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17 de mayo, Día Internacional contra la Homofobia, Lesbofobia y Transfobia

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2015-05-14-1431597534-1755394-cartel.jpgLuna nació en la Toscana el pasado miércoles, cuando el reloj todavía no había llegado a las diez de la mañana. Pesó dos kilos y medio y midió 46 centímetros. Me cuenta Ángela, una de sus madres, la colombiana, que come como "un lupo" y que duerme todavía más. Luna ha tenido la suerte de nacer en uno de los lugares más bellos del mundo. Además, tiene y tendrá siempre la fortuna de contar con dos madres que la cuidarán y le ayudarán a crecer como una mujer autónoma y valiente. Dentro de un tiempo, cuando celebre su cumpleaños, sus madres le contarán que nació justo la semana en que se celebra el Día Internacional contra la Homofobia, Lesbofobia y Transfobia. Es decir, contra el odio hacia la diversidad afectiva y sexual y las múltiples identidades de género. Y juntas, las tres, celebrarán cada mayo las muchas razones que tienen para dar gracias a la vida. Quizás sin ser conscientes del todo de que Luna es el mejor argumento que podemos ofrecer a aquellos y aquellas que todavía no entienden que la igualdad no es otra cosa que el reconocimiento de las diferencias.


Luna empezará a ir a la escuela, y tal vez, en un país como Italia que continúa siendo tan conservador y que mira tanto al Vaticano, no sentirá sobre sus hombros las miradas raras de los niños y de las niñas que observarán cómo son dos madres las que van a recogerla. Seguramente, los ojos de esos compañeros y compañeras serán más limpios que los de unos padres y unas madres tan acostumbrados a entender que la heterosexualidad es la norma.

Seguramente un día, cuando Luna tenga posibilidad de entenderlo, su madre colombiana le contará por qué y cuándo tuvo que abandonar Medellín, y le dibujará en un cuaderno las bellezas de un país en el que las estrellas parecen brillar más fuerte que en cualquier otro sitio. Así comprenderá donde están una parte de sus raíces, porque el amor de la madre que no la parió es razón más que suficiente para construir el tronco de afectos y cuidados que supone la maternidad. También le contará como tuvo que dejar los estudios de Derecho y como pasado el tiempo los retomaría en Italia, el país donde conoció a la mujer con la que construyó un proyecto de vida conjunta. Una comunidad de presentes y expectativas. En fin, una familia. Por más que el Código civil italiano se resista a conocerla como tal.

Luna comprenderá, y supongo que incluso con más facilidad que cualquier otra niña, el porqué del viaje de sus madres a España, donde Alessandra fue fecundada. Se sentirá supongo que indignada cuando le expliquen las dificultades que su otra madre, la que llegó del país de las selvas, tendrá para que el Derecho le reconozca los derechos y responsabilidades sobre ella. Como a cualquier otra madre u otro padre. En condiciones de igualdad. Luna empezará a explicarse lo complicado que sigue siendo en este mundo hacer real eso de que ser iguales no es otra que cosa que tener la posibilidad de ser diferentes.

Luna, en todo caso, no necesitará de papeles ni documentos para ser consciente de la gran suerte que ha tenido con las dos madres que la trajeron al mundo. En un acto supremo de generosidad y amor. Las madres que le cantarán canciones, una en italiano, otra en español. La madre que le cocinará los primeros purés con verduras de los campos de la Toscana y la que, entre folio y folio de la tesis, le contará las cuentos que a ella le contaron sus abuelas.

Espero volver pronto a Florencia y encontrarme con esas tres mujeres que me han dado tantas razones para seguir luchando por la igualdad. Consciente de que no solo la sociedad puede ser homófoba sino también un legislador que se niega, como en el caso italiano, a reconocer que no solo el matrimonio heterosexual puede generar una familia. Ese día espero hacerme una fotografía con Luna y con sus madres, dos mujeres que son para mí un ejemplo de generosa entrega y amor sin barreras. Así quienes lean mi blog comprobarán que esta historia no es fruto de mi imaginación sino simple narración de lo que en una tutoría tuve la suerte que me contara Ángela. La aplicada estudiante de Derecho en la que volví a descubrir, mirándola a los ojos, que los derechos no son otra cosa que luchas permanentes por la dignidad. Habrá pues que seguir luchando. Se lo debemos a Luna. Esa niña que hoy ríe en la Toscana mientras que sus dos madres la miran enamoradas. En esa risa, y en esa mirada, vive el argumento más contundente frente a quienes continúan sin entender que la naturaleza es diversa y los deseos plurales.

Este post fue publicado inicialmente en el blog del autor

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