En la playa, suceden cosas interesantes.... Una llamada del proedros y ya estábamos abajo. El proedros es el alcalde del pueblo. Ha llamado a la tabernera, que tiene el local en medio del pueblo, sale a terraza y empieza a vocear:
- Anaa
- Sí
- Que dice el proedros que bajes a la playa
- ¿Para qué?
- Ni idea. Algo pasa con un barco.
No sé qué nos imaginamos: naves a la deriva, pecios, corsarios, invasiones por mar, un ataque de tiburones sanguinarios, avispas asesinas, gatos rabiosos, arañas peludas. ¡Ha llegado el fin!
Cogimos el coche y nos despeñamos durante un kilómetro entre precipicios para llegar a la playa, donde todo, aparentemente, permanecía en calma; las barquitas flotando, los arboles serenos, las sillas esperando traseros y las mesas ordenadas en fila. El coche viejo del viejo Kosta, el coche destartalado del destartalado pescador oficial, Vangelis, y el coche del proedros, que aunque se llama Spiros hace años que no oye pronunciar su nombre. Es secretario desde tiempos homéricos y su nombre de pila solo lo menta su madre, en circunstancias muy solemnes, casi aterradoras. Lo normal es que todos le saludemos con un simple "Eh ¡Proedre!"
Deslumbraba, ya desde arriba, se ve el blanco de un catamarán de unos catorce metros amarrado entre rojos y amarillos de redondeadas amuras y azules agua de una tarde apacible. Resultaba curioso verlo allí, en aquel lugar donde había que ir sorteando obstáculos de botes y amarras, pero el patrón había visto el pequeño muelle que utilizan los pescadores para aproximarse cuando trapichean con sus redes y se había puesto nervioso. Sólo es un volado de cemento, sobresaliendo de la roca, como una mano abierta que desafía las leyes temporales, gravitatorias y meteorológicas; una plataforma obstinada que sigue en pie año tras año mientras hacemos apuestas sobre cuando caerá. Pero él vio el muelle, pensó en lo estupendo que sería bajar a tomar una cerveza sin mojarse, y allá que fue como un obús. La maniobra, toda una obertura rossiniana.
- Os he llamado porque hoy tenemos juerga.
- Ya veo.
Estaban sentados en una mesa sorbiendo sus pajitas de café frapé. Vangelis, que suele hablar con coloratura, como si fuera el gallo Claudio, les decía que era mejor si ponían el catamarán al otro lado, pero se lo decía con su sube y baja declamado y en griego. El patrón le respondía con una mirada de desprecio y aires de tunosabesquiensoyo. Siguieron sorbiendo sus pajitas.
A mí me admira el temple que tiene estos griegos; aquel mastodonte moviéndose bajo maniobras de torpes manos entre sus barcas me daba espanto. Si hubiera sido mi barco, me hubiera tirado a degüello. Ellos sorbían pajitas.
¿Cuántos caballos tendrá? ¿Cuánto cala? Como lleva dos motores debe de girar en el sitio ¿Por qué hace eso? ¿Dónde habrá sacado el título? Si tira ahí el ancla, enganchara todos nuestros muertos. ¿De donde será? ¿Por qué le chilla tanto a su mujer? Se habrá enfadado con ella.
Consiguieron amarrar el barco tras mucho esfuerzo y se quedó allí como un Gulliver grotesco en un Liliput de cascarones balanceantes. Bajaron en un momento a tomarse una cerveza para seguir su periplo de mil calas en seis días. Todo un estrés.
El trío había terminado sus cafés, y ante la falta de espectáculo se disponían a salir cada uno por un lado, pero el aguerrido capitán -¿de dónde salen estos capitanes?- quiso hacer una demostración de su valía marinera. Soltó las amarras y dio avante con los dos motores, de dos hélices para ser más exactos, en vez de cobrar el fondeo para alejarse despacio ¿Qué podríamos esperar? Enganchó la tela de araña con la que tejen los pescadores las amarras de sus barcos y se quedó tieso como un jamón. Se pararon los motores y las risotadas se oyeron en Ítaca; sobre todo, las de Vangelis que tiene risas de tres octavas. Y Kostas, impertérrito viendo cómo la embarcación auxiliar que utiliza para llegar a su Dina, su barca en mayúsculas, sucumbía bajo el tirón de la amarra enredada en la hélice del héroe vespertino.
- La va a hundir.
Pidieron otro frapé y continuaron riendo a mandíbula batiente. Mucho más cuando el capitán se tiró al agua con un puñal en la boca: en ese momento nos caímos de las sillas.
Una dedicatoria a aquellos que siembran cizaña y piensan que Grecia se acabará en sus periódicos y en sus telediarios.
Este post fue publicado inicialmente en el blog de la autora