Celebré el 9 de Mayo, Día de Europa, con una conferencia-debate en la Universidad de Catania sobre la Unión Europea y el Mediterráneo y un concierto en el romántico Teatro Bellini. Catania está justo en el epicentro del drama de la llegada de miles y miles de seres humanos a la UE como tierra de libertad y promisión. Unos huyendo de guerras como las de Siria, Libia o Somalia en busca de asilo, otros tratando de encontrar un futuro mejor. Todos jugándose la vida explotados en manos de crueles mafias.
Impresiona y conmueve el ejemplo del pueblo siciliano ante este drama, dentro de la conducta ejemplar de la República italiana con su acción de emergencia Mare Nostrum. Con más de 20 mil personas llegadas desde enero y una estimación de 200 mil para todo el año, la actitud de las autoridades a todos los niveles es de cumplir ante todo con la vieja ley humanitaria del mar; la de la población es acoger a esas gentes desesperadas. Como me dijo mi gran amigo, Leoluca Orlando, alcalde de Palermo, "anoche bajé al puerto y llegaron trescientos, ninguno está bajo una tienda". Predicando con el ejemplo, ha creado un consejo municipal elegido de inmigrantes presidido por un médico palestino.
Sicilia ha sido siempre tierra de inmigración. Desde tiempos de la Magna Grecia han pasado por ella muchos pueblos europeos, incluidos sus reyes. Tras los árabes y los normandos con el mestizaje cultural presente en el Palacio Real de Palermo y su capilla palatina, la presencia de la corona de Aragón fue secular. La Universidad de Catania fue fundada en 1434 por Alfonso V el Magnánimo, un rey que gobernó Aragón desde Nápoles. Goethe dijo que "sin Sicilia, Italia no deja ninguna imagen en el alma", como me recordaba el añorado Carlos Fuentes, con el que no pude hacer nuestro proyectado viaje.
Desgraciadamente, la imagen que domina de Sicilia no es la del Gatopardo sino la del Padrino III. Los visitantes del maravilloso Teatro Massimo de Palermo, ciudad donde Wagner acabó el Parsifal, preguntan más por los palcos y salones donde se filmó el drama que por sus admirables producciones. Tampoco es muy conocida la capacidad cívica de resistencia contra la Mafia que encarnan las dos máximas autoridades actuales del Estado: El presidente de la República, Sergio Matarella cuyo hermano Piersanti, Presidente de la Región, murió asesinado en 1980 por la Cosa Nostra. Leoluca Orlando era su joven profesor ayudante de Derecho Constitucional. La segunda es el presidente del Senado, Pietro Grasso, el juez del maxiproceso contra la Mafia y jefe de la Comisión Antimafia. Todos han sobrevivido a atentados y con su valor encarnan una conciencia cívica digna de admiración.
Esta es la Sicilia a la que llegan diariamente cientos de personas desesperadas y que los acoge con humanidad y sin protestas. Epicentro de una frontera sur dominada por el Mediterráneo pero que se extiende hasta Canarias en el Atlántico. Su actitud ha sido decisiva para la celebración de la Cumbre extraordinaria de abril, en la que se decidió triplicar la financiación de las acciones Tritón para Italia y Poseidón para Grecia, la lucha contra las redes de explotación de la inmigración, el refuerzo de las fronteras. Un punto delicado y clave es el desarrollo de la "solidaridad interior" en la Unión Europea con el reparto de cuotas entre sus Estados miembros. Debate que empieza primero dentro del propio Estado como se ha puesto de manifiesto con las autoridades regionales del Norte de Italia como el Valle de Aosta, que consideran 86 inmigrantes una cifra límite, o las del Véneto. Entre los Estados, la negativa del británico Cameron es radical, así como la de algunos de los nuevos miembros del Este. Hasta ahora, los Estados más generosos en el asilo han sido Suecia y Alemania.
La elaboración de una política europea de inmigración es uno de los principales desafíos para La Unión en el próximo futuro, tanto por su demografía otoñal como por encontrarse en su frontera sur con la inestabilidad mediterránea y la dinámica natalidad africana. En este difícil contexto, Sicilia es un ejemplo de humanidad.
Impresiona y conmueve el ejemplo del pueblo siciliano ante este drama, dentro de la conducta ejemplar de la República italiana con su acción de emergencia Mare Nostrum. Con más de 20 mil personas llegadas desde enero y una estimación de 200 mil para todo el año, la actitud de las autoridades a todos los niveles es de cumplir ante todo con la vieja ley humanitaria del mar; la de la población es acoger a esas gentes desesperadas. Como me dijo mi gran amigo, Leoluca Orlando, alcalde de Palermo, "anoche bajé al puerto y llegaron trescientos, ninguno está bajo una tienda". Predicando con el ejemplo, ha creado un consejo municipal elegido de inmigrantes presidido por un médico palestino.
Sicilia ha sido siempre tierra de inmigración. Desde tiempos de la Magna Grecia han pasado por ella muchos pueblos europeos, incluidos sus reyes. Tras los árabes y los normandos con el mestizaje cultural presente en el Palacio Real de Palermo y su capilla palatina, la presencia de la corona de Aragón fue secular. La Universidad de Catania fue fundada en 1434 por Alfonso V el Magnánimo, un rey que gobernó Aragón desde Nápoles. Goethe dijo que "sin Sicilia, Italia no deja ninguna imagen en el alma", como me recordaba el añorado Carlos Fuentes, con el que no pude hacer nuestro proyectado viaje.
Desgraciadamente, la imagen que domina de Sicilia no es la del Gatopardo sino la del Padrino III. Los visitantes del maravilloso Teatro Massimo de Palermo, ciudad donde Wagner acabó el Parsifal, preguntan más por los palcos y salones donde se filmó el drama que por sus admirables producciones. Tampoco es muy conocida la capacidad cívica de resistencia contra la Mafia que encarnan las dos máximas autoridades actuales del Estado: El presidente de la República, Sergio Matarella cuyo hermano Piersanti, Presidente de la Región, murió asesinado en 1980 por la Cosa Nostra. Leoluca Orlando era su joven profesor ayudante de Derecho Constitucional. La segunda es el presidente del Senado, Pietro Grasso, el juez del maxiproceso contra la Mafia y jefe de la Comisión Antimafia. Todos han sobrevivido a atentados y con su valor encarnan una conciencia cívica digna de admiración.
Esta es la Sicilia a la que llegan diariamente cientos de personas desesperadas y que los acoge con humanidad y sin protestas. Epicentro de una frontera sur dominada por el Mediterráneo pero que se extiende hasta Canarias en el Atlántico. Su actitud ha sido decisiva para la celebración de la Cumbre extraordinaria de abril, en la que se decidió triplicar la financiación de las acciones Tritón para Italia y Poseidón para Grecia, la lucha contra las redes de explotación de la inmigración, el refuerzo de las fronteras. Un punto delicado y clave es el desarrollo de la "solidaridad interior" en la Unión Europea con el reparto de cuotas entre sus Estados miembros. Debate que empieza primero dentro del propio Estado como se ha puesto de manifiesto con las autoridades regionales del Norte de Italia como el Valle de Aosta, que consideran 86 inmigrantes una cifra límite, o las del Véneto. Entre los Estados, la negativa del británico Cameron es radical, así como la de algunos de los nuevos miembros del Este. Hasta ahora, los Estados más generosos en el asilo han sido Suecia y Alemania.
La elaboración de una política europea de inmigración es uno de los principales desafíos para La Unión en el próximo futuro, tanto por su demografía otoñal como por encontrarse en su frontera sur con la inestabilidad mediterránea y la dinámica natalidad africana. En este difícil contexto, Sicilia es un ejemplo de humanidad.