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No te creas ni la mitad de lo que te dicen por Facebook

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En Facebook y en las redes sociales en general solemos crear una imagen muy distorsionada de nosotros mismos. Hace poco me encontré con una amiga a la que no veía desde hacía tiempo, y, antes de dejarla hablar, le dije que me alegraba por lo bien que le iba en vida. En realidad, todo lo que sabía de ella provenía de los comentarios y fotos que casi a diario sube a Facebook. En esas instantáneas siempre se la ve sonriendo, celebrando algún cumpleaños, de animada cháchara con amigos en una terraza, o en una actitud cordial y cariñosa con sus padres o en casa de su hermana con los sobrinos. La sorpresa llegó cuando reconoció que últimamente no le van tan bien las cosas, que pasa por momentos de abatimiento, y que esos sobrinos a los que tanto parece querer, en realidad la detestan, o cuando menos, no la entienden y no quieren perder un minuto escuchando sus penas.

Lo mismo me ocurrió con una amiga de mi mujer, de los tiempos de la infancia. Ésta, que siempre pasó por reservada y tímida, sorprendió a todos hace unos años en el Whatsapp. En el grupo que los amigos de mi mujer habían creado para ponerse al corriente y organizar alguna reunión, la amiga apocada de antaño llamó la atención por su locuacidad y su chispa. ¿Qué había pasado? El cambio de actitud no pasó desapercibido a nadie, y a una de las primeras reuniones de los integrantes del grupo de Whatsapp algunos acudieron simplemente para confirmar la metamorfosis. Pero no hubo tal. Desgraciadamente, la animadora de las interminables conversaciones del teléfono seguía siendo la persona taciturna que todos recordaban. Aquella tarde, mientras todos charlaban e incluso compartían alguna confidencia, la amiga de mi mujer no dijo ni mu.

A muchos, el poder frío de la pantalla y la soledad desde la que escriben y contestan los mensajes les da una falsa sensación de anonimato y de inocuidad, y les llevan a construir una imagen equivocada o, cuando menos, muy parcial de su vida. También ayuda a desvirtuar las cosas el deseo poderoso de agradar a todas horas, de transmitir una imagen positiva a toda costa. ¿Quién se atreve a decir en Facebook que en su vida todo va de mal en peor, que no aguanta a su jefe, que las vacaciones han sido un desastre o que la relación con su pareja está a punto de irse al traste? Es de entender. Al fin y al cabo, nadie quiere proyectar una imagen negativa en una reunión (sea presencial o virtual) por las repercusiones que podría tener y por el temor a quedarse aislado o a ser demonizado.

Sin embargo, corremos el peligro de convertirnos en una caricatura en Internet, en un triste remedo de nosotros mismos. El carácter fragmentario de lo que publicamos favorece la parodia. Tengo algún amigo que siempre aparece de fiesta en Facebook o en Instagram. A otros sólo los veo hablando de fútbol, cocinando exquisiteces o cazando ciervos en los montes de Toledo, como si su vida sólo fuera eso. Por no hablar de los hay que se pasan el día subiendo chistes rijosos y de mal gusto al grupo de Whatsapp.

Los hay incluso dispuestos a pagar por proyectar una imagen diferente y edulcorada de sí mismos en las redes y sociales. En Brasil surgió hace un par de años un servicio, Namorofake, que, por un módico precio, le proporciona al usuario que lo contrata una pareja falsa con la que puede simular una relación en Facebook. Esta pareja ficticia lo único que hace es dejar comentarios en el perfil público del cliente, puesto que la tarifa no da derecho a ningún tipo de contacto en la vida real, ni siquiera a través de videoconferencia o chat. Algunos, por lo que tengo entendido, contratan a una expareja virtual con el único objetivo de dar celos a su cónyuge. Y si uno quiere alardear de verdad, puede contratar la modalidad premium del servicio (más de 40 euros al mes), que le da acceso a las mujeres u hombres más atractivos del servicio.

En fin, es verdad que las redes sociales nos acercan a la gente y a los amigos, pero muchas veces a costa de quedarnos con una imagen equivocada de ellos.

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