Este se está convirtiendo en un país de incordiadores y trabucados, de descontentos naturales y de zánganos intermediarios. Queremos manifestar nuestra antipatía hacia ellos.
Nuestros políticos nos dan la razón, como a los niños, pero no hacen caso al ciudadano: nos hacen una visita por la noche, con las tertulias de la tele, y zascandilean con sus mentiras por los pasillos de nuestro descanso. La vida política desprestigia nuestro sueño y nuestro amanecer. Sí, no hay más remedio que inventarse a un político para pasar el tiempo y que dé el salto rosáceo al late night televisual, que despliega hasta la madrugada las variantes concupiscentes de los candidatos pactistas.
"Pactar" nos suena siempre a prostitución y a abolición de principios. A Carmona le ha salido de pronto y en mitad del cinismo una paronomasia en la segunda sílaba, que es Carmena, a la que todo el mundo ha votado. Dice ella que no es de Podemos, sino de los presentistas del Ahora y no del Ayer. A ver si es verdad. Me gusta mucho esta mujer de 71 años que no proviene de los enredos de la casta. Si carece de la soberbia de Pablo Iglesias y no le hace caso, como ella asegura, hay que dejarla hacer.
Mientras, los triunfalistas de la gaviota desplumada en las pasadas elecciones regionales dicen que salimos de la crisis, pero la realidad es tozuda: España continúa en el umbral de la pobreza según la Encuesta de Condiciones de Vida del INE, que acaba de registrar una caída del 2,3% en los ingresos familiares y que la población en riesgo de pobreza ha crecido hasta un 29%. En el país de Velázquez y Goya 2.800.000 niños españoles, es decir uno de cada tres, padece la pobreza, pero el ministro de Economía, el ex presidente del hundido Lehman Brothers en España -el banco que impulsó las hipotecas basura-, no ha abierto la boca sino para decir que crecemos al 3,5% en este semestre "gracias al esfuerzo de la sociedad española". A eso le llamo yo un bronceado discursivo falso, en plan afro, que se conoce que le sienta. Los rajoyistas han dejado el país hecho una Babel incestuosa y monetaria de las lenguas corruptas. Y los esperanzistas comienzan a tomar conciencia de la farsa del madrileñismo, de la que hablaba el escritor carlista Javier María Pascual, que no es sino síndrome del vacío de poder.
La inercia de los políticos no debe encontrar pábulo ni aliento entre el periodismo: la prosa sutil, inteligente y culta tiene la obligación moral de hacerle frente y regresar a la sabiduría de la literatura. De Larra. De Azorín. De Valle-Inclán. De Ramón. El rito sangriento del circo del negocio de los bancos y las multinacionales con los políticos desplaza a la ética y, si nos descuidamos, acabaremos bebiendo todos vodka de hipermercado en vez de Ribera de Duero, que es lo mismo que decir que nos echamos al coleto a un político de garrafón sin rechistar.
Preferimos ese silencio último en que nos religamos con el otro. Mi amiga Prado Campos, una periodista manchega con un corazón enorme que se le sale del pecho, me dijo la otra noche, entre whisky y whisky, que soy un enamorado del Amor y que abandone el Renacimiento, que espabile y salga de ligue. Me acordé de que "la luna es el sol de las estatuas" y de que ahora ya ni siquiera hay lutos, solo nos morimos de olvido. Igual hasta tiene razón. Trato de convencerme de que en España el amor no es ya una cuestión de lírica, sino de dominio práctico -o no- de la materia porque la educación literaria suele ser mala. Prado, amiga, uno no puede pasarse la vida leyendo a Platón, Petrarca, Garcilaso, Lope, Shakespeare, Quevedo y Machado, Cernuda... y no ver el porvenir fucsia. ¿El amor es una pasión eminentemente literaria, entonces? Para una sociedad que ha intentado por todos los medios acabar con sus afectos a través del pragmatismo, la del amor es una bofetada insolente... acaso la última, antes de que Pateta se nos lleve.
No sé el hombre de la gran ciudad cómo puede sobrevivir sin amor y sin metafísica. Por lo menos nos quedará Ángel Gabilondo.
Nuestros políticos nos dan la razón, como a los niños, pero no hacen caso al ciudadano: nos hacen una visita por la noche, con las tertulias de la tele, y zascandilean con sus mentiras por los pasillos de nuestro descanso. La vida política desprestigia nuestro sueño y nuestro amanecer. Sí, no hay más remedio que inventarse a un político para pasar el tiempo y que dé el salto rosáceo al late night televisual, que despliega hasta la madrugada las variantes concupiscentes de los candidatos pactistas.
"Pactar" nos suena siempre a prostitución y a abolición de principios. A Carmona le ha salido de pronto y en mitad del cinismo una paronomasia en la segunda sílaba, que es Carmena, a la que todo el mundo ha votado. Dice ella que no es de Podemos, sino de los presentistas del Ahora y no del Ayer. A ver si es verdad. Me gusta mucho esta mujer de 71 años que no proviene de los enredos de la casta. Si carece de la soberbia de Pablo Iglesias y no le hace caso, como ella asegura, hay que dejarla hacer.
Mientras, los triunfalistas de la gaviota desplumada en las pasadas elecciones regionales dicen que salimos de la crisis, pero la realidad es tozuda: España continúa en el umbral de la pobreza según la Encuesta de Condiciones de Vida del INE, que acaba de registrar una caída del 2,3% en los ingresos familiares y que la población en riesgo de pobreza ha crecido hasta un 29%. En el país de Velázquez y Goya 2.800.000 niños españoles, es decir uno de cada tres, padece la pobreza, pero el ministro de Economía, el ex presidente del hundido Lehman Brothers en España -el banco que impulsó las hipotecas basura-, no ha abierto la boca sino para decir que crecemos al 3,5% en este semestre "gracias al esfuerzo de la sociedad española". A eso le llamo yo un bronceado discursivo falso, en plan afro, que se conoce que le sienta. Los rajoyistas han dejado el país hecho una Babel incestuosa y monetaria de las lenguas corruptas. Y los esperanzistas comienzan a tomar conciencia de la farsa del madrileñismo, de la que hablaba el escritor carlista Javier María Pascual, que no es sino síndrome del vacío de poder.
La inercia de los políticos no debe encontrar pábulo ni aliento entre el periodismo: la prosa sutil, inteligente y culta tiene la obligación moral de hacerle frente y regresar a la sabiduría de la literatura. De Larra. De Azorín. De Valle-Inclán. De Ramón. El rito sangriento del circo del negocio de los bancos y las multinacionales con los políticos desplaza a la ética y, si nos descuidamos, acabaremos bebiendo todos vodka de hipermercado en vez de Ribera de Duero, que es lo mismo que decir que nos echamos al coleto a un político de garrafón sin rechistar.
Preferimos ese silencio último en que nos religamos con el otro. Mi amiga Prado Campos, una periodista manchega con un corazón enorme que se le sale del pecho, me dijo la otra noche, entre whisky y whisky, que soy un enamorado del Amor y que abandone el Renacimiento, que espabile y salga de ligue. Me acordé de que "la luna es el sol de las estatuas" y de que ahora ya ni siquiera hay lutos, solo nos morimos de olvido. Igual hasta tiene razón. Trato de convencerme de que en España el amor no es ya una cuestión de lírica, sino de dominio práctico -o no- de la materia porque la educación literaria suele ser mala. Prado, amiga, uno no puede pasarse la vida leyendo a Platón, Petrarca, Garcilaso, Lope, Shakespeare, Quevedo y Machado, Cernuda... y no ver el porvenir fucsia. ¿El amor es una pasión eminentemente literaria, entonces? Para una sociedad que ha intentado por todos los medios acabar con sus afectos a través del pragmatismo, la del amor es una bofetada insolente... acaso la última, antes de que Pateta se nos lleve.
No sé el hombre de la gran ciudad cómo puede sobrevivir sin amor y sin metafísica. Por lo menos nos quedará Ángel Gabilondo.