No sé qué me gusta más de la Feria del Libro. Si la feria en sí misma, con esa promesa de gozosa lectura que trae el ver expuestos miles y miles de títulos de tantas librerías y editoriales diferentes, muchos muy difíciles de encontrar por otros medios; o ese entorno de bosque mediterráneo en plena efervescencia que es el Retiro en junio, cuando el calor aprieta y uno empieza a acariciar unas vacaciones largamente esperadas. Quizá la combinación de todo ello sea lo que hace la Feria del Libro de Madrid uno de los momentos más felices del año, y por tanto de la vida.
Juan Antonio Corbalán, el exjugador de baloncesto, un hombre inquieto en la cancha y también fuera de ella, donde ha hecho carrera como cardiólogo y empresario de proyectos pioneros que aúnan medicina y deporte, firmaba en la feria Tú cuerpo. Manual de instrucciones (editorial Espasa). Por supuesto, Corbalán no congregaba allí ni una décima parte de los fans que a escasos metros esperaban una dedicatoria de Alessandra Neymar, autora de novelas románticas y adolescentes. Pero la figura del baloncestista, un tío afable y muy conservado sigue llamando la atención. Una señora que andaba por allí le certificaba a otra el hallazgo de la vieja estrella del deporte: "Sí hombre. Ése es Corbalán, el de toda la vida".
Por los libros que leemos o apilamos en la mesa de noche nos reconocerán, se podría decir. Sin embargo, yo, por los libros que hojeo en la Feria del Libro, sopesando una posible compra, cada vez me reconozco menos. Este año me sorprendí en las manos con uno del corredor de maratones Chema Martínez que llevaba en la portada el revelador título de No pienses, corre (Espasa). También estuve a punto de echarme a la mochila otro de la escuela de negocios ESIC donde a uno le dan las claves para conseguir los 10.000 seguidores en Twitter, marca a partir de la cual, entiendo, se empieza a ser alguien en el mundo de las redes sociales.
Y, también editado por ESIC, me interesó un manual de autoayuda escrito por María Ángeles Chavarría donde la autora te da consejos para sacarle partido a tu tiempo, y, por lo tanto, a tu vida. Supongo que el running y una cierta vigorexia propios de mi edad, las exigencias del trabajo o esa sensación de que la vida se consume irremediablemente, y cada vez más rápido, me han cambiado definitivamente como lector. Espero que sea transitorio, o que la cosa, al menos, no vaya a más.
Se acabaron los tiempos en los que uno se paraba en la caseta de Hiperion con el firme propósito de llevarse un poemario de Rilke, o hurgaba en los stands de las librerías especializadas en busca de algún tratado de cine trascendental o de un sesudo análisis de la sociedad contemporánea escrito por el neomarxista de moda. O incluso estaba dispuesto a llevarse a casa y leer un clásico con todo el aparato de notas de las ediciones de Cátedra.
Afortunadamente, al final me reencontré conmigo mismo en la caseta de la editorial Pepitas de Calabaza, donde no pude resistirme y me lancé de cabeza a por el primer volumen de los diarios de Iñaki Uriarte, hedonista posmoderno y descreído que hace una literatura aparentemente ligera y vaporosa, socarrona, pero a la que uno se engancha irremediablemente. Y es que Uriarte, sin quererlo, aporta toda una visión del mundo, que dirían.
Me alegró descubrir que los de la editorial Pepitas de Calabazas no sólo viven del reconocimiento último que han tenido los libros de Uriarte, que, por cierto, ya ha dicho que no publicará ni una línea más de sus diarios, lo que es una verdadera pena. En el catálogo de la editorial de Logroño los libritos de Uriarte se mezclan con los de decenas de autores entre los que andan Julio Camba, Jaime de Armiñán, Manuel Jabois, José Luis Cuerda, Rafael Azcona y hasta el Marqués de Sade. Espero que les vaya bien a los de Pepitas.
Antes de llegar a Uriarte, un valor seguro en los tiempos que corren, me tentó la autobiografía de Felicidad Blanc, la abnegada y sufriente matriarca del clan de los Panero. Siempre me he asomado con una mezcla de morbo y necesidad al precipicio de la familia Panero. Siempre me sedujo esa mezcla de tortura existencial y delirante y provocativa puesta en escena que les sirvió para hablarnos del abismo -del suyo y del nuestro, no nos engañemos-. Sin embargo, en este caso no cedí, y Espejo de sombras, que publica ahora Cabaret Voltaire, y que se presenta como "un texto fundamental" para entender a la familia más famosa de la poesía española, al final se quedó en la caseta de la editorial. Quizá, y sin darme cuenta, esté empezando a desengancharme de la droga dura de los Panero.
Hace unos años, casi todos pensamos que el libro en papel casi tenía los días contados ante el empuje del formato electrónico y de Amazon, la poderosa multinacional que lo promueve. Yo creí a los agoreros que daban por muerto al libro tal como lo conocíamos desde Gutenberg. Sin embargo, hoy no creo que sean muchos los que mantengan ese pesimismo. Son innegables las ventajas del libro electrónico, sobre todo a la hora de dar con títulos olvidados o que nadie se atreve a reeditar, lo que ya es bastante. Pero, como dice el fino y concienzudo editor Jacobo Siruela, el libro de papel es "un objeto tecnológicamente perfecto". Un artefacto con 500 años que, además, mantiene la diversidad editorial y tantas y tantas librerías que hacen de nuestras ciudades un sitio menos triste en el que vivir.
Juan Antonio Corbalán, el exjugador de baloncesto, un hombre inquieto en la cancha y también fuera de ella, donde ha hecho carrera como cardiólogo y empresario de proyectos pioneros que aúnan medicina y deporte, firmaba en la feria Tú cuerpo. Manual de instrucciones (editorial Espasa). Por supuesto, Corbalán no congregaba allí ni una décima parte de los fans que a escasos metros esperaban una dedicatoria de Alessandra Neymar, autora de novelas románticas y adolescentes. Pero la figura del baloncestista, un tío afable y muy conservado sigue llamando la atención. Una señora que andaba por allí le certificaba a otra el hallazgo de la vieja estrella del deporte: "Sí hombre. Ése es Corbalán, el de toda la vida".
Por los libros que leemos o apilamos en la mesa de noche nos reconocerán, se podría decir. Sin embargo, yo, por los libros que hojeo en la Feria del Libro, sopesando una posible compra, cada vez me reconozco menos. Este año me sorprendí en las manos con uno del corredor de maratones Chema Martínez que llevaba en la portada el revelador título de No pienses, corre (Espasa). También estuve a punto de echarme a la mochila otro de la escuela de negocios ESIC donde a uno le dan las claves para conseguir los 10.000 seguidores en Twitter, marca a partir de la cual, entiendo, se empieza a ser alguien en el mundo de las redes sociales.
Y, también editado por ESIC, me interesó un manual de autoayuda escrito por María Ángeles Chavarría donde la autora te da consejos para sacarle partido a tu tiempo, y, por lo tanto, a tu vida. Supongo que el running y una cierta vigorexia propios de mi edad, las exigencias del trabajo o esa sensación de que la vida se consume irremediablemente, y cada vez más rápido, me han cambiado definitivamente como lector. Espero que sea transitorio, o que la cosa, al menos, no vaya a más.
Se acabaron los tiempos en los que uno se paraba en la caseta de Hiperion con el firme propósito de llevarse un poemario de Rilke, o hurgaba en los stands de las librerías especializadas en busca de algún tratado de cine trascendental o de un sesudo análisis de la sociedad contemporánea escrito por el neomarxista de moda. O incluso estaba dispuesto a llevarse a casa y leer un clásico con todo el aparato de notas de las ediciones de Cátedra.
Afortunadamente, al final me reencontré conmigo mismo en la caseta de la editorial Pepitas de Calabaza, donde no pude resistirme y me lancé de cabeza a por el primer volumen de los diarios de Iñaki Uriarte, hedonista posmoderno y descreído que hace una literatura aparentemente ligera y vaporosa, socarrona, pero a la que uno se engancha irremediablemente. Y es que Uriarte, sin quererlo, aporta toda una visión del mundo, que dirían.
Me alegró descubrir que los de la editorial Pepitas de Calabazas no sólo viven del reconocimiento último que han tenido los libros de Uriarte, que, por cierto, ya ha dicho que no publicará ni una línea más de sus diarios, lo que es una verdadera pena. En el catálogo de la editorial de Logroño los libritos de Uriarte se mezclan con los de decenas de autores entre los que andan Julio Camba, Jaime de Armiñán, Manuel Jabois, José Luis Cuerda, Rafael Azcona y hasta el Marqués de Sade. Espero que les vaya bien a los de Pepitas.
Antes de llegar a Uriarte, un valor seguro en los tiempos que corren, me tentó la autobiografía de Felicidad Blanc, la abnegada y sufriente matriarca del clan de los Panero. Siempre me he asomado con una mezcla de morbo y necesidad al precipicio de la familia Panero. Siempre me sedujo esa mezcla de tortura existencial y delirante y provocativa puesta en escena que les sirvió para hablarnos del abismo -del suyo y del nuestro, no nos engañemos-. Sin embargo, en este caso no cedí, y Espejo de sombras, que publica ahora Cabaret Voltaire, y que se presenta como "un texto fundamental" para entender a la familia más famosa de la poesía española, al final se quedó en la caseta de la editorial. Quizá, y sin darme cuenta, esté empezando a desengancharme de la droga dura de los Panero.
Hace unos años, casi todos pensamos que el libro en papel casi tenía los días contados ante el empuje del formato electrónico y de Amazon, la poderosa multinacional que lo promueve. Yo creí a los agoreros que daban por muerto al libro tal como lo conocíamos desde Gutenberg. Sin embargo, hoy no creo que sean muchos los que mantengan ese pesimismo. Son innegables las ventajas del libro electrónico, sobre todo a la hora de dar con títulos olvidados o que nadie se atreve a reeditar, lo que ya es bastante. Pero, como dice el fino y concienzudo editor Jacobo Siruela, el libro de papel es "un objeto tecnológicamente perfecto". Un artefacto con 500 años que, además, mantiene la diversidad editorial y tantas y tantas librerías que hacen de nuestras ciudades un sitio menos triste en el que vivir.