Estamos viviendo una época en la que parece que se quiere categorizar como enfermedades problemas que para muchos expertos no lo son en realidad, de tal manera que al recoger como patologías alteraciones temporales, pasamos a psiquiatrizar la sociedad mucho más de lo necesario. Obviamente, la gran beneficiada es la industria farmacéutica, que gasta millones de dólares en marketing buscando que los médicos receten sus fármacos.
Pero no seamos ingenuos, la medicación genera efectos secundarios, y muchos de los problemas humanos y emocionales no provienen simplemente de desequilibrios químicos en el cerebro sino de falta de entrenamiento mental. Las personas tienen la creciente tendencia de acudir al médico para pedir pastillas cuando están tristes, estresados o no pueden dormir, buscando la vía fácil que no requiere esfuerzo alguno por su parte, sin percatarse que los fármacos tienen su peligro y que solo en raras ocasiones supone la mejor solución a sus dificultades. Ahora se tienen datos. En Estados Unidos, por ejemplo, los fármacos recetados matan más por sobredosis que las drogas de la calle. No solo eso, sino que los medicamentos prescritos son ya la tercera causa de muerte a nivel mundial después de las enfermedades cardíacas y el cáncer. Resulta sobrecogedor.
A menudo, los medicamentos funcionan debido al efecto placebo. Cuando las personas acuden al médico porque se encuentran fatal y salen con la receta de pastillas para mejorar su estado anímico, en un 50% mejorarían aunque éstas no contuvieran nada dentro debido a la fe depositada en que lo que van a tomar les ayudará. Los estudios demuestran que la tasa de respuesta positiva de los fármacos es solo del 65%, y por supuesto con el alto precio a pagar de los efectos secundarios dañinos.
En España, las cifras apuntan que entre el 2000 y el 2014 se ha multiplicado por cuatro el consumo de ansiolíticos e hipnóticos, posiblemente debido a los problemas emocionales y psiquiátricos relacionados con la crisis económica. Pero, ¿de verdad podemos creer que con ello vamos a encontrar la solución a nuestro malestar, nuestro desasosiego, nuestra tristeza o nuestra falta de ilusión? ¿No sería mejor tomar conciencia de nuestras limitaciones, explorar las raíces de nuestros apuros, trabajar el interior para construir nuestra propia fortaleza, entrenar la mente para poder modificar los pensamientos sombríos y destructivos, practicar la técnica del Mindfulness para asentarnos en el presente y disfrutar de cada instante como un regalo de la vida, en lugar de encadenarnos a un pasado que no volverá y preocuparnos inútilmente por un futuro que no podemos controlar?
Por supuesto que todos podemos necesitar ayuda y apoyo en determinadas etapas de nuestra vida, cuando se muere alguien querido y tenemos que hacer un duelo forzado, cuando nos echan del trabajo, cuando nuestro hijo es incapaz de aprobar y se rebela, cuando pasamos por un divorcio, cuando sufrimos de ansiedad por exceso de trabajo o de responsabilidades... La vida está plagada de retos y no siempre tenemos las capacidades para superarlos solos. Pero esto no significa que tengamos que abusar con tanto fármaco. En la mayoría de los casos es mucho más sano y beneficioso realizar alguna psicoterapia, aprender a meditar, enfrentarnos a nuestros propios vacíos o miedos y emprender un camino de desarrollo personal. Entrenar la mente no solo contribuirá a salir de la tesitura actual, sino que nos preparará para saltar los obstáculos que muy probablemente surgirán también a largo plazo. Es imposible vivir una vida positiva con una mente negativa.