Contra todo pronóstico, David Cameron arrasó en Reino Unido, y el PP se agarró al espejismo al grito de ¡Nosotros también podemos! Y Rajoy se arremangó y se lanzó a la carretera, y desempolvaron a Aznar, y Esperanza cogió su fusil, y todo el PP se dispuso a luchar a muerte por cada centímetro del inmenso poder territorial que, hace cuatro años, tiñó de azul el mapa municipal y autonómico español en 2011. Pero era solo eso, un espejismo.
Resultó que el souflé de la indignación tenía la consistencia precisa para no desinflarse y para volver a teñir de colores ayuntamientos y comunidades. Y así, a partir de este lunes comienza un nuevo tiempo político, marcado por el final de las mayorías absolutas, el declive del PP, y el debilitamiento -que no desaparición- del bipartidismo.
En las municipales, PP y PSOE siguen sumando el 52% del total de votos, y, como Podemos no acudió con sus siglas a las municipales, nominalmente es Ciudadanos quien les sigue, de lejos, con un 6,5% de las papeletas. Pero son las coaliciones creadas en torno a la formación morada las que ahora, junto a los socialistas, pueden dar el vuelco a un gran número de alcaldías. De las grandes ciudades, la victoria de Ada Colau y Barcelona en Comú en la ciudad condal es la más emblemática, mientras que el PP se agrieta en Madrid, Valencia, Coruña, Santiago, Valladolid, Oviedo, Cádiz o Huelva. Sevilla vuelve a ser socialista.
Adiós también a la hegemonía autonómica de los populares: adiós a Monago en Extremadura y, muy posiblemente, a Alberto Fabra a la Comunidad Valenciana, a Luisa Fernanda Rudi en Aragón, José Ramón Bauzá en Baleares y, ¡ay! a Maria Dolores de Cospedal en Castilla La Mancha. Aquí está la respuesta a si se podía compatibilizar un cargo como la secretaría general del partido con la presidencia: no, o al menos no con la gestión de una bomba de relojería como la de Bárcenas. Sólo en Ceuta y Melilla el PP se basta a sí mismo: ahora necesitará a Ciudadanos si quiere seguir gobernando en la Comunidad de Madrid, Murcia, La Rioja y Castilla y León. Podemos ha irrumpido con fuerza en todos los parlamentos regionales, y ocupa la tercera posición en el ránking político. Sin apenas historia, sin apenas medios.
Comienza ahora un complejísimo encaje entre las fuerzas nuevas y las tradicionales para tejer esos pactos por los que los ciudadanos han apostado en las urnas. Y la tarea no será fácil, porque todos miran ya a finales de año y la cita con las elecciones generales.
Por lo pronto, el PSOE puede ya, con los resultados del 24-M, dar por terminada su travesía por el desierto, e incluso tratar de asumir el liderazgo de la marea de izquierdas que se ha levantado contra los populares. Unos excelentes resultados a nivel municipal en Andalucía, gobernar de nuevo en Extremadura, mantener Asturias y aspirar a gobernar en coalición en la Comunidad Valenciana, Castilla La Mancha, Aragón, Cantabria y Baleares debería ser suficiente acicate para poner fin a la sorda batalla interna que mantienen Pedro Sánchez y Susana Díaz. El horizonte no puede ser más estimulante, a pesar de haber perdido 850.000 votos.
En Cataluña, este 24M escondía otro pulso: el de las fuerzas soberanistas, a cuatro meses de las elecciones ´plebiscitarias´ anunciadas -que no convocadas- para el 27 de septiembre. Y el resultado no despeja la incógnita: CiU sigue siendo la formación más votada pero la pérdida de Barcelona y la fragmentación del voto no refuerzan el frente soberanista, ni siquiera con una Esquerra Republicana que se convierte en segunda fuerza en número de municipios. En votos, esa posición sigue siendo para el PSC que aguanta bien en el área metropolitana de Barcelona, y en Tarragona y Lleida.
En La Moncloa se ha vivido una noche muy amarga. Por los resultados, claro, y por el fracaso de la estrategia electoral de Mariano Rajoy, deslumbrado por la recuperación económica e incapaz de ver las terribles cicatrices sociales que han dejado sus casi cuatro años de gobierno. Obviar la corrupción que ha carcomido el partido ha sido una actitud letal incluso para un electorado tan fiel como el suyo. El tic-tac sobre su liderazgo empieza a sonar con fuerza.
"Es una noche mágica", decía Pablo Iglesias. Ada Colau dejaba escapar alguna lágrima de felicidad, Albert Rivera aparecía eufórico ante los medios y Manuela Carmena conjugaba el verbo seducir ante una multitud festiva que se congregó en la hermosa y literaria Cuesta de Moyano de Madrid. Con ellos ha empezado el cambio.