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Matar al padre

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Foto: CHRISTOF STACHE/AFP


Claro que había cuentas pendientes. Y deudas sin pagar. Y orgullos furibundos y voluntades reivindicativas. Claro que no se trataba de llegar a Munich con ventaja. Ni de recuperar el pichichi histórico europeo. El partido ante el Bayern tenía un objetivo: matar al padre.

"No tuvimos contacto desde que Pep se fue", sentenció Messi rotundo en la previa. Su reencuentro con el creador del mejor de los mejores no tuvo compasión alguna. Dos goles, la asistencia del tercer gol, y un sacrificio defensivo notable. El mensaje era claro. Si algún día el Barça fue de Guardiola, ayer Leo le robó el apelativo. El Barça no es, no fue, de nadie sino de Messi. Así lo certificó la rabia mostrada tras cada gol. Su puño cerrado, su voz quebrada. Sus abrazos con Neymar. Su todo. Desde su tanto en Wembley, en la final europea de 2011, no se recuerda una celebración tan sentida y enloquecida del diez.

Y es que hacía algún tiempo que Leo no era tan decisivo en un gran encuentro. Sí, rompió al City por la mitad, metió un triplete en el Bernabéu el año pasado y asustó al PSG con media pata en los cuartos de 2013. Y más. Pero su impacto había empequeñecido con la decadencia del equipo. Cinco inverosímiles meses después de Anoeta y su gastroenteritis, el equipo es otro. Como Leo. Tanto monta, monta tanto.

El escarnio de Messi no solo sirvió para exigir la propiedad del Barça de les sis copes sino para empequeñecer el mito Guardiola. Todo lo que le podía salir mal al técnico catalán, salió peor. Desde la imposibilidad de un homenaje/agradecimiento desde la grada, hasta el resultado, pasando por la ruptura de la aureola de hombre perfecto. Si su impopular marcha desde la cima fue la primera piedra para construir el mito, los goles del Barça fueron tres martillazos que demolieron la leyenda de Pep. En su propia casa, Guardiola tuvo que arrodillarse frente al mejor en un parricidio celebrado por la hinchada. El Barça es Messi, y Messi es el triunfo.

Si la Liga de Tito, la del récord de puntos, fue el primer gran triunfo comparado, la final de Berlín se intuye como la liberación de toda sombra pasada. A Luis Enrique le encanta la palabra triplete y a Messi no le gustan las dudas. El padre ha muerto.

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