Pero el problema de la hoja de ruta radica en que no es nuestra, sino ajena. Y es imposible ser feliz, estar bien, si uno trata de seguir la hoja de ruta estándar, la que toca. Pero la sociedad moderna, la del consumo y la globalización, la de las redes sociales y la comunicación hasta el hartazgo, nos brinda una oportunidad única de ser quienes queremos ser, y no quienes nos dicen que debemos ser. Porque es en la diferencia entre uno y otro donde está la clave. No me imagino cómo mi abuela, a sus quince años y en un pueblo en medio de Polonia, podía hacer otra cosa que no fuera lo que los vecinos le decían que le tocaba hacer. Pero a nuestra generación nos corresponde esforzarnos por seguir nuestra propia hoja de ruta. Y debemos hacerlo antes de que se nos pase la vida rindiendo cuentas y caminando un sendero que no es el nuestro. Ése es el camino de búsqueda interna que recorremos con los protagonistas de mi novela, París 2041.
De ese camino surge una historia de amor diferente, platónica. Porque en el París del año 2041, ya nada es lo que era; Europa se ha dejado llevar por el camino del odio y el racismo. Pero es de esa privación extrema y de la vuelta a lo básico de donde surge una historia de amor en la que Antoine, el protagonista, se enamora de lo esencial: de la voz, de los ojos, de la fuerza de Farida, una mujer que, por ser como es, lo libera a él de su hoja de ruta y le da un propósito a su vida. Es un romance sin aditivos. Es la definición más real del amor: cuidarse el uno al otro. ¿Te gustaría vivir un romance como el de Farida? «¿Dónde firmo?», me contestó mi mujer.
París 2041 ha sido publicada por Ediciones B