España es un lugar de fuertes contrastes. Mientras andamos con el país anegado de parados, muchos con una muy difícil reubicación en el mercado laboral, tenemos sectores, como el informático, donde la demanda de empleo supera a la oferta y donde los empresarios temen un sobrecalentamiento de los salarios por esa misma razón. "Es rara la empresa de este sector que no recibe todas las semanas dos o tres llamadas de headhunters de Londres que quieren quedarse con sus mejores profesionales", me confesaba hace poco un directivo.
En consecuencia, retener a los buenos será complicado, toda vez que en Londres o en Copenhague pagan dos o tres veces más que en Madrid, Barcelona o Valencia, y muchas veces el informático no tiene ni siquiera que trasladarse a la fría Europa para desempeñar su labor, sino que puede teletrabajar desde un apartamento en Levante.
Cuesta creerlo, pero en una reunión que tuve hace poco con gestores de consultoras de tecnología vinculadas a Microsoft, todos ponían el grito en el cielo cuando hablaban de este problema. Claro que, por otra parte, este idílico escenario para el empleado convive con otro en el que son habituales los ERE de las tecnológicas para quitarse de encima trabajadores experimentados -y por tanto "caros"- y reemplazarlos por becarios o recién salidos de la facultad que no llegarán a cobrar ni la mitad.
La carestía de informáticos no sólo afecta a España, sino también a Europa o Estados Unidos. Las ingenierías y las carreras técnicas han perdido interés para los jóvenes. Como la Iglesia, el mundo de la tecnología está amenazado por la falta de vocaciones. Los números que circulan invitan a la reflexión. Y es que, según me dicen, en estos momentos faltan por cubrir medio millón de puestos de trabajo cualificados en Europa, y en 2020 los puestos sin candidato llegarán al millón. Eso significa que en España ya hay decenas de miles de empleos que nadie desempeña. Una locura en un país con un paro estructural disparatado como el nuestro.
¿Por qué este desajuste? Los empleadores dicen que los chicos que salen de las universidades dominan la teoría, pero no manejan la tecnología que se usa en las empresas. Un viejo problema que sigue sin resolverse por la desconexión que hay entre los planes de estudio y la realidad laboral. Además, la cosa se complica porque ahora el ritmo de innovación se ha acelerado y hoy cuesta mucho más que antes estar al día en el mundo de la tecnología.
Por otra parte, en un entorno tan exigente, se vuelve muy difícil rescatar al ejército de jóvenes con formación escasa que hay en España, y que en su día dejaron la escuela, seducidos por los salarios de ensueño de la construcción, y hoy pasan las horas mano sobre mano en la casa familiar. Tampoco ayuda la inoperancia de los políticos, a los que se les llena la boca con las eufemísticas "políticas activas de empleo", pero que siguen sin dar con la solución a un problema, el del paro, que lleva más de tres décadas enquistado en la sociedad española.
El panorama es triste e inquietante. El único consuelo que me queda es saber que las mareantes macrocifras del desempleo en España ocultan oportunidades, como la que ofrece la informática, que pueden ser aprovechadas. Aunque para ello no quede más remedio que dar un giro a nuestra vida y, sobre todo, informarse bien y estudiar mucho.
En consecuencia, retener a los buenos será complicado, toda vez que en Londres o en Copenhague pagan dos o tres veces más que en Madrid, Barcelona o Valencia, y muchas veces el informático no tiene ni siquiera que trasladarse a la fría Europa para desempeñar su labor, sino que puede teletrabajar desde un apartamento en Levante.
Cuesta creerlo, pero en una reunión que tuve hace poco con gestores de consultoras de tecnología vinculadas a Microsoft, todos ponían el grito en el cielo cuando hablaban de este problema. Claro que, por otra parte, este idílico escenario para el empleado convive con otro en el que son habituales los ERE de las tecnológicas para quitarse de encima trabajadores experimentados -y por tanto "caros"- y reemplazarlos por becarios o recién salidos de la facultad que no llegarán a cobrar ni la mitad.
La carestía de informáticos no sólo afecta a España, sino también a Europa o Estados Unidos. Las ingenierías y las carreras técnicas han perdido interés para los jóvenes. Como la Iglesia, el mundo de la tecnología está amenazado por la falta de vocaciones. Los números que circulan invitan a la reflexión. Y es que, según me dicen, en estos momentos faltan por cubrir medio millón de puestos de trabajo cualificados en Europa, y en 2020 los puestos sin candidato llegarán al millón. Eso significa que en España ya hay decenas de miles de empleos que nadie desempeña. Una locura en un país con un paro estructural disparatado como el nuestro.
¿Por qué este desajuste? Los empleadores dicen que los chicos que salen de las universidades dominan la teoría, pero no manejan la tecnología que se usa en las empresas. Un viejo problema que sigue sin resolverse por la desconexión que hay entre los planes de estudio y la realidad laboral. Además, la cosa se complica porque ahora el ritmo de innovación se ha acelerado y hoy cuesta mucho más que antes estar al día en el mundo de la tecnología.
Por otra parte, en un entorno tan exigente, se vuelve muy difícil rescatar al ejército de jóvenes con formación escasa que hay en España, y que en su día dejaron la escuela, seducidos por los salarios de ensueño de la construcción, y hoy pasan las horas mano sobre mano en la casa familiar. Tampoco ayuda la inoperancia de los políticos, a los que se les llena la boca con las eufemísticas "políticas activas de empleo", pero que siguen sin dar con la solución a un problema, el del paro, que lleva más de tres décadas enquistado en la sociedad española.
El panorama es triste e inquietante. El único consuelo que me queda es saber que las mareantes macrocifras del desempleo en España ocultan oportunidades, como la que ofrece la informática, que pueden ser aprovechadas. Aunque para ello no quede más remedio que dar un giro a nuestra vida y, sobre todo, informarse bien y estudiar mucho.