¿Se ha equivocado Houellebecq escribiendo Sumisión? A juzgar por el éxito de ventas en Francia y otros países europeos, no. Si pensamos en la atención que ha recibido públicamente, tampoco. Desde un punto de vista personal, quizás Houellebecq sí piense que podría haberse evitado el tener que ir acompañado con dos o tres guardaespaldas el resto de su vida.
Personalmente, me siento agradecido de que existan tipos como él que van al meollo de las cosas. Que escriben novelas, si no totales, al menos con una vocación de no rehuir las grandes preguntas. Porque se equivoca el que piense que el tema central de la novela es el impacto del Islam en la sociedad europea futura.
Sumisión trata primordialmente, como el resto de su novelística, de los problemas que encuentra para encontrarle sentido a la vida el hombre posmoderno que, desgajado de las grandes instituciones tradicionales como la religión y la familia, solo encuentra razones para sentirse vivo a través del éxito laboral, el consumo conspicuo de productos de calidad y los placeres efímeros pero adictivos como los que proporcionan la gastronomía y el sexo. De hecho, los únicos momentos de cierta felicidad del protagonista son aquellos en los que paladea buenos vinos, los marida con la comida adecuada o se deja llevar por una sensualidad teñida de rasgos pornográficos.
Como lector, no puedo experimentar sino una cierta perplejidad por el hecho de que todavía haya periodistas que escriben o informan sobre literatura y asocian la manera de pensar del escritor con la de los personajes que aparecen en el relato, y muy concretamente el principal, Francois. Resulta de una banalidad y superficialidad apabullante.
Si se me apura, la hipótesis de que las sociedades europeas acaben regidas por regímenes semi-islámicos, que es la que plantea la novela -que no va más allá de plantear como se adaptaría un partido musulmán a gobernar una sociedad laica y europea como la francesa-, no es sino una forma de plantear una enmienda a la totalidad a la sociedad occidental del presente, desde luego mucho más potente que al propio islam, por mucho que se diga.
No en vano, el imaginario gobierno de Mohammed Ben Abbas es descrito como un Gobierno capaz de conjugar tradición y modernidad gracias a un hábil manejo de esos rasgos de seducción que en la teoría política moderna han sido denominados como de "poder blando". Desde luego, uno tiene la impresión de que es un Gobierno en cierto sentido más moderno, elegante e incluso innovador que los actuales, empezando por el de Hollande, al que critica en su libro.
Porque lo que Houellebecq plantea no es muy distinto a lo que, de alguna manera, ya Joseph Ratzinger planteó a Habermas en su célebre diálogo en la Academia Católica de Baviera en 2004. Que, en un contexto global, los ciudadanos de los países occidentales son la real excepción en términos cualitativos y cuantitativos. Que a la mayoría de la gente y los gobiernos en el mundo le importan otras cosas por encima de la buena marcha de la economía y el incremento del poder de compra individual, otro tipo de ideales por los que están dispuestos a sacrificar su bienestar material y, en ocasiones, hasta su vida. Ideales que no quedan sólo circunscritos a Dios o la religión, sino a las tradiciones, la nación, una concepción de las relaciones humanas o las ideologías.
Houellebecq nos viene a decir que el mantenimiento de los modernos estados nación europeos principalmente alrededor de valores constitucionales o una cierta idea de eficiencia económica tiene consecuencias. Desde luego, no hace una apología de lo que hay ni de lo que podría haber habido. Acaso manifiesta una resignación tranquila.
Por razones culturales y demográficas, la cultura musulmana queda más cerca de Europa y podría acelerar los cambios. Pero si no fuera la cultura musulmana, lo cual también cabe dentro de lo posible, Houellebecq sugiere que podrían darse otro tipo de cambios que lleven a la disolución del occidente europeo tal y como ha sido conocido.
Personalmente, me siento agradecido de que existan tipos como él que van al meollo de las cosas. Que escriben novelas, si no totales, al menos con una vocación de no rehuir las grandes preguntas. Porque se equivoca el que piense que el tema central de la novela es el impacto del Islam en la sociedad europea futura.
Sumisión trata primordialmente, como el resto de su novelística, de los problemas que encuentra para encontrarle sentido a la vida el hombre posmoderno que, desgajado de las grandes instituciones tradicionales como la religión y la familia, solo encuentra razones para sentirse vivo a través del éxito laboral, el consumo conspicuo de productos de calidad y los placeres efímeros pero adictivos como los que proporcionan la gastronomía y el sexo. De hecho, los únicos momentos de cierta felicidad del protagonista son aquellos en los que paladea buenos vinos, los marida con la comida adecuada o se deja llevar por una sensualidad teñida de rasgos pornográficos.
Como lector, no puedo experimentar sino una cierta perplejidad por el hecho de que todavía haya periodistas que escriben o informan sobre literatura y asocian la manera de pensar del escritor con la de los personajes que aparecen en el relato, y muy concretamente el principal, Francois. Resulta de una banalidad y superficialidad apabullante.
Si se me apura, la hipótesis de que las sociedades europeas acaben regidas por regímenes semi-islámicos, que es la que plantea la novela -que no va más allá de plantear como se adaptaría un partido musulmán a gobernar una sociedad laica y europea como la francesa-, no es sino una forma de plantear una enmienda a la totalidad a la sociedad occidental del presente, desde luego mucho más potente que al propio islam, por mucho que se diga.
No en vano, el imaginario gobierno de Mohammed Ben Abbas es descrito como un Gobierno capaz de conjugar tradición y modernidad gracias a un hábil manejo de esos rasgos de seducción que en la teoría política moderna han sido denominados como de "poder blando". Desde luego, uno tiene la impresión de que es un Gobierno en cierto sentido más moderno, elegante e incluso innovador que los actuales, empezando por el de Hollande, al que critica en su libro.
Porque lo que Houellebecq plantea no es muy distinto a lo que, de alguna manera, ya Joseph Ratzinger planteó a Habermas en su célebre diálogo en la Academia Católica de Baviera en 2004. Que, en un contexto global, los ciudadanos de los países occidentales son la real excepción en términos cualitativos y cuantitativos. Que a la mayoría de la gente y los gobiernos en el mundo le importan otras cosas por encima de la buena marcha de la economía y el incremento del poder de compra individual, otro tipo de ideales por los que están dispuestos a sacrificar su bienestar material y, en ocasiones, hasta su vida. Ideales que no quedan sólo circunscritos a Dios o la religión, sino a las tradiciones, la nación, una concepción de las relaciones humanas o las ideologías.
Houellebecq nos viene a decir que el mantenimiento de los modernos estados nación europeos principalmente alrededor de valores constitucionales o una cierta idea de eficiencia económica tiene consecuencias. Desde luego, no hace una apología de lo que hay ni de lo que podría haber habido. Acaso manifiesta una resignación tranquila.
Por razones culturales y demográficas, la cultura musulmana queda más cerca de Europa y podría acelerar los cambios. Pero si no fuera la cultura musulmana, lo cual también cabe dentro de lo posible, Houellebecq sugiere que podrían darse otro tipo de cambios que lleven a la disolución del occidente europeo tal y como ha sido conocido.