El compromiso electoral de Cameron de celebrar en 2017 un referéndum sobre la permanencia del Reino Unido (o de Inglaterra, ya veremos) en la UE ha sido acogida por muchos como un nuevo quebradero de cabeza para la Europa unida. Además, esta vez, el reelegido primer ministro británico no se ha andado por las ramas: se trata de una consulta para decidir quedarse o irse de la Unión, sin medias tintas.
Es innegable que lo mejor hubiera sido evitarse una nueva complicación en la vida de la UE, algo que solo se habría conseguido con una victoria de los laboristas, que, aun a su manera, no albergan dudas sobre lo beneficioso de la pertenencia a la Unión, al igual que los liberales, los nacionalistas escoceses o los verdes. Pero eso ya solo es una esperanza no cumplida. Así que toca afrontar el desafío conservador de una vez por todas.
Hay dos formas de hacerlo: a la defensiva o a la ofensiva.
A la defensiva: tratar de asumir alguna de las reivindicaciones fundamentales de Cameron a través de tortuosas negociaciones entre la UE y su Gobierno. Atención: de la UE en su conjunto, no de la Comisión Europea, porque cualquier cambio en el Tratado de Lisboa o en el Tratado de Adhesión del Reino Unido tendrá que ser asumido por unanimidad en una Conferencia Intergubernamental en la que estarán representados todos los Estados Miembros, que a su vez tendrán que ratificarlo nacionalmente por los procedimientos correspondientes (en el parlamento, vía referéndum o las dos cosas a la vez). No será lo mismo que los conservadores británicos pretendan modificaciones a la baja que afecten a todos los socios, o que se limiten a tratar de excluir a su país de más políticas comunitarias a las ya acordadas como excepción. Si la UE acepta entrar en la primera vía, muy malo. ¿Por qué? Porque estaría poniendo la marcha atrás cuando está todavía subiendo una pronunciada pendiente.
A la ofensiva: negociar que el Reino Unido se autoexcluya de adicionales políticas comunitarias, pero en todo caso aprovechando la ocasión para lanzar un órdago adelante que permita culminar la unión política, económica y social con quien lo desee. Difícil sería para Londres oponerse a lo segundo cuando trata de conseguir lo primero: podrá ir más despacio, pero no frenar a los demás que quieran acelerar el paso. De esa manera, los países del euro estarían en condiciones de soltar lastre, ganar la velocidad de crucero que la crisis ha puesto sobre la mesa como una necesidad imperiosa y fortalecer su unión. Así, los conservadores tendrían que explicar a sus ciudadanos que el aislamiento es el mejor futuro para el país y a buen seguro que lo tendrían difícil, tanto que hasta una hipotética victoria de su postura en el referéndum estaría más que en cuestión. Porque una cosa es sumar escaños en un sistema uninominal a una vuelta y otra contar votos directamente.
No creo que la alternativa a la ofensiva sea irresponsable, sino proporcionada al órdago de unos conservadores que se sientan desde hace tiempo en el Parlamento Europeo con partidos abiertamente antieuropeos. De hecho, creo que sería devolver el problema a Cameron, cuya alegría por su amplia victoria electoral se le podría amargar en un par de años si sigue adelante con sus planes en torno al referéndum.
En este pulso, la UE no debe arrugarse, entre otras razones porque son muchos los británicos que no quieren a su país fuera de una casa común en la que siempre tendrán mucho más que ganar que perder. Europa no se entiende sin Inglaterra, de acuerdo, pero la Unión sí puede seguir avanzando si Londres se empeña en hacerse a un lado.
Es innegable que lo mejor hubiera sido evitarse una nueva complicación en la vida de la UE, algo que solo se habría conseguido con una victoria de los laboristas, que, aun a su manera, no albergan dudas sobre lo beneficioso de la pertenencia a la Unión, al igual que los liberales, los nacionalistas escoceses o los verdes. Pero eso ya solo es una esperanza no cumplida. Así que toca afrontar el desafío conservador de una vez por todas.
Hay dos formas de hacerlo: a la defensiva o a la ofensiva.
A la defensiva: tratar de asumir alguna de las reivindicaciones fundamentales de Cameron a través de tortuosas negociaciones entre la UE y su Gobierno. Atención: de la UE en su conjunto, no de la Comisión Europea, porque cualquier cambio en el Tratado de Lisboa o en el Tratado de Adhesión del Reino Unido tendrá que ser asumido por unanimidad en una Conferencia Intergubernamental en la que estarán representados todos los Estados Miembros, que a su vez tendrán que ratificarlo nacionalmente por los procedimientos correspondientes (en el parlamento, vía referéndum o las dos cosas a la vez). No será lo mismo que los conservadores británicos pretendan modificaciones a la baja que afecten a todos los socios, o que se limiten a tratar de excluir a su país de más políticas comunitarias a las ya acordadas como excepción. Si la UE acepta entrar en la primera vía, muy malo. ¿Por qué? Porque estaría poniendo la marcha atrás cuando está todavía subiendo una pronunciada pendiente.
A la ofensiva: negociar que el Reino Unido se autoexcluya de adicionales políticas comunitarias, pero en todo caso aprovechando la ocasión para lanzar un órdago adelante que permita culminar la unión política, económica y social con quien lo desee. Difícil sería para Londres oponerse a lo segundo cuando trata de conseguir lo primero: podrá ir más despacio, pero no frenar a los demás que quieran acelerar el paso. De esa manera, los países del euro estarían en condiciones de soltar lastre, ganar la velocidad de crucero que la crisis ha puesto sobre la mesa como una necesidad imperiosa y fortalecer su unión. Así, los conservadores tendrían que explicar a sus ciudadanos que el aislamiento es el mejor futuro para el país y a buen seguro que lo tendrían difícil, tanto que hasta una hipotética victoria de su postura en el referéndum estaría más que en cuestión. Porque una cosa es sumar escaños en un sistema uninominal a una vuelta y otra contar votos directamente.
No creo que la alternativa a la ofensiva sea irresponsable, sino proporcionada al órdago de unos conservadores que se sientan desde hace tiempo en el Parlamento Europeo con partidos abiertamente antieuropeos. De hecho, creo que sería devolver el problema a Cameron, cuya alegría por su amplia victoria electoral se le podría amargar en un par de años si sigue adelante con sus planes en torno al referéndum.
En este pulso, la UE no debe arrugarse, entre otras razones porque son muchos los británicos que no quieren a su país fuera de una casa común en la que siempre tendrán mucho más que ganar que perder. Europa no se entiende sin Inglaterra, de acuerdo, pero la Unión sí puede seguir avanzando si Londres se empeña en hacerse a un lado.