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Cartas de marear

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Foto: Mayte Piera



Tengo en el salón de mi barco, enmarcado y enorme, una reproducción de un mapa del mundo navegable según Homero. Lo compré en Ítaca, para hacer más genuina su procedencia. La tierra, en los tiempos arcaicos, era un disco humilde flotando en agua, en el centro de una esfera transparente: el cielo. Por debajo de ese círculo se encontraba el ignoto tártaro, la región profunda del universo, que las sucesivas generaciones y reyertas divinas habían acabado poblando de rivales vencidos y penitentes. Es tan esquemático que seguramente dejaba al navegante encogido y boquiabierto, hechizado ante el enigma de los viajes posibles y siempre terribles. Lo que me fascina de esos inicios es que todo estaba por descubrir y se inventaban las mil artimañas mitológicas, filosóficas, astrológicas para explicar lo que veían o lo que intuían. Ante un mundo tan sencillo como reflejaba el mapa, solo cabía maquinar historias y aventuras, todas posibles y reales, ya que ese espacio imaginado bien lo podía haber dibujado un niño curioso. Lestrigones, sirenas, arpías y comedores de lotos eran recaladas incuestionables para cualquiera que se atreviera a dar vueltas por ese área circular.

No hay un momento concreto en el que se nos ocurriera plasmar en dos dimensiones lo que veíamos en tres -ahora dicen que pueden ser muchas más- para poder reproducir viajes ya realizados y dejar constancia de los peligros del camino. La geografía y, en concreto, la cartografía náutica, surgieron como una constante evolución de ese mapa homérico por sucesivas aportaciones de algunos, y a pesar de los frenazos religiosos de otros. Pero afortunadamente, los diferentes cultos no castran nuestro conocimiento al mismo tiempo: hoy me toca a mí, mañana a mí; y fueron los árabes esta vez los encargados de transmitir los antiguos trabajos griegos y continuar con el desarrollo de ciencias no accesible a los europeos durante más de 1000 años, como la astronomía, la matemática y la geometría. La mayoría de los mapas medievales tienen concepción de Orbis Terrarum, conocido por sus siglas O.T. La O representa el mundo circular, la forma geométrica perfecta, rodeado por el océano; la T hace referencia a la a la cruz y el centro del mapa era Jerusalén. Los árabes, sin embargo, partiendo de los escritos de Ptolomeo, estudiaron los sistemas de proyección y desarrollaron mapas para orientarse y viajar a la Meca. Los conocimientos griegos volvieron a nosotros con su paso por Al-Ándalus. De alguna forma corroboraban que el pequeño mundo era una circunferencia en la que todo circula, se aleja y retorna.

Hoy navegamos con sofisticados sistemas de posicionamiento y cartografías digitales. Dando un click con el ratón, tenemos acceso a toda la información que puede contener un pixel terrestre: profundidades, mareas, corrientes, predicciones meteorológicas, fotografías y hasta datos añadidos por nosotros. El viejo globo terráqueo deja de tener secretos que nos perturben. Los viajes pierden gran parte de su romanticismo. No despotrico de la tecnología que nos facilita la vida, pues solo hay que recordar el tiempo en que surcábamos los mares con gran parte del barco ocupado por las cartas de papel. Tenías dos soluciones: o las enrollabas en plan papiro y las guardabas en un armario, o las plegabas como una sábana y las apilabas en la mesa de cartas. En el primer caso, ellas tenían la costumbre de acomodarse y volver a su forma, como un muelle; por mucho que tú te empecinaras en lo contrario, acababas sujetando sus esquinas con los codos y la nariz, mientras el barco escoraba y el resto de utensilios resbalaba por la mesa. En el caso del plisado, indefectiblemente siempre caía una isla, o un bajo importante en el pliegue, por no comentar lo difícil que era trazar rectas con los altibajos del papel y los obstáculos de las molduras de la mesa de cartas, que aunque se llamara así, nunca tenía el tamaño suficiente como para albergar una entera extendida.

La cartografía electrónica nos hace cómoda la existencia, pero nos priva de los recuerdos de esas rutas dibujadas, que nadie se molestó en borrar, y esas filigranas en sus márgenes, producto de guardias aburridas y somnolientas; las que hoy me he encontrado en el trastero cuando una pila de cartas antiguas se han precipitado sobre mi cabeza. La electrónica hace más segura la navegación. Bueno, depende. Que se lo digan al Team Vestas que se subió en una isla en medio del océano, en la pasada Volvo Ocean Race, por olvidarse de darle a la ruedecita del ordenador para cambiar la escala.

Pero lo que más me preocupa es que lleguemos a olvidar su nombre; las cartas de marear.





Cartas
Letra: Sofía Katsuri
Música: Yiorgos Kaztzis
Cantante: Dimitra Galani


Cartas tus ojos y viajo
En tu mirada busco islas
Dulces y salobres semejan mares
Olas mandan que me asustan

Cartas tus ojos y todo recorro
Cada puerto escondido tuyo conozco,
Caminos y fronteras, todos tuyos,
Diez teletipos en tu mirada

Miles de noches me haces viajar
Como un colchón con bengalas mi cuerpo atormentas
Miles de noches me haces viajar
En las profundidades del Atlántico buscas mi cuerpo

Χάρτες
Στίχοι: Σοφία Κατζούρη
Μουσική: Γιώργος Καζαντζής
Πρώτη εκτέλεση: Δήμητρα Γαλάνη


Χάρτες τα μάτια σου και ταξιδεύω,
μέσα στο βλέμμα σου νησιά γυρεύω,
γλύκα κι αλμύρα σα θάλασσες μοιάζουν,
κύματα στέλνουνε και με τρομάζουν.

Χάρτες τα μάτια σου κι όλο γυρίζω,
κάθε λιμάνι σου κρυφό γνωρίζω,
δρόμοι και σύνορα, όλα δικά σου,
δέκα τηλέτυπα μεσ' στη ματιά σου.

Χιλιάδες νύχτες με ταξιδεύεις
σα στρώμα με βεγγαλικά το σώμα μου παιδεύεις,
χιλιάδες νύχτες με ταξιδεύεις
στα βάθη του Ατλαντικού το σώμα μου γυρεύεις.


Este post fue publicado inicialmente en el blog de la autora

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