"Un ciudadano que deja que le invada la corrupción no es cristiano, ¡apesta!". Así de contundente ha sido el papa Francisco con la corrupción. Nada de cogérsela con papel de fumar, como hacen algunos políticos: que si estar imputado significa que no hay todavía sentencia, que qué hay de la presunción de inocencia... Ahora que toca meter la papeleta en la urna, una de las cuestiones que plantearse es si cuando votas a candidatos sobre los que pesa la sombra de la corrupción o que se han rodeado de corruptos es porque apruebas sus comportamientos o los minimizas con el clásico todos son iguales frente al miedo que producen las nuevas formaciones.
Decenas de imputados van en las listas del próximo 24 de mayo, y muchos volverán a ganar. "Hay una parte de los votantes para los que su partido es una religión. De la misma manera que creen que el papa es infalible porque es un dogma de fe y no lo cuestionan, votan a un candidato apoyándose en las creencias más que en las ideas. Ortega y Gasset decía que las ideas las sostenemos nosotros y las creencias nos sostienen a nosotros. Para defender las ideas hay que tomar una postura activa, razonar y argumentar, mientras que las creencias son pasivas y se saltan todos los filtros", explica el psiquiatra Benito Peral.
Solo desde la fe puede Esperanza Aguirre lograr hacerse con el Ayuntamiento de la capital, después del florecimiento de cargos de su confianza imputados por corrupción que han crecido bajo su gestión al frente de la Comunidad y del partido en Madrid. Uno de los ejemplos más llamativos, al haber sido cuna de la Gürtel y la Púnica. "Hay un 30% de madrileños que le dan un crédito incondicional. Valoran su descaro, su seguridad, su optimismo y que jamás duda. Transmite credibilidad, y no hay cosa más subjetiva en las encuestas que evaluar los componentes de la credibilidad de un líder. Sus votantes la creen y punto. Algo difícil de entender para ese 55% al que produce rechazo", dice Belén Barreiro, directora de la demoscópica MyWord.
En este contexto, preguntamos a tres ministros de Rajoy, el presidente de un Gobierno mayoritariamente católico, sobre si es pecado votar a corruptos, a los que roban. "No me gustan las generalizaciones. Hay ocho mil y pico alcaldes y habría que mirar caso por caso. A lo mejor, los votantes valoran otras cosas. No se puede obviar la presunción de inocencia de los imputados, aunque en el caso de Rus, por ejemplo, todos los indicios le señalan y nosotros queremos que se vaya", argumenta el ministro de Sanidad, Alfonso Alonso. Cristobal Montoro, de sólidas creencias religiosas, nos mira implorante y abriendo las manos nos espeta: "¿Pero cómo os voy a contestar a eso?". Ana Pastor, ministra de Fomento, en cambio, lo elude a su manera: "Que cada uno responda de sus actos, a los corruptos que les juzguen los jueces y les lleven a la cárcel si son culpables. Pero las personas honorables y honradas, que somos mayoría en política, no tenemos que entrar en esas valoraciones".
Seguimos sin encontrar sentido a que la corrupción sea el segundo problema para los españoles, detrás del paro, según el CIS, y que en las encuestas de intención de voto se sigan apoyando comportamientos alejados de la ética exigible a cualquier cargo público. Para Juan Moscoso, portavoz económico del PSOE, otros de los partidos tocado por la corrupción, "los votantes no le dan importancia al tema. Está ya comprobado que la corrupción no se castiga electoralmente. Es propio de la doble moral que hay en un importante ámbito de la sociedad". Es parte de esa idea que sobrevuela como el polen en primavera, de que la corrupción es inherente al ser humano y por tanto, nadie está libre de caer en ella. Una justificación más para evitar taparse la nariz a la hora de elegir la papeleta. "Hasta el papa ha dicho que es pecado", dice con ironía Carles Campuzano, diputado de CiU, otra de las formaciones afectadas por la costumbre de meter la mano, que lidera la familia Pujol. "Los votantes de izquierdas, de derechas o de centro siempre han sido indulgentes con sus partidos en cuanto a la corrupción se refiere. Lo cual significa que somos una sociedad democrática con una cultura política tierna y joven", añade Campuzano.
Para muestra de que la lucha contra la corrupción resulta estéril en las urnas, UPyD. Un partido amenazado con desaparecer del mapa a pesar de haber liderado las denuncias más importantes de corrupción en el sistema, estando presente en 64 denuncias, que han permitido investigar casos como Bankia o Rato. "El que vota a alguien sabiendo que es corrupto es consciente de que colabora con la corrupción. Se trata de un voto sectario que tiene un espíritu crítico nulo. Eso provoca que la democracia nos parezca fallida, pues transmite la idea de que da igual lo que hagas, que te seguirán votando", opina Carlos Martínez Gorriarán, diputado de de UPyD.
Ora pro nobis, miserere nobis. O lo que es lo mismo, ten piedad de nosotros.
Decenas de imputados van en las listas del próximo 24 de mayo, y muchos volverán a ganar. "Hay una parte de los votantes para los que su partido es una religión. De la misma manera que creen que el papa es infalible porque es un dogma de fe y no lo cuestionan, votan a un candidato apoyándose en las creencias más que en las ideas. Ortega y Gasset decía que las ideas las sostenemos nosotros y las creencias nos sostienen a nosotros. Para defender las ideas hay que tomar una postura activa, razonar y argumentar, mientras que las creencias son pasivas y se saltan todos los filtros", explica el psiquiatra Benito Peral.
Solo desde la fe puede Esperanza Aguirre lograr hacerse con el Ayuntamiento de la capital, después del florecimiento de cargos de su confianza imputados por corrupción que han crecido bajo su gestión al frente de la Comunidad y del partido en Madrid. Uno de los ejemplos más llamativos, al haber sido cuna de la Gürtel y la Púnica. "Hay un 30% de madrileños que le dan un crédito incondicional. Valoran su descaro, su seguridad, su optimismo y que jamás duda. Transmite credibilidad, y no hay cosa más subjetiva en las encuestas que evaluar los componentes de la credibilidad de un líder. Sus votantes la creen y punto. Algo difícil de entender para ese 55% al que produce rechazo", dice Belén Barreiro, directora de la demoscópica MyWord.
En este contexto, preguntamos a tres ministros de Rajoy, el presidente de un Gobierno mayoritariamente católico, sobre si es pecado votar a corruptos, a los que roban. "No me gustan las generalizaciones. Hay ocho mil y pico alcaldes y habría que mirar caso por caso. A lo mejor, los votantes valoran otras cosas. No se puede obviar la presunción de inocencia de los imputados, aunque en el caso de Rus, por ejemplo, todos los indicios le señalan y nosotros queremos que se vaya", argumenta el ministro de Sanidad, Alfonso Alonso. Cristobal Montoro, de sólidas creencias religiosas, nos mira implorante y abriendo las manos nos espeta: "¿Pero cómo os voy a contestar a eso?". Ana Pastor, ministra de Fomento, en cambio, lo elude a su manera: "Que cada uno responda de sus actos, a los corruptos que les juzguen los jueces y les lleven a la cárcel si son culpables. Pero las personas honorables y honradas, que somos mayoría en política, no tenemos que entrar en esas valoraciones".
Seguimos sin encontrar sentido a que la corrupción sea el segundo problema para los españoles, detrás del paro, según el CIS, y que en las encuestas de intención de voto se sigan apoyando comportamientos alejados de la ética exigible a cualquier cargo público. Para Juan Moscoso, portavoz económico del PSOE, otros de los partidos tocado por la corrupción, "los votantes no le dan importancia al tema. Está ya comprobado que la corrupción no se castiga electoralmente. Es propio de la doble moral que hay en un importante ámbito de la sociedad". Es parte de esa idea que sobrevuela como el polen en primavera, de que la corrupción es inherente al ser humano y por tanto, nadie está libre de caer en ella. Una justificación más para evitar taparse la nariz a la hora de elegir la papeleta. "Hasta el papa ha dicho que es pecado", dice con ironía Carles Campuzano, diputado de CiU, otra de las formaciones afectadas por la costumbre de meter la mano, que lidera la familia Pujol. "Los votantes de izquierdas, de derechas o de centro siempre han sido indulgentes con sus partidos en cuanto a la corrupción se refiere. Lo cual significa que somos una sociedad democrática con una cultura política tierna y joven", añade Campuzano.
Para muestra de que la lucha contra la corrupción resulta estéril en las urnas, UPyD. Un partido amenazado con desaparecer del mapa a pesar de haber liderado las denuncias más importantes de corrupción en el sistema, estando presente en 64 denuncias, que han permitido investigar casos como Bankia o Rato. "El que vota a alguien sabiendo que es corrupto es consciente de que colabora con la corrupción. Se trata de un voto sectario que tiene un espíritu crítico nulo. Eso provoca que la democracia nos parezca fallida, pues transmite la idea de que da igual lo que hagas, que te seguirán votando", opina Carlos Martínez Gorriarán, diputado de de UPyD.
Ora pro nobis, miserere nobis. O lo que es lo mismo, ten piedad de nosotros.