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Vacaciones pagadas en el Purgatorio

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Para la geografía del Más Allá, de la Otra Vida y del Otro Mundo, para antes de la Resurrección de los Muertos y el Juicio Final no ha faltado desde el comienzo de los tiempos el trabajo acumulado de cartógrafos, teólogos y artistas, dudándose en la actualidad sobre el nivel de actualización, permanencia o rechazo de representaciones surgidas a todo lo largo y lo ancho de la Humanidad, y que por ello no son fáciles de desechar; con la constante inquietud por lo que ocurre después de la muerte y al abandonar la Tierra. Se llame de un modo u otro siempre se ha señalado el Cielo y el Infierno, el Paraíso y las Tinieblas, como destino para los buenos y los malos respectivamente, los beneficiarios de la Gracia de Dios y los condenados por no merecerla, condiciones absolutas y permanentes para la estancia, pero que desaparecían o se alteraban a medias y por algún tiempo, caso de residir en el Tercer Lugar, el Purgatorio, paraje para sufrir un poco o brevemente tan sólo.

Teniendo prácticamente todas las religiones similares mapas espirituales del Cielo y el Infierno, o el Paraíso y las Tinieblas, la religión cristiana y su Iglesia se distinguen de ellas y con gran originalidad por el Tercer Lugar, el Purgatorio, donde se elimina o relativiza la separación tajante entre aquellos dos, estableciéndose un puente muy transitado para comunicar este mundo y el otro, los vivos con los muertos, dando oportunidades a los ausentes. Que estos siguen permaneciendo entre nosotros, que nuestra vida continuará inspirada por su ejemplo, sus mensajes y su memoria, también es una constante que con distintas formas e intensidad propia tanto investigan antropólogos y forenses, manifestándose en funerales, homenajes, recuerdos varios, ex votos, como para impedir que los muertos desaparezcan para siempre y para dejar bien claro, de padres a hijos, que su compañía fue bienvenida y grata, se les respeta y honra.

Dependencia mutua entre vivos y muertos

Situadas las cosas en tal posición de dependencia mutua, pueden esperarse todas las peticiones posibles procedentes de una u otra parte, los muertos intercediendo por los vivos y corrigiendo su conducta y los vivos realizando todos los esfuerzos necesarios para que esos seres queridos puedan mejorar su posición en el Más Allá, abandonar el Purgatorio, llegar al Paraíso y gozar allí con la visión beatífica de Dios. Porque debe quedar claro que todo lo que se relaciona con el Tercer Lugar o Purgatorio está caracterizado por la temporalidad de la estancia, se reside en el Purgatorio para dejar de estarlo algún día y la duración de la estancia deriva precisamente de los esfuerzos y la voluntad de los que se quedaron en tierra, para acortarla y suprimirla. Las posibilidades que se brindan a los deudos son, por tanto, muy variadas, con un solo objetivo, a diferencia del tratamiento que no se ofrece para el que llega al Infierno o al Cielo, donde no hay nada más que hacer ni otro lugar adonde acudir, por su propia naturaleza son parajes inmutables, infinitos, eternos.

Por acabar en el Infierno no se puede salir, por residir en el Cielo no se quiere, no hay lugar mejor, allí se disfruta de la dicha suprema, en el Infierno se padecen los peores castigos, los que se corresponden sin remisión posible con los pecados capitales cometidos en vida. En líneas generales queda reservado para el Purgatorio el tratamiento y lavado de los pecados que no son mortales, los veniales, los pecadillos, que no ocasionan la muerte del alma y solo la manchan temporalmente. No es raro tampoco que desde el Más Allá los difuntos que están purgando sus penas se dirijan a los vivos, en sueños y apariciones diversas, para lamentarse de su suerte e implorar su ayuda, para lo cual se ofrece un amplísimo abanico de instrumentos y medidas; oraciones por supuesto, rogativas, vigilias, novenas y triduos, testamentos en especial y misas sobre todo, limosnas, cepillos reservados en las iglesias para las Ánimas del Purgatorio, hasta llegar a las indulgencias que hicieron plantarse a Lutero y los suyos, protestando, nunca mejor dicho, por la desmesura en poder y bienes que la solidaridad promovida entre muertos y vivos a través de la invención, recreación o fortalecimiento del Purgatorio se entregaba en manos de la Iglesia de Roma y de su Curia.

No era lugar para herejes ni griegos

Ni los herejes ni la Iglesia Griega compartieron la doctrina del Purgatorio, alumbrada por San Agustín, objeto de la primera definición pontificia en 1254, por Inocencio IV, con una formulación oficial de la Iglesia Latina en el Segundo Concilio de Lyon, 1274; en el Concilio de Trento, 1562, se insertó el Purgatorio en el Dogma de manera que se pretendía irrevocable, pero manteniéndose distancias respecto a los elementos imaginarios siempre rodeando el Tercer Lugar. Porque el Purgatorio es un filón para la imaginación y el arte, ha sido localizado en los volcanes, en Sicilia e Irlanda, sometido a normas reguladoras y mediciones de todo tipo, calculándose y relacionando la cantidad de pecados con los sufragios necesarios para eliminarlos, el lapso transcurrido en el Purgatorio, la eficacia contable de las indulgencias, el valor de la contrición y el significado de las advertencias previas; para que la persona amenazada y en tránsito, cercana a la muerte, actúe de manera circunspecta y prudente a fin de evitarse unas vacaciones desagradables, temporadas de incomodidad y esfuerzos que pueden salir muy caros caso de alargarse, una carga para los deudos empeñados en aliviarlas.

Con el Purgatorio la mentalidad popular tradicional combina sin saberlo el tiempo escatológico con el tiempo terrenal, introduciéndose una intriga en la historia individual de la Salvación, una intriga que prosigue después de la muerte porque ¿ a donde y como irá el finado ¿ Por supuesto que la Iglesia ha sido administradora y beneficiaria de ese trasiego entre vivos y muertos, directora en ese período de pena que se extiende entre la muerte y la resurrección, con las ordenes mendicantes y sus grandes teólogos, San Buenaventura, Santo Tomás de Aquino y San Alberto Magno, apoyando con firmeza la existencia del Purgatorio. Aunque la neguemos no dudamos de la grandeza y la categoría de una presunta invención a la que consagró su genio poético nada menos que el Dante, creando con su Purgatorio un lugar de excepción para la memoria humana; que es lo que importa, con independencia de la certeza o la falsedad, como importa en el maravilloso cuadro de Alonso Cano dedicado al Purgatorio, albergado en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, lo que me recuerda Juan Ignacio Samperio. Ya hemos perdido el miedo, eliminado finalmente por la apoteosis de un mito o una leyenda que para Chateaubriand sobrepasa al Cielo y al Infierno porque representa un futuro que le falta a aquellos.

UNA ARRIGADA CREENCIA POPULAR

En realidad la Iglesia no creó un mito, que favoreció, ni una fuente de ingresos, de la que se benefició no obstante, lo que sí hizo fue recoger y aprovechar una marea de sentimiento popular discernible desde los primeros momentos del Cristianismo que incluso le precedía, lo que ayuda a separar las fuentes diversas en las esta religión bebe en este y otros casos, no solo bebe en las Escrituras. Cuando la Iglesia conduce el Purgatorio desde las alturas del razonamiento teológico hasta la enseñanza cotidiana y la actuación pastoral, contribuyendo con voluntad o sin ella a la indudable movilización de los recursos de lo imaginario, el éxito del Purgatorio está asegurado, interesa sobremanera a literatos, artistas y no solo a los teólogos, refuerza el poder entre vivos y muertos y el de la Iglesia sobre todos los fieles, la cohesión de familias y comunidades, la solidaridad hacia los que se fueron, como de forma conmovedora hace San Agustín con ocasión de la muerte de su madre, Santa Mónica. Altamente recomendable la lectura de El nacimiento del purgatorio, Taurus 1981, del eminente medievalista Jacques Le Goff, relatándose de manera muy minuciosa ese proceso por el que el Purgatorio se presenta como el apoderamiento paulatino de la cultura erudita por parte de la cultura popular, de la teología a manos de las costumbres.

Y tampoco olviden lo que acaba de publicarse sobre el tema, el magnífico libro de Peter Brown, Harvard University Press, The Ranson of the Soul; After Life and Wealth in Early Western Christianity. Por supuesto que siempre queda a mano la Divina Comedia, con la inevitable secularización de fenómenos que la Iglesia y sus órdenes mendicantes aprovechaban pero en realidad incorporando prácticas y mentalidades paganas, de modo imperceptible pero natural, mezcladas con las enseñanzas cristianas. Desde tiempos remotos arranca una tradición de mediación de los vivos con los muertos, en que se remuneraría en la otra vida todo lo que se hiciera por ellos, en que se creía en la comunicación recíproca y por ello se organizaban rituales apropiados, los banquetes funerarios, invitados los muertos en " absentia" para saborear los magníficos manjares de este mundo. Quizás el Purgatorio es una falsedad teológica, como el Limbo o el Infierno, pero también una rica invención que sobrevive a la pérdida de méritos doctrinales, que sirvió para enriquecer a la Iglesia y también para consuelo propio e inversiones en los predios del Más Allá; que ocasionalmente siguen frecuentandose antes del viaje final, guiados por los mapas de los lugares imaginarios, en la cartografía de los sueños y los temores

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