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El 'Orgullo' y el PP

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Concluidas las fiestas de El Orgullo, cabe hacer muy diversos balances de las mismas. El más pacífico es quizás el meramente económico, pues más allá de la cantidad exacta de millones de euros que ha reportado a los negocios y comercios de la ciudad de Madrid (se cifra entre ciento veinte y ciento cincuenta millones), lo que resulta indiscutible es que constituye un atractivo turístico de primer orden, que atrae a decenas de miles de personas de toda España y del extranjero, y que deja ingentes cantidades de dinero no solo en manos privadas, sino también para las arcas municipales.

Desde una perspectiva institucional, El Orgullo ha contado este año con el incondicional apoyo del Ayuntamiento de Madrid, cuya alcaldesa, Manuela Carmena, incluso recibió a los manifestantes en el escenario de la Plaza de Colón pronunciando unas elegantes y cálidas palabras de reconocimiento y apoyo al exitoso movimiento de defensa de los derechos de lesbianas, gais, transexuales y bisexuales (LGTB).

También desde el Gobierno de la Comunidad de Madrid, presidido por Cristina Cifuentes, se quiso mostrar el apoyo a estas fiestas de la diversidad con un gesto muy significativo, colocando la bandera arcoiris en el balcón de la sede del Gobierno, en la emblemática Puerta del Sol. Un gesto de reconocimiento y apoyo que, este año, ha inundado de color los balcones y fachadas de cientos de instituciones públicas de todo el territorio nacional, incluido el propio Ayuntamiento de Madrid, de cuya fachada principal ha colgado una enorme e histórica bandera arcoiris, que simboliza todo lo conseguido y nos recuerda lo que aún queda por alcanzar.

Desde un punto de vista social, el más trascendental, El Orgullo estatal que se celebra en Madrid se ha consolidado ya como el mayor evento internacional de la diversidad, en el que se conjugan a la perfección la parte reivindicativa y la festiva. La reivindicación se encuentra capitaneada por las dos asociaciones que convocan y organizan la multitudinaria manifestación que discurre por las calles del centro de Madrid, y que este año tuvo lugar el sábado, 4 de julio: el histórico y justamente reconocido Colectivo de Lesbianas, Gáis, Transexuales y Bisexuales de Madrid (COGAM), al que desde hace años ya se sumó la Federación Estatal (FELGTB), que agrupa a la mayor parte de la asociaciones LGTB de toda España. La fiesta, que tiene también múltiples manifestaciones de carácter cultura, convierte a Madrid durante cinco días en el inigualable lugar de encuentro de cientos de miles de personas que ansían disfrutar alegremente de una libertad casi recién conquistada.

De entre todas las razones que explican el abrumador éxito de esta manifestación reivindicativa y de estas fiestas quizás la principal sea la siguiente: todo el mundo es bienvenido a El Orgullo. Aunque por su origen, El Orgullo surgió como un grito de protesta contra la insoportable discriminación y persecución que las personas LGTB padecían, y todavía hoy padecen, en muchos lugares del mundo, lo cierto es que su ámbito de irradiación se ha extendido, de modo que hoy en día toda persona, sea cual sea su orientación sexual o identidad de género, su ideología, sus creencias o, en general, sus gustos, puede sentirse partícipe de la fiesta y de la reivindicación. Al fin y al cabo, lo que se reivindica y lo que se celebra es la igualdad, y eso es algo que a todas y a todos, de una manera u otra, nos afecta o compromete.

Por último, desde una perspectiva política o, mejor dicho, partidista, las cosas dejan de ser tan pacíficas. En la disputada primera línea de la enorme manifestación que tuvo lugar el sábado, tras la pancarta que reivindicaba "Leyes por la igualdad real ¡YA!", se encontraban altos representantes de todos los partidos políticos, excepto de uno, el aún mayoritario en Madrid y en toda España, el Partido Popular, porque no había sido invitado por los organizadores a estar allí. Es más, porque incluso contra su expreso deseo de participar, las asociaciones organizadoras de la manifestación les habían vetado su presencia, ya que, en su opinión, aún no se dan las circunstancias para que se pueda sumar, dado que antes "es necesario que muestre, a través de medidas concretas, su compromiso" con los derechos de las personas LGTB.

Es cierto que el Partido Popular no se ha caracterizado hasta el momento por su defensa incondicional de los derechos de las personas LGTB. En la mente de todos permanece, por ejemplo, el ignominioso recurso de inconstitucionalidad contra la ley que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo. Es cierto. Pero también es verdad que dentro del Partido Popular hay personas que están muy lejos de esas posiciones obcecadas e intransigentes, y que tratan de hacer oír su voz en defensa de la igualdad de las personas LGTB. Y ese es un dato que hay que tener muy en cuenta. El Partido Popular no es un bloque granítico en el que todos sus miembros y simpatizantes piensen igual. Seguramente, en el Partido Popular convivan más almas que en ningún otro partido. Junto a personas que cabría situar en la extrema derecha e, incluso, en la derecha nostálgica del franquismo, también integran este partido político otras muchas personas de ideología conservadora o (neo)liberal, que se sienten ya absolutamente alejadas de los planteamientos más recalcitrantes y carpetovetónicos. Y entre estas últimas, como decía, hay también muchas que buscan que en su partido se reconozca de una vez por todas que las personas LGTB merecen exactamente la misma consideración que las personas heterosexuales y cisexuales (no transexuales).

Es por eso que me parece un error negar a un miembro de este partido político, más aún cuando ostenta un alto cargo institucional relevante, la posibilidad de ocupar un puesto en la cabecera de la manifestación de El Orgullo, junto a los representantes de los demás partidos políticos, de los sindicatos, de asociaciones, etc. La historia que queda por escribir del movimiento LGTB en nuestro país solo seguirá siendo una historia de éxito si, de una vez por todas, asumimos que la dignidad de las personas LGTB es una cuestión que a todos atañe, con independencia de cuál sea la adscripción o preferencia política de cada uno. Como gay que soy aspiro a que cualquier persona me reconozca como igual, sin importarme si esa persona es conservadora o socialista, como yo.

Creo que ese es el gran paso que tienen que dar las asociaciones LGTB de nuestro país, gracias a cuyo ingente trabajo diario y a su independencia, por cierto, tanto hemos conseguido avanzar en los últimos años en materia de igualdad. Un paso que pasa por conseguir que cada vez sean más las fuerzas sociales y políticas a título colectivo, o integrantes de las mismas a título individual, los que se sumen a esa causa que constituye la razón de ser del movimiento LGTB: conseguir que la igualdad formal acabe transformándose en igualdad real.

El pasado ya ha sido escrito. La Historia se encargará de recordarnos dónde estaba cada uno en cada momento. Pero el futuro que tenemos que escribir solo será de color arcoiris si conseguimos que una amplísima mayoría social y política haga suya esa causa. Por eso celebraría que el año próximo, en la Manifestación de El Orgullo, haya representantes de todos los partidos políticos. De ser así, habremos dado un salto de gigante hacia la consecución de nuestro gran objetivo: que ser lesbiana, gay, transexual o bisexual no signifique nada distinto a ser heterosexual en el espacio público. Esa es la auténtica igualdad real a la que nunca renunciaremos.

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