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Se repiten los graves incidentes en los estadios egipcios entre aficionados al fútbol y fuerzas policiales; dentro de los estadios, pero en sus inmediaciones también. Porque dada la magnitud de las tragedias y su escándalo, las autoridades decidieron primero suspender la Liga y después reanudarla, pero solo a medias; es decir, escogieron como mal menor y medida un tanto surrealista que los partidos se celebraran a estadio cerrado, sin espectadores y solo con los jugadores metiendo goles ante escasísimos testigos y sin ningún riesgo. Por eso, en lo que lamentablemente puede ser la penúltima tragedia relacionada con el fútbol en Egipto, en El Cairo al menos 22 personas resultaron muertas en el perímetro exterior del estadio de la Defensa Aérea, propiedad de las Fuerzas Armadas el pasado mes de febrero; al público no se le permitió la entrada, los excluidos organizaron puertas afuera el tumulto y la protesta, la mayoría de las víctimas falleció por asfixia tras una estampida provocada por el lanzamiento de gases lacrimógenos. La muerte y el juego tuvieron lugares distintos.
Realmente, la policía egipcia no suele distinguirse por su habilidad y prudencia en el uso de medios disuasorios contra manifestantes, un alto nivel de crispación en éstos suele provocar en los otros pánico y descontrol, con la utilización de las armas de fuego como último y habitual remedio. Desde luego, en Egipto esa combinación de la ira política con la pasión por el fútbol y la brutalidad policial explica muchas tragedias; meses después del derrocamiento de Hosni Mubarak (febrero 2011), en noviembre de 2012, en el estadio de Port Said, hubo 72 muertos, algo que se recuerda con gran emoción cada año desde entonces, obligando a la suspensión de la Liga y luego a la apertura sin apertura a la que antes se ha aludido de partidos sin público, taquillas cerradas, juego a solas y contadísimos testigos. Por el futbol en sí y por otras cosas añadidas desde siempre, en Egipto los partidos han registrado temperaturas emocionales altísimas en los estadios respectivos, especialmente en el estadio del Club Zamalek en El Cairo, con estentóreas y agresivas muestras en el apoyo o el rechazo de los aficionados al equipo preferido, por las incidencias en el juego y las actuaciones del árbitro, una profesión de alto riesgo en ese país.
Clamor deportivo y político
No sólo en Egipto, también en los demás países árabes, el futbol es sin discusión el deporte nacional, despierta sentimientos patrióticos y políticos, especialmente si el enfrentamiento con la policía se interpreta rabiosamente como un enfrentamiento contra ese Gobierno que no gusta; el estadio se convierte en un lugar de encuentro y de expresión pública para jóvenes urbanos mayormente desocupados e insatisfechos, sin paraje mejor para entretenerse y gritar. No sólo y más aún que en Egipto, recordemos la Guerra del Futbol o la Guerra de las Cien Horas, entre Honduras y El Salvador, julio de 1969, con entre cuatro mil y seis mil muertos y más de quince mil heridos. En el estadio se registra la confluencia oportuna para la reunión clamorosa y la violencia ocasional entre unos y otros espectadores, en algo que no se sabe cómo puede acabar, porque en el estadio también está la policía, siempre presente y con sustancial cantidad de efectivos, disponiendo de herramientas antidisturbios utilizadas no siempre con necesidad y con precisión. Mostrada su ineficacia en evitar víctimas, tampoco hay recato en el uso de armas blancas y de armas de fuego para provocarlas. Y eso descontando que normalmente no hay elevados índices de consumo de alcohol en un estadio árabe, los aficionados no acuden colocados al evento, se colocan con adrenalina deportiva y política y sin alcohol durante el mismo. No es recomendable en cualquier caso que a los eventos deportivos acudan mujeres. Por supuesto, prefieren abstenerse de presentarse fuera de zonas acotadas y tribunas; que alguna vez en El Cairo y Port Said se denominan muy propiamente gineceos.
En Egipto, la Liga de fútbol consta esencialmente del enfrentamiento entre los dos grandes partidos de primera división, el Ahly y el Zamalek, que suelen competir en el estadio del Club Zamalek en Gezirah, junto al Nilo, en terrenos del antiguo y estricto Club Zamalek, un club de campo parcialmente expropiado por Nasser. En una ciudad inmensa y caótica donde no abundan lugares para la reunión y el ocio, el fútbol tanto en el estadio como ante la pantalla de televisión se ha convertido en la distracción más socorrida, una manera para matar el tiempo y descubrir de paso y con excitación la pertenencia a una fortísima corriente tanto real como virtual, para descubrir afectos y coincidencias deportivas y políticas. No solamente se acudía al estadio para contemplar el juego, también para el intercambio de opiniones y para la política; de manera paulatina y acelerada, a partir de las revueltas de 2010, tanto el estadio como la universidad se han convertido en el campo de batalla y la plataforma de las tensiones políticas, de especial virulencia en Egipto, un refugio dada la inseguridad de las calles y de las instalaciones oficiales, la ausencia de otros espacios abiertos para verse unos a otros, para el clamor y la protesta. El estadio genera cohesión y organización.
El estadio es el ágora ya
El fenómeno de la llamativa politización del fútbol en los países árabes y en Egipto en especial, llevada por aficionados, ultras e hinchas, o de la utilización del estadio como cobertura y espacio preferido para la ruidosa libertad de expresión, ha cobrado tal entidad que merece la atención de los investigadores, por ejemplo de James Dorsey, autor de trabajos de enorme interés sobre el fútbol en Oriente Medio. Con frecuencia, en ese estadio en que se juegan partidos de fútbol en un país árabe -y en Egipto en concreto-, el espectáculo no está en el césped sino en las graderías; los actores principales no se encuentran entre los jugadores sino en el público. El estadio provoca una excitación deportiva sin descontar su conversión política que, por supuesto, no generan el Parlamento ni otros cenáculos públicos, más bien aburridos en lo deportivo, pero también en lo político. Por la presencia de aficionados políticamente activos o que acaban siéndolo a base de acudir a los estadios, se convierten éstos, como igualmente se convierten las universidades, en frentes contra el Gobierno y sus fuerzas de seguridad, de indignación y protesta por las duras reacciones policiales en que no se evitan heridos, muertos y por supuesto detenciones y procesos.
Sobre hinchas, ultras y aficionados suelen caer acusaciones de terrorismo y, a partir del Golpe de Estado del verano de 2013, de pertenencia a los Hermanos Musulmanes, cuya mano supuestamente está detrás de todos los males que afligen a los egipcios y que se dedican, entre otras actuaciones, a promover tumultos en los estadios, según la versión oficial de los sucesos. Todos los años desde febrero de 2012 se convocan, muy vigilados, homenajes por las víctimas del estadio de Port Said. Perseguidos por jueces y policías, se detecta sin embargo la formación de grupos políticamente activos entre aficionados que han descubierto en los estadios el pegamento, la amistad y la camaradería que tanto unen, como ocurre con el grupo Nahdawy. No parecen estar relacionados con un equipo de fútbol en concreto -pero sí estarían en contra del Gobierno Sisi, organizados o no- ni conectados con las redes que mantienen escondidas pero indudablemente activas los Hermanos Musulmanes. Por otra parte, se cruzan acusaciones recíprocas de colaboracionismo y terrorismo entre jugadores, aficionados y directivos de los clubes, en una especie de renovada lucha de clases en el ámbito deportivo egipcio. Varios miembros de Nahdawy habrían sido asesinados por las fuerzas de seguridad. Otros, a los que se asocia con los Hermanos Musulmanes, han sido encarcelados y procesados por los incidentes del pasado mes de febrero.
Fútbol y Hermanos Musulmanes
Para cualquier observador de la realidad egipcia, resulta incomprensible e imposible que un Gobierno u otro intente y consiga la eliminación completa de los Hermanos Musulmanes, como tampoco de los partidos de fútbol y su legión de aficionados tranquilos o exaltados, de ultras e hinchas, con todo lo excitante que supone para adolescentes y jóvenes en especial tener algo en qué creer, a donde ir, donde asociarse y corear de viva voz consignas, insultos y alabanzas. El fenómeno no es nuevo en absoluto, tiene sus propias y similares manifestaciones en todos los países en que el fútbol despierta pasiones y moviliza a la sociedad. Evidentemente y desde hace décadas, el deporte, y el fútbol en particular, también los boys scouts o exploradores, han servido y se han utilizado oficialmente para la movilización popular y patriótica en numerosas ocasiones y etapas históricas por parte del Partido Baaz, de Nasser, Burguiba, etc., como símbolos del socialismo y del Tercer Mundo, contra el colonialismo y el imperialismo, como reivindicación de las esencias y del ímpetu de la nación. El Estado Nación entre los árabes tiene entre sus etapas de construcción precisamente la creación de equipos de fútbol que, actuando dentro y fuera del país, representaban con brío la nueva nación.
Por ejemplo, en Argelia, el Frente Nacional de Liberación creó un equipo de fútbol para internacionalizar la lucha armada contra Francia, y clubs como Al Ahly en Egipto, Esperance en Túnez, Maludian en Argelia, Al Kramah en Siria, Al Hilal en Sudán, Al Widad en Marruecos, etc., funcionaron como escuelas ideológicas y pseudoescuelas militares para los impulsos nacionalistas que surgían con la descolonización. Es innecesario recordar además que los países del Golfo están emergiendo como centros de negocios de alcance mundial para el patrocinio y la práctica de los deportes, el turismo deportivo y el fútbol de manera muy especial. Todo ello para la mejor imagen internacional del país patrocinador. Para la juventud urbana, tanto espectadora como practicante, el fútbol y el estadio, configuran uno de los pocos espacios y quizás de los más preferidos ocasionalmente para expresar el rechazo a la política de su país, como protesta por las condiciones de vida para jóvenes y adolescentes y como una de las mayores oportunidades que a través de la televisión acreditaría formar parte de una sociedad global. El fútbol, en definitiva, se configura como fenómeno de enorme complejidad y de prolongaciones insospechadas en países y personas, para la sociología y la política, con tratamiento imposible de reducir al orden público y a la acción policial.