Imagen: WIKIPEDIA
Al hablar de cascadas, todo el mundo tiene en mente la imagen de un curso de agua que se precipita en el vacío formando una cortina líquida. Impresionan a primera vista y bien merecen una visita para disfrutarlas en su plenitud. Están por todo el mundo, desde las cataratas de Iguazú en la frontera de Argentina y Brasil a las del Niágara entre Estados Unidos y Canadá, pasando por las cascadas escondidas del sur de Islandia, por citar solo algunas.
En ecología, "el efecto cascada" no tiene nada que ver con saltos de agua, y se refiere a una cadena de sucesos que ocurre de forma inevitable y, en ocasiones, impredecible, y que afectan a un ecosistema. Uno de los efectos cascada más comunes corresponde a las cascadas de hábitat, en las que un formador de hábitat crea espacio vital para un formador de hábitat que podríamos denominar "intermedio" y éste a su vez crea un ambiente para que se desarrollen unas especies y éstas a su vez engloban los requisitos que necesitan otro grupo de especies. Por tanto, se trata de una sucesión de procesos y resulta más fácil de entender a partir de un ejemplo. Una planta marina, con raíces, tallo, hojas y floración -por tanto, no confundir con un alga- crea un sustrato idóneo para el crecimiento de algas sobre la superficie de sus hojas (algas epífitas), y estas algas constituyen un hábitat favorable para el desarrollo de una comunidad de invertebrados ("epifauna"). Y éstos a su vez son la base de la alimentación de varios peces.
Las cinco amenazas principales para la conservación de la biodiversidad (destrucción de hábitats, cambio climático, sobreexplotación de recursos, contaminación y las especies invasoras) pueden impactar sobre las cascadas de hábitat. En el ejemplo anterior, con la pérdida de la planta marina, se produce la destrucción en su totalidad del hábitat asociado, las algas epífitas -y, por tanto, la epifauna- también desaparece. Las cascadas de hábitats son un buen ejemplo sobre las consecuencias de la pérdida o regresión de ciertas especies que son formadores de hábitat, como en este caso la planta marina.
Resulta curioso que este tipo de hechos contrastados se infravalore; incluso llega a no ser considerado a la hora de ejecutar acciones en la costa que provoca una destrucción importante del hábitat. En muchos casos, únicamente se tiene en cuenta la reducción de una planta marina, sin incluir en la ecuación a todos los efectos asociados que conlleva su presencia en esa zona costera. Afortunadamente, los esfuerzos de mucha gente implicada (científicos, técnicos de administración, organizaciones ambientales, etc.) han empezado a dar sus frutos, y el grado de protección de muchas especies se ha incrementado por su importancia en los ecosistemas marinos.
Ya estamos dando los primeros pasos...y, sobre todo, ¡a seguir concienciando a la sociedad!