Imagen: Refugiados sirios en la frontera entre Siria y Turquía/EFE
Llega el Día del Refugiado, un día clave para recordar una causa y unas vidas para todas las organizaciones que estamos 365 días con ellas.
Un día que será amargo, pero también retador y puede incluso que ilusionante.
Para las millones de personas refugiadas, arrojadas fuera de su hogar, forzadas (sí, forzadas) al exilio en su país o fuera de él, cada día es como una herida. Desahuciados de su casa, rotos en la familia sin quererlo, alejados de sus medios de vida cuando vivían de ellos, excluidos de afectos que desean cada día más.
Pongamos número a lo importante, los rostros y las vidas.
Cada cuatro segundos una persona se ve obligada a abandonar su casa. Hay más de 59.5 millones de refugiados y desplazados a causa de los conflictos, la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial. Yemen es una debacle, en Siria 11,5 millones de personas se han visto forzadas a abandonar sus hogares, casi cuatro fuera del país. Pocos han oído hablar de la República Centroafricana, donde iré dentro de unos días, un país asolado por la violencia donde la mitad de la población, casi tres millones, necesitan ayuda humanitaria, el 20% del país se ha tenido que desplazar de sus pueblos y viviendas. Hace dos años estuve en Sudán del Sur, país joven de población esperanzada y luchadora. Hoy la violencia vuelve a asolar esa tierra forzando a dos millones de personas a dejar su hogar y emprender el exilio interior o fuera del país.
La respuesta internacional es doble. Por un lado, y aunque no se cubren todas las necesidades humanitarias, los donantes, y de forma especial la Unión Europea a través de su oficina ECHO, destina ingentes recursos a ayudar a estos refugiados. Solo en Siria, la UE ha destinado 1100 millones de euros, 500 de ellos a través de instituciones comunitarias. Una ayuda imprescindible que permite principalmente salvar vidas tanto a las agencias humanitarias como a las ONGs. Pero también prevenir algunas crisis y reforzar los mecanismos de respuesta y resistencia a las catástrofes naturales y a los conflictos. En definitiva, conseguir lo que llamamos resiliencia, una apuesta por la vida a salvo y con derechos.
Por otro, los países miembros, sobre todo algunos, suben muros, construyen vallas, afilan cuchillas y negocian a la baja los cientos de refugiados que les corresponden.¿Dónde están estos refugiados? ¿En Almería, Nápoles, Berlín, Niza o Varsovia? Es cierto que Italia tiene ahora una presión mayor. Mientras España pone toda su diplomacia al servicio de rechazar una cuota de unos pocos miles de refugiados.
Pues bien hay dos millones de refugiados en Turquía y más de la mitad en Líbano. Chad, Camerún y República Democrática de Congo acogen a decenas de miles de centroafricanos, como Uganda, Kenia y Etiopía lo hacen con sur-sudaneses. Y así, en Burkina o Mauritania con malíes, y en tantos otros países en desarrollo de fronteras porosas y de acogida del que huye de la muerte. Sí, la ayuda humanitaria ayuda, pero les aseguro que hay tensiones con la población de acogida y competencia por los recursos. Estamos hablando de una presión muy fuerte, de poblaciones de refugiados y desplazados que llegan a igualar a las poblaciones de acogida que, muchas veces, ya viven en la escasez. Mientras, las potencias desarrolladas negocian por cientos de vidas más o menos dentro de sus fronteras. Sí, es injusto.
Mañana, y todos los días, es un día para valorar la acción humanitaria que salva vidas y está ahí con personas comprometidas, cuando más falta hace. Para entender los conflictos que fuerzan al refugio y denunciar sus causas, así como la insensibilidad del mundo desarrollado para acoger abiertamente a sus víctimas. Y sobre todo, es el día de sentir con las personas refugiadas, escuchar historias, ver vídeos, ponerse humildemente cerca de las mujeres y los hombres que, lejos de su deseo, fueron forzados a escapar para salvar su vida, y hoy viven bajo lonas, apiñados. Hay que acudir a ellos, hay que denunciar la inacción y las causas de su situación. Nunca el olvido.