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13 razones por las que querer a Miguel Poveda

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Después de disfrutar del documental dirigido por Paco Ortiz, 13. Miguel Poveda, y de descubrir entre otras cosas por qué ese número es un número tan importante en la vida del artista, se me ocurren como mínimo trece razones por las que resulta inevitable admirarlo y quererlo. El listado podría ser mayor, pero prefiero concentrar mis argumentos en esa cifra mágica que ayer entendí de qué manera ha contribuido a que Miguel tenga tanto duende.

  1. Poveda es un artista que ha sabido y que sabe lo que es empezar desde muy abajo, en un contexto social y familiar en el que la única manera de superar determinados límites ha sido el trabajo y el esfuerzo. Desde muy pronto aprendió que en su vida nada le regalarían, y que todo lo que consiguiera tendría que pelearlo. Miguel nunca ha olvidado esos orígenes, esas raíces, ese mundo del que nunca ha renegado y que, al contrario, le ha servido de estímulo para su constante superación.


  2. Miguel tiene un tesoro, que es su voz, pero también ha sabido siempre que los mejores resultados en esta vida, y también en el arte, se consiguen gracias al esfuerzo y al trabajo continuado. A las constantes ansias de superación y a no perder nunca las ganas de aprender. Detrás de sus éxitos es evidente que existen muchas horas de estudio, dedicación y entrega. Es decir, al derroche de su voz ha sabido sumarle las artes inquietas del estudiante aplicado.


  3. En ese constante aprendizaje, Poveda ha tenido la gran sabiduría de beber de las fuentes, de recoger el testigo de los y las más grandes que le precedieron, de ser consciente de que entraba en un mundo lleno de referencias a las que había no solo que adorar sino de las que también era preciso aprender. Sus diálogos intergeneracionales lo han hecho más grande y fuerte.


  4. Sus años de infancia silenciosa, ser el rarito de la clase, sus tantas horas de habitación, han hecho de él un hombre que, más allá de las luces del escenario, es introspectivo, hondo, buceador en sí mismo y sus complejidades. Tras su casi constante sonrisa, reside la profundidad del que ha tenido que liberarse de muchos barrotes. Al fin liberado del joven que tuvo que inventarse cuando hizo el servicio militar.


  5. Aun siendo consciente de su poderío, ha sabido rodearse siempre de un equipo competente, de profesionales cómplices y de personas que, más allá del trabajo, han sido capaces de contribuir a que sus apuestas, a veces tan arriesgadas, tengan solidez. Ese círculo, que además lo protege y le da cariño, hace que sus inseguridades sean menos y que su figura se multiplique ante los retos.


  6. Aunque ha sido y es el flamenco la savia que le da aliento y que lo mantiene siempre alerta, ha sabido acercarse a otras músicas con la misma pasión, el mismo respeto y las mismas ganas de hacerlas suyas. Cuando Miguel canta un bolero, una copla o un tango, no se convierte en un personaje que imita, sino que consigue que cada verso huela a verdad, y que cada emoción llegue limpia y tersa.


  7. Como el buen alumno que es, y desde la humildad que lo caracteriza, ha sabido arrimarse a artistas incontestables de nuestro panorama musical y ha logrado que, a su lado, su voz no sea la única protagonista, sino la compañera del otro y la otra. Basta con escucharlo al lado de Serrat, la Pradera o Ana Belén para comprobar que a Miguel le encanta sumar y disfruta compartiendo el escenario. Incluso, tal vez, sin ser del todo consciente de que eso hace su arte todavía más grande.


  8. En estos tiempos de nacionalismos absurdos y de fronteras que dividen inútilmente, Miguel es el más claro ejemplo de que la luminosidad democrática tiene que ver con la mezcla, con la ausencia de prejuicios, con el saber disfrutar y gozar de todos los espacios y tiempos. Este catalán medio andaluz y universal nos demuestra que el futuro reside en lo inter y en lo trans. Porque las fronteras, en la política, en el arte, en lo personal, solo provocan resentimientos y soledades.


  9. En una época tan dada al postureo y a sacar provecho mediático de lo más estrictamente personal, Miguel ha sabido mantener las justas distancias con su vida privada y con sus opciones más personales. Sin necesidad de ocultar nada, pero tampoco sin la búsqueda de portadas. Con elegancia y señorío. Tal y como se comporta sobre el escenario.


  10. Su amor por Sevilla, sin darle la espalda a la tierra que lo vio nacer y crecer, su entrega a Triana, su pasear por las orillas del Guadalquivir, su elección de hacerse hombre del Sur, es un signo más de cómo Miguel escucha siempre, o casi siempre, a su corazón. Y esa inteligencia emocional se nota en cada paso que da, cuando canta o cuando calla.


  11. Para los que hemos tenido la suerte de hablar con él, de tenerlo cerca aunque solo hayan sido unos minutos, todo lo anterior hemos visto cómo se resume en su permanente sonrisa, en la sencillez de un hombre que parece un eterno adolescente, que incluso se deja la barba para no parecer un niño. Y es que ese niño siempre está ahí, buscando poemas como el que un día le escribió a su querida abuela.


  12. En un mundo todavía tan cargado de razones patriarcales y de hombres que viven la masculinidad como un imperativo categórico, Miguel nos demuestra que se puede ser tío de otra manera. Desde las emociones y los afectos, desde lo que implica olvidarse de las jerarquías y disfrutar de la horizontalidad.


  13. Tal y como nos muestra la película, el tronco de Miguel continúa sujeto a la tierra por obra y arte de sus padres. De la madre cómplice que siempre lo entendió más que nadie y del padre que ya no está y que ha sido, como para tantos, ese referente con el que quizás solo con el tiempo uno salda las cuentas de afecto y reconocimiento.


Las razones anteriores, a las que podríamos sumar muchas más, bastan para explicar por qué Miguel Poveda nos toca el corazón a tanta gente. Su autenticidad y su valentía nos dejan desarmados lo mismo cuando nos recuerda los cantes de Jerez que cuando canta una copla desgarrada, como cuando pone voz a los versos enamorados de Lope de Vega. El secreto, su secreto, reside sin duda en lo bien que ha aprendido la lección que un día le enseñó Angel González. Donde pone la vida pone el fuego. Tal y como canta al final de la película con una Ana Belén vestida de rojo a la que mira como si fuera el niño protagonista de El amor del capitán Brando.



Este post fue publicado inicialmente en el blog del autor

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