La crisis ha enaltecido las pulsiones nacionales en Europa. El barco europeo no se ha hundido pero va despacio, porque cada miembro de la tripulación trata de mover el timón para tomar la ruta que más le conviene. Esquivar el iceberg, sea en forma de Grexit o Brexit -la potencial salida de Grecia del euro o de Reino Unido de la Unión Europea- es una actividad agotadoramente europea. Ya nadie se acuerda de la Europa aburrida de las décadas pasadas, preocupada por regulaciones anodinas sobre el sabor de los pepinos o el tamaño de los envases de aceite. Ahora hay emociones (trufadas de nacionalismos y populismos por los cuatro costados) y finales inciertos, como en las buenas películas, aunque el precio que paguemos sea la distracción europea ante su mermada influencia en el mundo.
No hay socialdemocracia posible a escala nacional sin lograr una agenda progresista concertada a nivel europeo. No hay izquierda sin Europa. Y sobra decir que ello requiere un mensaje consistente a norte, sur, este y oeste. Las dificultades para lograrlo son imponentes: ¿Qué tienen en común un socialista griego, que vive atemorizado por la troika con un socialista alemán que gobierna en coalición con Merkel, reina de la austeridad en Europa? ¿En qué se parecen un laborista británico que quiere que Cameron logre restringir los derechos de los ciudadanos comunitarios que trabajan en el Reino Unido con un socialdemócrata polaco que aspira a representar a sus compatriotas que trabajan en un pub de Londres?
El Partido Socialista Europeo (PSE) buscará respuestas a algunas de estas preguntas en el Congreso que celebrará en Budapest el 12 y 13 de junio. Y también tendrán que elegir un nuevo presidente. Pedro Sánchez ha impulsado la candidatura del histórico europeísta Enrique Barón (Madrid, 1944), que deberá ganar en votos al actual presidente, el ex primer ministro búlgaro Sergéi Stánishev, que aspira a continuar en el cargo, a pesar de que la justicia le acusa de perdida de documentos oficiales y le juzgará pronto por ello. Si es declarado culpable, podría ser condenado a dos años de carcel.
La sorpresa por el movimiento de Sánchez ha sido doble: primero, porque Barón, frente a la costumbre de congresos anteriores en que había un solo candidato, deberá pelear por sus votos, para lo que ha iniciado una gira por Bruselas, París, Berlín... que concluirá en Budapest.
En un momento en que nuevas fuerzas amenazan con desplazar a la socialdemocracia de la hegemonía del centro-izquierda, los congresos a la búlgara y el pasteleo que los caracteriza son un lujo que no se pueden permitir. Y segundo, porque Pedro Sánchez se ha tomado en serio la tarea de construir una agenda europea. Sánchez habla muy bien inglés y visita Bruselas con frecuencia. Sabe que una de las claves del hundimiento de Zapatero fue su soledad en Europa, a la que sólo prestaba la atención necesaria los días de champions.
Enrique Barón lo sabe casi todo sobre Europa y conoce personalmente a la mayoría de protagonistas de la UE en las últimas décadas. Fue diputado constituyente por Madrid y ministro del primer Gobierno de Felipe González, donde jugó un papel importante en las negociaciones de adhesión a la UE. Entre 1986 y 2009 fue diputado al Parlamento Europeo, siendo su primer presidente español (1989-1992). Después fue también presidente del grupo parlamentario de los socialistas europeos (1999-2004). Le gusta recordar que fue en esta etapa cuando el Parlamento Europeo dio el golpe de autoridad más importante que jamás haya dado frente a la Comisión Europea y forzó la dimisión del colegio de comisarios que encabezaba el luxemburgués Jacques Santer.
Frente al disciplinado Stánishev, que preguntado por los asuntos de actualidad más espinosos responde repitiendo de memoria las declaraciones de prensa de su partido, Barón tiene la solidez que le aporta sus años de experiencia. Pero el pulso no será fácil. Stánishev parte como ganador, y es apoyado por Alemania y Austria, a pesar de que para muchos la sombra judicial que le persigue lo deslegitima. Y sobre los socialistas españoles todavía pesa el recuerdo de su falta de disciplina en votaciones clave para la elección del presidente de la Comisión: en 2009 votaron a favor de Barroso (frente a la abstención del grupo socialista europeo) y en 2014 votaron en contra de Juncker (a pesar del apoyo prestado por los socialistas europeos).
Los partidos europeos tuvieron un impulso importante durante las elecciones europeas del año pasado puesto que fue la primera vez que presentaron un candidato común para presidir la Comisión Europea. El proceso conocido como Spitzenkandidat fue impulsado por el PSE y terminó con Martin Schulz (actual presidente del Parlamento Europeo) como segundo candidato más votado, tras el popular Juncker. "No debemos olvidar que los socialistas perdimos las elecciones europeas" -insiste Enrique Barón durante una cena con periodistas en Bruselas- "y mi principal objetivo será ganarlas en 2019". Para lograrlo organizará, si es elegido, una gran convención en 2016 con todos los partidos socialdemócratas europeos. Una buena idea, aunque hará falta algo más que una gran reunión para lograr que la socialdemocracia logre la consistencia necesaria para ser creíble en esta Europa dividida a norte y sur.
Barón ha aceptado con ilusión el arriesgado encargo de Pedro Sánchez y además le ha asegurado: "Si gano, la victoria será tuya, pero si pierdo, yo pondré la mejilla".
No hay socialdemocracia posible a escala nacional sin lograr una agenda progresista concertada a nivel europeo. No hay izquierda sin Europa. Y sobra decir que ello requiere un mensaje consistente a norte, sur, este y oeste. Las dificultades para lograrlo son imponentes: ¿Qué tienen en común un socialista griego, que vive atemorizado por la troika con un socialista alemán que gobierna en coalición con Merkel, reina de la austeridad en Europa? ¿En qué se parecen un laborista británico que quiere que Cameron logre restringir los derechos de los ciudadanos comunitarios que trabajan en el Reino Unido con un socialdemócrata polaco que aspira a representar a sus compatriotas que trabajan en un pub de Londres?
El Partido Socialista Europeo (PSE) buscará respuestas a algunas de estas preguntas en el Congreso que celebrará en Budapest el 12 y 13 de junio. Y también tendrán que elegir un nuevo presidente. Pedro Sánchez ha impulsado la candidatura del histórico europeísta Enrique Barón (Madrid, 1944), que deberá ganar en votos al actual presidente, el ex primer ministro búlgaro Sergéi Stánishev, que aspira a continuar en el cargo, a pesar de que la justicia le acusa de perdida de documentos oficiales y le juzgará pronto por ello. Si es declarado culpable, podría ser condenado a dos años de carcel.
La sorpresa por el movimiento de Sánchez ha sido doble: primero, porque Barón, frente a la costumbre de congresos anteriores en que había un solo candidato, deberá pelear por sus votos, para lo que ha iniciado una gira por Bruselas, París, Berlín... que concluirá en Budapest.
En un momento en que nuevas fuerzas amenazan con desplazar a la socialdemocracia de la hegemonía del centro-izquierda, los congresos a la búlgara y el pasteleo que los caracteriza son un lujo que no se pueden permitir. Y segundo, porque Pedro Sánchez se ha tomado en serio la tarea de construir una agenda europea. Sánchez habla muy bien inglés y visita Bruselas con frecuencia. Sabe que una de las claves del hundimiento de Zapatero fue su soledad en Europa, a la que sólo prestaba la atención necesaria los días de champions.
Enrique Barón lo sabe casi todo sobre Europa y conoce personalmente a la mayoría de protagonistas de la UE en las últimas décadas. Fue diputado constituyente por Madrid y ministro del primer Gobierno de Felipe González, donde jugó un papel importante en las negociaciones de adhesión a la UE. Entre 1986 y 2009 fue diputado al Parlamento Europeo, siendo su primer presidente español (1989-1992). Después fue también presidente del grupo parlamentario de los socialistas europeos (1999-2004). Le gusta recordar que fue en esta etapa cuando el Parlamento Europeo dio el golpe de autoridad más importante que jamás haya dado frente a la Comisión Europea y forzó la dimisión del colegio de comisarios que encabezaba el luxemburgués Jacques Santer.
Frente al disciplinado Stánishev, que preguntado por los asuntos de actualidad más espinosos responde repitiendo de memoria las declaraciones de prensa de su partido, Barón tiene la solidez que le aporta sus años de experiencia. Pero el pulso no será fácil. Stánishev parte como ganador, y es apoyado por Alemania y Austria, a pesar de que para muchos la sombra judicial que le persigue lo deslegitima. Y sobre los socialistas españoles todavía pesa el recuerdo de su falta de disciplina en votaciones clave para la elección del presidente de la Comisión: en 2009 votaron a favor de Barroso (frente a la abstención del grupo socialista europeo) y en 2014 votaron en contra de Juncker (a pesar del apoyo prestado por los socialistas europeos).
Los partidos europeos tuvieron un impulso importante durante las elecciones europeas del año pasado puesto que fue la primera vez que presentaron un candidato común para presidir la Comisión Europea. El proceso conocido como Spitzenkandidat fue impulsado por el PSE y terminó con Martin Schulz (actual presidente del Parlamento Europeo) como segundo candidato más votado, tras el popular Juncker. "No debemos olvidar que los socialistas perdimos las elecciones europeas" -insiste Enrique Barón durante una cena con periodistas en Bruselas- "y mi principal objetivo será ganarlas en 2019". Para lograrlo organizará, si es elegido, una gran convención en 2016 con todos los partidos socialdemócratas europeos. Una buena idea, aunque hará falta algo más que una gran reunión para lograr que la socialdemocracia logre la consistencia necesaria para ser creíble en esta Europa dividida a norte y sur.
Barón ha aceptado con ilusión el arriesgado encargo de Pedro Sánchez y además le ha asegurado: "Si gano, la victoria será tuya, pero si pierdo, yo pondré la mejilla".