Hacía 9 años, 105 meses, que la plaza de la Virgen de Valencia se llenaba de tristeza, de peticiones de auxilio, de reivindicaciones, de ira, de necesidad de consuelo, de duelos y quebrantos. Hacía 9 años que la Asociación de Víctimas del metro se reunía en la plaza el tres de cada mes para recordar a los suyos y morirse de pena, mientras el ninguneo y la desidia del gobierno de la Generalitat seguía su curso. Hacía 9 años que buscaban el abrazo de un responsable que les dijera además, mientras les abrazaba: "sí, hicimos algo mal, vamos a averiguar qué paso. Venid, entrad en el despacho gubernamental, sentaos, hablemos, a ver, qué podemos hacer, vamos a escucharos, llegaremos hasta el final".
Durante ese tiempo han estado acompañados y solos, dejados y asistidos, han desfallecido y vuelto a levantarse. Han protagonizado reportajes, documentales, programas enteros de televisión. Han visto como la alcaldesa de Valencia se burlaba de ellos desde el balcón del Ayuntamiento. Les han obligado a quitarse sus camisetas de Cero Responsables en el pleno municipal y en el parlamento valenciano. Han cerrado su causa judicial, han visto cómo los presidentes Francisco Camps o Alberto Fabra les negaban el pan y la sal. Y algo tan simple como ese abrazo. Han sido maltratados, ignorados, olvidados por Canal 9, que jamás recogió en sus informativos la magnitud de la tragedia, jamás les apoyó, jamás puso el foco en las víctimas, ni siquiera en esas historias humanas que tanto suelen gustar en los programas sensacionalistas. Nada. Nunca. Nadie. Mentiras. Ocultamientos. Respuestas aprendidas. Desplantes. Desidia. Desprecio.
Pero ayer por la tarde, el 3 de julio de 2015 acabó todo. Acabó uno de los episodios más tristes de esta ciudad. Las 43 víctimas que murieron en aquel accidente y las 47 personas que resultaron heridas tuvieron paz. La plaza estaba llena y por primera vez en 9 años asistían a la concentración los miembros de un Consell conciliador y considerado, que por la mañana les había dado ese abrazo postergado durante nueve años. Allí estaban miles de valencianos aplaudiendo, medio llorosos, a una emocionada Beatriz Garrote, presidenta de esa asociación batalladora e insólita que tantos buenos ejemplos ha dejado. Por ejemplo, que a la larga, sólo lo ético es útil. Ahí es nada.
También estaba allí Jordi Évole, el hombre que, junto a todo su equipo de Salvados, lo cambió todo para siempre. La fuerza de la tele, sin duda. Allí donde NUNCA estuvo Canal 9, estuvo este chico singular narrando "Los olvidados", ese programa que revirtió el asunto, que lo puso en el mapa de verdad, que consiguió lo que sólo consiguen los buenos programas de televisión: remover el alma, la conciencia, despertar del letargo a los que están dormidos. Convulsionar, emocionar, enseñar, destapar, desvelar las mentiras y a los mentirosos. A los ruines. En Valencia sabemos mucho de eso. Hemos sido pioneros en todo lo malo y el programa de Salvados nos puso a todos en evidencia.
Évole estuvo, tal y como se esperaba de él, emotivo y divertido. Contundente y locuaz. Y dijo una frase preciosa y sentida (sé que lo piensa de veras) que provocó el aplauso total. "Sólo por hacer ese programa, Los olvidados, merece la pena dedicarse al periodismo". Gracias a aquel espacio, por cierto, esos olvidados nunca más volvieron a serlo.
Ayer, en la que si todo va bien será la última concentración, (los dos objetivos que perseguían quedaron cumplidos: ser recibidos por el gobierno de la Generalitat y conseguir una comisión de investigación de verdad), había alegría y cierta serenidad. Y como dijo Beatriz Garrote, las lágrimas pesaban mucho menos, porque ya no estaban acompañadas de la frustración. Ayer se marchaban de la plaza, esperemos que para siempre, porque "lo hemos conseguido".
Ayer, el poeta al que recordó Évole, Vicent Andrés Estellés, que escribió aquello de "no podran res davant d'un poble unit, alegre i combatiu" (no podrán hacer nada frente a un pueblo unido, alegre y combativo) se habría sentido orgulloso de sus compatriotas: así estábamos ayer en esa plaza de Valencia.
Durante ese tiempo han estado acompañados y solos, dejados y asistidos, han desfallecido y vuelto a levantarse. Han protagonizado reportajes, documentales, programas enteros de televisión. Han visto como la alcaldesa de Valencia se burlaba de ellos desde el balcón del Ayuntamiento. Les han obligado a quitarse sus camisetas de Cero Responsables en el pleno municipal y en el parlamento valenciano. Han cerrado su causa judicial, han visto cómo los presidentes Francisco Camps o Alberto Fabra les negaban el pan y la sal. Y algo tan simple como ese abrazo. Han sido maltratados, ignorados, olvidados por Canal 9, que jamás recogió en sus informativos la magnitud de la tragedia, jamás les apoyó, jamás puso el foco en las víctimas, ni siquiera en esas historias humanas que tanto suelen gustar en los programas sensacionalistas. Nada. Nunca. Nadie. Mentiras. Ocultamientos. Respuestas aprendidas. Desplantes. Desidia. Desprecio.
Pero ayer por la tarde, el 3 de julio de 2015 acabó todo. Acabó uno de los episodios más tristes de esta ciudad. Las 43 víctimas que murieron en aquel accidente y las 47 personas que resultaron heridas tuvieron paz. La plaza estaba llena y por primera vez en 9 años asistían a la concentración los miembros de un Consell conciliador y considerado, que por la mañana les había dado ese abrazo postergado durante nueve años. Allí estaban miles de valencianos aplaudiendo, medio llorosos, a una emocionada Beatriz Garrote, presidenta de esa asociación batalladora e insólita que tantos buenos ejemplos ha dejado. Por ejemplo, que a la larga, sólo lo ético es útil. Ahí es nada.
También estaba allí Jordi Évole, el hombre que, junto a todo su equipo de Salvados, lo cambió todo para siempre. La fuerza de la tele, sin duda. Allí donde NUNCA estuvo Canal 9, estuvo este chico singular narrando "Los olvidados", ese programa que revirtió el asunto, que lo puso en el mapa de verdad, que consiguió lo que sólo consiguen los buenos programas de televisión: remover el alma, la conciencia, despertar del letargo a los que están dormidos. Convulsionar, emocionar, enseñar, destapar, desvelar las mentiras y a los mentirosos. A los ruines. En Valencia sabemos mucho de eso. Hemos sido pioneros en todo lo malo y el programa de Salvados nos puso a todos en evidencia.
Évole estuvo, tal y como se esperaba de él, emotivo y divertido. Contundente y locuaz. Y dijo una frase preciosa y sentida (sé que lo piensa de veras) que provocó el aplauso total. "Sólo por hacer ese programa, Los olvidados, merece la pena dedicarse al periodismo". Gracias a aquel espacio, por cierto, esos olvidados nunca más volvieron a serlo.
Ayer, en la que si todo va bien será la última concentración, (los dos objetivos que perseguían quedaron cumplidos: ser recibidos por el gobierno de la Generalitat y conseguir una comisión de investigación de verdad), había alegría y cierta serenidad. Y como dijo Beatriz Garrote, las lágrimas pesaban mucho menos, porque ya no estaban acompañadas de la frustración. Ayer se marchaban de la plaza, esperemos que para siempre, porque "lo hemos conseguido".
Ayer, el poeta al que recordó Évole, Vicent Andrés Estellés, que escribió aquello de "no podran res davant d'un poble unit, alegre i combatiu" (no podrán hacer nada frente a un pueblo unido, alegre y combativo) se habría sentido orgulloso de sus compatriotas: así estábamos ayer en esa plaza de Valencia.