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Perdone, ¿no será usted Emiliano Revilla?

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Imagen: GETTYIMAGES


Era una noche de otoño. Terminando octubre. Hacía calor. Gente por la calle. Jesús Álvarez no lo recuerda, pero al menos yo así lo sentía. Posiblemente era el preludio de lo que iba a vivir. A sentir. De lo que nunca ni en mis mejores sueños imaginé.

Con mis 23 años y recién licenciada iba noche tras noche al portal del domicilio de la familia Revilla. El industrial más conocido de aquel 1988 por su largo secuestro a manos de ETA seguía sin dar señales de vida. Tampoco de muerte. Era lo que mantenía la esperanza de los suyos: que de alguna u otra manera, con mucho o poco rescate (eso queda para las hemerotecas), Emiliano Revilla apareciera algún día. En algún sitio. Ojalá que en las mejores condiciones posibles tras 249 días de secuestro quién sabía dónde. ¡Y vaya que si estaba cerca!

Aquel sábado, ya casi domingo, mi cena de pareja no resultó tan satisfactoria como esperaba. Puede que no hubiera más razón que el desencuentro de un par de chicos jóvenes, que llevaban mucho tiempo juntos y que comenzaban a mirar en otras direcciones. Mi novio se fue a casa. Yo también a la mía. O al menos era la intención.

¡Ilusa de mí! El destino me llamaba, me pedía acuciante, insistente, que esa madrugada fuera -como todas desde que había comenzado mis prácticas de verano como periodista en la Agencia EFE- a dar una vuelta por la madrileña Plaza de Cristo Rey.

Sólo por si pasaba algo. No sé muy bien que esperaba que pasara, pero ALGO que yo pudiera redactar para ir llenando mi currículum con los mejores artículos, esos que abrirían la puerta de mi primer trabajo con contrato y sueldo.

Si quieres algo hay que buscarlo. Aunque no sepas qué. Da igual si se trata de la profesión o de la vida. Siempre es igual. 'Lucha por lo que creas con cabeza y tesón': estaba harta de escucharlo en casa a mis padres. Trabajadores incansables, honestos, perseverantes. Que apostaban por mi hermano y por mí.

Y allí estaba yo tras dar un volantazo a mi Simca 1200 por la M-30, el primer coche que mis padres con esfuerzo compraron a un íntimo amigo para facilitarme un poco más estudiar, trabajar, fomentar la periodista en que me convertiría.

Sonaban las noticias de las 2 en RNE. Nada nuevo, decía el locutor. Comenzaba a hacerse largo porque mis prácticas en EFE habían terminado dos meses atrás, pero aquello de ayudar a mis padres en un negocio familiar, acabar la carrera, aprender a valerme en Radio España de la mano de mi querido mentor Pepe Cañaveras, y algún trabajillo más eran muchas cosas para luego además no dormir pasando la noche a la puerta de los Revilla en busca de la noticia.

No imaginaba ni por lo más remoto que la noticia también iba a ser yo.

Si escuchas al corazón en ocasiones te cuenta cosas que tú ni siquiera sabes. Y esa noche me habló. Me latía. Me estallaba. ¿Por qué aquel hombre desconocido que caminaba a lo lejos en mi dirección me provocaba todas esas sensaciones? No parpadeé, contuve el aliento. Respiré hondo para no desmayarme de la impresión y reaccionar como debía ante lo que estaba a punto de suceder.

El hombre delgado, de expresión risueña, que caminaba resuelto y desprendía aroma a limpio parecía haber alcanzado su objetivo. Se sitúa frente al portal de aquel edificio tan frecuentado por los periodistas desde que en el mes de febrero ETA se le llevara también de allí mismo, aunque esa noche no había ningún periodista más. Busca algo en el bolsillo para enseguida alzar la mano hacia el portero automático y hacer intención de llamar. Lógico. Era su casa.

A unos metros, dentro de mi coche, yo seguía cada uno de sus movimientos. Si llamaba al timbre todo terminaría. Me levanté como impulsada por un resorte, saqué medio cuerpo del vehículo y le hice una seña. Él me esperó. Avancé con tanta rapidez como me permitía la pesadez de mis piernas, de mis brazos, de todo mi ser, ante el nerviosismo que me invadía... Y entonces, ya sí, le dije: "Perdone que le moleste, ¿no será usted Emiliano Revilla?"

Y fue ahí, en ese instante compartido con una becaria emocionada y aturdida, cuando el industrial cerró el capítulo más doloroso de su vida pero también cuando empezó mi historia. La que ahora, casi 28 años después, un director entusiasta, con un equipo profesional y entregado, quiere llevar a la gran pantalla. ¡Vaya regalo! Gracias, Luis Ferrández.

Emiliano volvió razonablemente bien de aquel zulo mínimo e inhumano. Desde aquella noche no le he vuelto a ver, pero sé -porque su yerno Jesús Álvarez, mi cómplice, me lo ha contado- que ha seguido viviendo, peleando, trabajando como siempre.

Hoy, como todos los cumpleaños que ha celebrado desde entonces, Revilla tiene razones más que consistentes para recordar aquel otro 30 de junio de 1988 que celebró privado de libertad con sus captores y que pudo ser el último. El sanguinario y arrepentido Urrusolo Sistiaga, que llegó a admirarle, decidió darle una nueva oportunidad de vida. La noche de su liberación los terroristas le dieron una tarta.

Seguro que cuando hoy sople las velas y tome un pedazo, recordará lo agridulce de aquella otra. Felicidades de mi parte, Emiliano. De todo corazón. Gracias por confiar en mí aquella noche, que cumpla muchos más, y ojalá que algún día, si usted quiere, lo celebremos juntos.

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