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Cuerda, que no es poco

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En 1989, José Luis Cuerda presentó un largometraje inaudito: Amanece, que no es poco. Fue una película más. El público apenas le hizo caso y algunos, críticos incluidos, se ensañaron con ella. José Luis recuerda que fue a verla con unos amigos y se encontró con una mujer que trataba de disuadir a los que hacían fila de que compraran una entrada para ver ese bodrio. Sin embargo, poco a poco, gracias al DVD y la televisión, la película ha enganchado a multitud de personas y alrededor de ella se ha desatado un fenómeno de culto muy particular. Hace años que existe una ruta turística que recorre los lugares de Albacete en los que se rodó Amanece, que no es poco.

Siempre es un misterio lo que esconde un suceso de esta naturaleza. Se puede especular con varias claves, y casi todas ellas tienen una honda raíz española. La película marca un techo de lo absurdo, algo que siempre nos ha perdido. La gente se cae de risa con los personajes, diálogos y situaciones, y siente como muy suyo al pueblo protagonista, que ya no puede ser más disparatadamente español. Es muy curioso que hace 26 años la película fuera incomprendida y percibida por muchos como una completa chorrada. Tal vez es que la estampa que brinda de la esencia española pareció entonces demasiado delirante, como si a Cuerda se le hubiera ido la mano con el espejo cóncavo que había colocado delante de nosotros. A veces se recuerda esa anécdota de Pablo Picasso, cuando le hizo un retrato a Gertrude Stein y los amigos de la escritora le reprocharon al pintor que Gertrude no se parecía en nada a la del cuadro. Él replicó algo así: "Ya se parecerá". Eso es lo que ha podido suceder con Amanece, que no es poco, que la razón de que haya calado con tanta fuerza es que España nos recuerde cada vez más al lugar absurdo, disparatado y delirante de la película.

Es la primera vez que ocurre algo así en la historia de la cultura española e, incluso, europea. Nunca una obra que pasara tan inadvertida en su tiempo ha crecido hasta el punto de provocar un inmenso colectivo de fans que se autodenominan "amanecistas". Los amanecistas, en su vida cotidiana, se sumergen a menudo dentro de la película, se abandonan a su espíritu y serían capaces de comunicarse, solo, a través de sus diálogos. No todos son frikis: los escritores Juan Antonio Gordón, Iguácel Elhombre o Sergio del Molino admiten ser unos amanecistas radicales.

En Amanece, que no es poco, José Luis Cuerda volcó lo mejor y lo más profundo de sí mismo, de su humor, de su vida y de su modo de mirarla y de enfrentarse a ella. José Luis, que huye de darse importancia, insiste en que el aire de la película, y muchas de sus cosas, están extraídos del Albacete de su infancia. En eso también me recuerda a Rafael Azcona, una de sus inagotables referencias, cuando sostenía que él no se inventaba nada pero que le gustaba mucho observar a la gente.

Cuerda tiene asegurado un bonito lugar en la memoria colectiva gracias a Amanece, que no es poco pero, como resulta frecuente cuando se da en el clavo de un modo tan espectacular, esta película ha eclipsado otros de sus logros: ser el impulsor del talento de Alejandro Amenábar o el responsable de El bosque animado y La lengua de las mariposas, que mereció los elogios de Woody Allen. Cuerda, al enterarse, le escribió una carta a Allen y mantuvieron una simpática correspondencia. José Luis invirtió los beneficios de Los otros en una bodega en Galicia. Le envió unas botellas a Allen y este le escribió un piropazo: "Hace usted tan buen vino como cine". Le propusieron un encuentro en el Teatro Jovellanos de Oviedo entre él y Woody Allen, pero Cuerda lo rechazó porque no dominaba el inglés. Luego se enteró de que los dos hablaban bien francés, pero ya era demasiado tarde.

A Cuerda, desde su niñez, no le dejan de pasar cosas muy poco normales. Cuando tenía seis, pasó un año entero en la cama con una pleuresía. Es natural que esa vivencia -tantas horas sin otra cosa que hacer que mirar al techo y darle vueltas a la cabeza-, golpeara duro en un cerebro privilegiado como el suyo y le marcara para siempre. José Luis da muy bien vueltas dentro su cabeza y de ella sale con historias, frases o pensamientos descacharrantes o lucidísimos. Su poder para repentizar brilla tanto en su cuenta de Twitter que ya ha publicado un libro antológico de sus tuits ("Si amaestras una cabra, llevas mucho adelantado") y va camino del segundo. Uno de sus tuits fue este: "El primer desnudo femenino que vi en mi vida fue el de mi abuela Filomena, y me pareció una desorganización".

José Luis y su familia se instalaron en Madrid en los años 60 por la razón más extravagante, quizá, por la que alguien reside en esa ciudad. Una noche, su padre, jugador profesional de póker, llegó a la casa de Albacete y dijo: "Nos vamos a Madrid. Acabo de ganar un piso en el Paseo de La Habana". Otro día, su padre les pidió que se sentaran en un sofá, se colocó frente a ellos y soltó: "Es que quiero ver si sabéis ir en coche, porque a lo mejor compro uno". Tras unos segundos de silencio, concluyó: "Lo compro". El padre acabó sus días en una residencia. Una tarde, al pasar por una sala en la que se veía a los abuelitos jugando a las cartas, el antiguo rey del póker le susurró a su hijo: "Fíjate qué vicios más raros tiene la gente". Su padre no hubiera desentonado en absoluto en Amanece, que no es poco.

El sábado 16 de mayo, en La Almunia de Doña Godina, José Luis recibió el premio Florián Rey en la edición número 20 del festival de cine que lideran Carmen Pemán y Raquel Viejo. Antes, celebró una charla ante algunos afortunados que disfrutamos de su sinceridad, su gracia y, también, de su rabia cuando mete el dedo en la llaga de lo que nos está pasando: "A mí me caen muy bien los pícaros. Lo que me revienta son los sinvergüenzas que acechan por todos los lados". José Luis lleva un ritmo muy agitado. Acaba de publicar su primera novela (Tiempo después) y va de aquí para allá. Pero añora el cine, una sustancia fundamental de su vida. Como a casi todos, le cuesta un mundo levantar una película. En La Almunia contó un encuentro muy reciente con su amigo Manolo Gutiérrez Aragón. Al recordar una confesión de Manolo ("echo mucho de menos rodar") se le quebró la voz y dio un brusco volantazo a su relato. José Luis detesta el sentimentalismo de salón y se esfuerza por no dejarse vencer por las emociones. Por eso nos impactó tanto esa debilidad tan inesperada y tan hermosa.



Este artículo fue publicado inicialmente en Heraldo de Aragón

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