Mirando los últimos datos del paro registrado y de la Encuesta de Población Activa, junto con las afiliaciones a la Seguridad Social, da la impresión de que el Gobierno de Rajoy va camino de conseguir algo realmente notable: que en España desciendan a la vez el empleo y el desempleo. Oficialmente menos desempleados, pero en la realidad menos empleados.
Parece difícil, pero la receta es sencilla: han descubierto que la forma de hacer bajar las cifras de paro no es crear puestos de trabajo, sino que haya menos gente buscando trabajo. Reducir la población activa para que el número de parados oficiales sea porcentualmente menor, aunque en la práctica sea igual o incluso mayor.
¿Cómo se hace eso? Usted consigue que unos cuantos cientos miles de jóvenes tengan que irse a buscar trabajo fuera de España. Consigue también que unos cuantos cientos de miles de mujeres abandonen toda esperanza de trabajar y vuelvan a sus casas, a hacer aquello que antiguamente se llamaba "sus labores" (es decir, a ejercer de amas de casa). Y consigue, finalmente, que muchas personas de cierta edad, ya desesperadas, renuncien a seguir esperando un trabajo y se borren de las listas oficiales del desempleo.
De esa forma, el número de españoles y españolas sin trabajo es el mismo o mayor; pero como se ha logrado expulsar de la población activa a muchos de ellos, se da el engañoso resultado estadístico de aparentar que el paro está bajando. No, lo que realmente está bajando es la cantidad de personas adultas que buscan trabajo. Y han dejado de buscarlo por una de estas dos razones: el exilio económico o la resignación definitiva.
Baja, pues, el empleo; y como consecuencia de ello, se quiere aparentar que lo que baja es el desempleo. Esto es lo que el señor ministro de Hacienda llama "el milagro español" y que, según él, está provocando "el asombro del mundo". Y realmente, es asombroso. Dramáticamente asombroso.
La cosa, además, tiene ventajas colaterales.
Si los jóvenes se van a buscar trabajo al extranjero, se aprovecha para quitarles la cartilla sanitaria y el seguro de desempleo.
Si las mujeres vuelven a ocuparse del hogar y nada más, se reducen guarderías (ya se ocupan ellas de los niños), se desmonta la ayuda a las personas dependientes (ya se ocupan ellas de cuidar a esas personas) e incluso se pueden reducir drásticamente todos los programas de ayuda a la tercera edad (ya se ocupan ellas de los mayores).
Para la propaganda, resulta perfecto: se puede presumir de menos paro y más ahorro.
Pero para los ciudadanos y para la sociedad, es un desastre de los que dejan a un país malherido durante mucho tiempo. Porque los jóvenes que se han ido tardarán en volver (si es que vuelven); las mujeres que han regresado al papel de amas de casa difícilmente podrán reiniciar su vida laboral; y a los trabajadores que con más de cincuenta años han abandonado ya la búsqueda de un empleo imposible, lo que les queda por delante es una travesía del desierto, subsistir de mala manera hasta que puedan empezar a recibir una pensión.
Un país en el que mucha gente no ha empezado su vida laboral hasta pasados los 30 años y otros muchos la ven terminada para siempre recién cumplidos los 50. Un país que vuelve a encerrar a las mujeres en sus casas y desperdicia el caudal productivo de quienes representan más de la mitad de la población. Un país al que han vuelto la pobreza y el desamparo para muchos hombres, mujeres, niños y niñas, jóvenes y ancianos que ya no piensan en términos de bienestar, sino simplemente de estar: de sobrevivir.
Y para que, pese a todo, Rajoy pueda sacar pecho diciendo que ha empezado la recuperación (que es lo único que parece importarles), la sociedad española y su mercado de trabajo se tienen que desangrar expulsando prematuramente a millones de personas perfectamente capacitadas para trabajar; expulsándolas al exilio o expulsándolas al tenebroso exilio interior de las llamadas "clases pasivas". Todo vale con tal de que desaparezcan de las estadísticas y que el Gobierno tramposo pueda hacer con los números lo que se supone que hacen los académicos con el idioma: limpia, fija y da esplendor.
Parece difícil, pero la receta es sencilla: han descubierto que la forma de hacer bajar las cifras de paro no es crear puestos de trabajo, sino que haya menos gente buscando trabajo. Reducir la población activa para que el número de parados oficiales sea porcentualmente menor, aunque en la práctica sea igual o incluso mayor.
¿Cómo se hace eso? Usted consigue que unos cuantos cientos miles de jóvenes tengan que irse a buscar trabajo fuera de España. Consigue también que unos cuantos cientos de miles de mujeres abandonen toda esperanza de trabajar y vuelvan a sus casas, a hacer aquello que antiguamente se llamaba "sus labores" (es decir, a ejercer de amas de casa). Y consigue, finalmente, que muchas personas de cierta edad, ya desesperadas, renuncien a seguir esperando un trabajo y se borren de las listas oficiales del desempleo.
De esa forma, el número de españoles y españolas sin trabajo es el mismo o mayor; pero como se ha logrado expulsar de la población activa a muchos de ellos, se da el engañoso resultado estadístico de aparentar que el paro está bajando. No, lo que realmente está bajando es la cantidad de personas adultas que buscan trabajo. Y han dejado de buscarlo por una de estas dos razones: el exilio económico o la resignación definitiva.
Baja, pues, el empleo; y como consecuencia de ello, se quiere aparentar que lo que baja es el desempleo. Esto es lo que el señor ministro de Hacienda llama "el milagro español" y que, según él, está provocando "el asombro del mundo". Y realmente, es asombroso. Dramáticamente asombroso.
La cosa, además, tiene ventajas colaterales.
Si los jóvenes se van a buscar trabajo al extranjero, se aprovecha para quitarles la cartilla sanitaria y el seguro de desempleo.
Si las mujeres vuelven a ocuparse del hogar y nada más, se reducen guarderías (ya se ocupan ellas de los niños), se desmonta la ayuda a las personas dependientes (ya se ocupan ellas de cuidar a esas personas) e incluso se pueden reducir drásticamente todos los programas de ayuda a la tercera edad (ya se ocupan ellas de los mayores).
Para la propaganda, resulta perfecto: se puede presumir de menos paro y más ahorro.
Pero para los ciudadanos y para la sociedad, es un desastre de los que dejan a un país malherido durante mucho tiempo. Porque los jóvenes que se han ido tardarán en volver (si es que vuelven); las mujeres que han regresado al papel de amas de casa difícilmente podrán reiniciar su vida laboral; y a los trabajadores que con más de cincuenta años han abandonado ya la búsqueda de un empleo imposible, lo que les queda por delante es una travesía del desierto, subsistir de mala manera hasta que puedan empezar a recibir una pensión.
Un país en el que mucha gente no ha empezado su vida laboral hasta pasados los 30 años y otros muchos la ven terminada para siempre recién cumplidos los 50. Un país que vuelve a encerrar a las mujeres en sus casas y desperdicia el caudal productivo de quienes representan más de la mitad de la población. Un país al que han vuelto la pobreza y el desamparo para muchos hombres, mujeres, niños y niñas, jóvenes y ancianos que ya no piensan en términos de bienestar, sino simplemente de estar: de sobrevivir.
Y para que, pese a todo, Rajoy pueda sacar pecho diciendo que ha empezado la recuperación (que es lo único que parece importarles), la sociedad española y su mercado de trabajo se tienen que desangrar expulsando prematuramente a millones de personas perfectamente capacitadas para trabajar; expulsándolas al exilio o expulsándolas al tenebroso exilio interior de las llamadas "clases pasivas". Todo vale con tal de que desaparezcan de las estadísticas y que el Gobierno tramposo pueda hacer con los números lo que se supone que hacen los académicos con el idioma: limpia, fija y da esplendor.