La pérdida de influencia de España en América Latina es triste y preocupante. Triste, porque es el ámbito internacional en el que más y mejor podemos influir y, preocupante, porque muchos intereses ciudadanos y económicos españoles no están siendo debidamente representados y protegidos.
Es vedad que el peso internacional no tiene baremos ni unidades de medida. No sabemos muy bien quién es quién en el oscuro mundo de las decisiones internacionales pero, múltiples indicios nos hacen ver a España con una insoportable levedad en la mayoría de los ámbitos latinoamericanos, siguiendo una peligrosa estela europea estos últimos años de abandono geopolítico de la zona.
Nuestro principal logro estos últimos días ha sido la anulación por parte de la Unión Europea de las visas obligatorias para ciudadanos de Perú y Colombia. Pero más allá de ese gesto, importante todo hay que decirlo, nuestra política internacional en el continente hermano, brilla por su ausencia. No nos hemos recuperado en Argentina de la expropiación de REPSOL, y la difícil situación macroeconómica de ese país en los mercados internacionales, tampoco nos ayuda a ser socios de su inestabilidad. Tampoco nos quieren demasiado, esa es la verdad, y así nos dejamos llevar a la inanidad en un país clave en Mercosur, puesto que nuestra influencia en Brasil es menor por razones lingüísticas, culturales y políticas.
En Venezuela nos hemos puesto de perfil. La Casa Blanca y el Vaticano hablan con Felipe González para influir allí y, hasta Colombia le pone un avión para salir del país. Pero nuestro temor a la reacción histérica de Maduro contra las empresas españolas nos condena a la irrelevancia.
En Colombia se negocia la paz. ¿Juega España algún papel en un proceso tan importante, en un país tan amigo? Que yo sepa, ninguno. Por supuesto, Cuba y Noruega son claves en La Habana y no pretendo semejante protagonismo. Pero un país como España, con tantas afinidades y experiencias en estos temas, debería ser un aliado internacional principal del presidente Santos en su valiente lucha por la paz.
Y qué decir de Cuba. Hace casi vente años, en 1995 -me contaba recientemente Felipe González-, España era el interlocutor de Europa para un acuerdo que, finalmente, frustró el propio Fidel. Luego llegó la famosa Posición Común que encabezó Aznar y perdimos todas las opciones de seguir siendo la cabeza europea en Cuba. Ahora, todos ponen allí sus miradas e intereses. Los EEUU que buscan recomponer su papel en toda América Latina ante la creciente presencia china y rusa. La UE que negocia un acuerdo a toda prisa. Hollande, que ha visitado Cuba como primer mandatario europeo. Todo el mundo cree que España es el puente en Cuba. Por idioma, por afectos, por presencia empresarial. Pero, ¿dónde está nuestro gobierno?
Tampoco la izquierda socialdemócrata y, en particular el PSOE nos libramos de estas ausencias. Tenemos pocos contactos políticos con las nuevas izquierdas del Alba. Es cierto que los principales de esta nueva izquierda latinoamericana prefieren relacionarse con los grupos comunistas clásicos o con los nuevos partidos de izquierda populista pero, es la socialdemocracia europea la que debe ofrecer a Correa en Ecuador -principal y más sólido líder de las nuevas izquierdas latinoamericanas- un marco de entendimiento futuro sobre un proyecto ideológico que -salvando las enormes distancias de origen- no puede diferenciarse mucho del Estado de bienestar que ambos defendemos.
Se ha dicho hasta la saciedad que Europa ha perdido pie, peso e influencia en América Latina, a pesar de seguir siendo el primer país cooperante y el primer socio comercial. La Cumbre UE-CELAC de primeros de junio quería enmendar esa ausencia de estos últimos años pero, no lo hará si España no pesa en Europa y consigue que las miradas internacionales de la UE, además de a Ucrania y el Mediterráneo se dirijan también a América Latina. Porque, por graves que sean -y lo son- los problemas en el Este y en el Sur de la Unión, las oportunidades políticas y económicas que tenemos en América Latina son inmensas y las potencialidades de esa Alianza Estratégica en la gobernanza mundial, son formidables e inaplazables.
Para eso, además hace falta una España fuerte en América Latina y, lamento decirlo, ahora no somos nadie. La presencia, bastante anodina de nuestro presidente Rajoy en la Cumbre de Bruselas del pasado diez de junio, lo certificó, a mi juicio.
Es vedad que el peso internacional no tiene baremos ni unidades de medida. No sabemos muy bien quién es quién en el oscuro mundo de las decisiones internacionales pero, múltiples indicios nos hacen ver a España con una insoportable levedad en la mayoría de los ámbitos latinoamericanos, siguiendo una peligrosa estela europea estos últimos años de abandono geopolítico de la zona.
Nuestro principal logro estos últimos días ha sido la anulación por parte de la Unión Europea de las visas obligatorias para ciudadanos de Perú y Colombia. Pero más allá de ese gesto, importante todo hay que decirlo, nuestra política internacional en el continente hermano, brilla por su ausencia. No nos hemos recuperado en Argentina de la expropiación de REPSOL, y la difícil situación macroeconómica de ese país en los mercados internacionales, tampoco nos ayuda a ser socios de su inestabilidad. Tampoco nos quieren demasiado, esa es la verdad, y así nos dejamos llevar a la inanidad en un país clave en Mercosur, puesto que nuestra influencia en Brasil es menor por razones lingüísticas, culturales y políticas.
En Venezuela nos hemos puesto de perfil. La Casa Blanca y el Vaticano hablan con Felipe González para influir allí y, hasta Colombia le pone un avión para salir del país. Pero nuestro temor a la reacción histérica de Maduro contra las empresas españolas nos condena a la irrelevancia.
En Colombia se negocia la paz. ¿Juega España algún papel en un proceso tan importante, en un país tan amigo? Que yo sepa, ninguno. Por supuesto, Cuba y Noruega son claves en La Habana y no pretendo semejante protagonismo. Pero un país como España, con tantas afinidades y experiencias en estos temas, debería ser un aliado internacional principal del presidente Santos en su valiente lucha por la paz.
Y qué decir de Cuba. Hace casi vente años, en 1995 -me contaba recientemente Felipe González-, España era el interlocutor de Europa para un acuerdo que, finalmente, frustró el propio Fidel. Luego llegó la famosa Posición Común que encabezó Aznar y perdimos todas las opciones de seguir siendo la cabeza europea en Cuba. Ahora, todos ponen allí sus miradas e intereses. Los EEUU que buscan recomponer su papel en toda América Latina ante la creciente presencia china y rusa. La UE que negocia un acuerdo a toda prisa. Hollande, que ha visitado Cuba como primer mandatario europeo. Todo el mundo cree que España es el puente en Cuba. Por idioma, por afectos, por presencia empresarial. Pero, ¿dónde está nuestro gobierno?
Tampoco la izquierda socialdemócrata y, en particular el PSOE nos libramos de estas ausencias. Tenemos pocos contactos políticos con las nuevas izquierdas del Alba. Es cierto que los principales de esta nueva izquierda latinoamericana prefieren relacionarse con los grupos comunistas clásicos o con los nuevos partidos de izquierda populista pero, es la socialdemocracia europea la que debe ofrecer a Correa en Ecuador -principal y más sólido líder de las nuevas izquierdas latinoamericanas- un marco de entendimiento futuro sobre un proyecto ideológico que -salvando las enormes distancias de origen- no puede diferenciarse mucho del Estado de bienestar que ambos defendemos.
Se ha dicho hasta la saciedad que Europa ha perdido pie, peso e influencia en América Latina, a pesar de seguir siendo el primer país cooperante y el primer socio comercial. La Cumbre UE-CELAC de primeros de junio quería enmendar esa ausencia de estos últimos años pero, no lo hará si España no pesa en Europa y consigue que las miradas internacionales de la UE, además de a Ucrania y el Mediterráneo se dirijan también a América Latina. Porque, por graves que sean -y lo son- los problemas en el Este y en el Sur de la Unión, las oportunidades políticas y económicas que tenemos en América Latina son inmensas y las potencialidades de esa Alianza Estratégica en la gobernanza mundial, son formidables e inaplazables.
Para eso, además hace falta una España fuerte en América Latina y, lamento decirlo, ahora no somos nadie. La presencia, bastante anodina de nuestro presidente Rajoy en la Cumbre de Bruselas del pasado diez de junio, lo certificó, a mi juicio.