad internacional ante un fenómeno físico (terremoto, huracanes, tsunami) se demuestra estos días tremendamente superior a las capacidades para lidiar con crisis nuevas (epidemias, cambio climático, movimientos de personas); los medios de comunicación, que venden al público mucho mejor el papel de salvadores-ayudan-víctimas en el ámbito de un terremoto -ningún equipo de ayuda va a ser afectado, en principio- que en un contexto como en el del ébola, donde los médicos se podían convertir en cuestión de días en pacientes, como desafortunadamente le pasó al hermano Manuel García Viejo; la aversión al riesgo de los gobiernos llevó a retrasos que supusieron miles de infectados innecesarios; y la falta de voluntad política necesaria para atajar una crisis compleja como la del ébola, imprescindible para la movilización de recursos y creación de alianzas para responder a una crisis que llegó a infectar a seis países en la misma región. En el caso del brote de ébola, todos estos factores se conjugaron en una tormenta perfecta que aún no ha acabado; mientras que en el caso de Nepal, están permitiendo que la solidaridad de la comunidad internacional, y española, se canalicen de una forma mucho más adecuada.

¿Estamos, por tanto, preparados ante la próxima gran crisis humanitaria? La respuesta es todavía no. Son necesarias todavía muchas acciones, a muchos niveles, para lograr reducir los daños humanos y materiales de la próxima gran catástrofe, o de otras crisis humanitarias de nueva naturaleza. A nivel de los países vulnerables, la reducción de la desigualdad y la pobreza, la prevención de riesgos, y el fortalecimiento de los sistemas que proveen servicios esenciales como salud y educación son medidas esenciales. A nivel de los países más desarrollados , es necesario cambiar la lectura eurocéntrica de la ayuda humanitaria (nosotros-ayudamos-a-víctimas) para reconceptualizar las intervenciones humanitarias en el marco de derechos humanos y cooperación tú-a-tú; y es necesaria la voluntad política para crear, financiar y tener disponibles los recursos necesarios para responder a desafíos de índole humanitaria, muchas veces ya existentes (protección civil, ejercito, ONGs,...) pero infrautilizados. Finalmente, a nivel regional e internacional son necesarias la creación de capacidades y alianzas que aúnen voluntades políticas y recursos para responder a estas emergencias.

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