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Servicios de Inteligencia: una cuestión de confianza

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Imagen: GETTYIMAGES


A los Servicios de Inteligencia tanto Hollywood como la literatura les ha perjudicado y beneficiado mucho. Perjudicado, porque el cine ha dado una determinada imagen, un estereotipo que poco tiene que ver en muchas ocasiones con la realidad de un Servicio de Inteligencia. Pero también es cierto que se acercan cada vez más a la realidad de cómo funciona un Servicio de Inteligencia o un agente de Inteligencia, y que gracias a ellos hay cada vez más conciencia del papel fundamental de la Inteligencia en la protección y prevención de los Estados y sus ciudadanos, aunque en algunas ocasiones no haya sido así.


De todas formas, en ambos casos se echa en falta esa información que da lugar a un diálogo serio y riguroso sobre estos temas. No es la primera vez que se habla sobre los Servicios de Inteligencia, pero sí nos gustaría que fuera a través de este blog la primera vez que se escribe o habla de manera diferente sobre los Servicios de Inteligencia en democracia, su misión, sus objetivos, su visión, valores, etc.


Considero que para escribir sobre los Servicios de Inteligencia conviene no tener ninguna prisa ni urgencia. Me considero sólo un académico que tiene una tarea muy modesta: llamar la atención sobre una institución/organización del Estado que algunos ignoran, que a otros no les despierta el más mínimo interés, y cuyo trabajo, sin embargo, es fundamental para un Estado de derecho.


Escribir sobre los Servicios de Inteligencia lleva en muchas ocasiones a que te consideren un elemento más de la estrategia del Servicio de Inteligencia, o a que te consideren un anti-servicio de Inteligencia. La objetividad, la crítica constructiva, el equilibro y la armonía siempre han resultado difíciles y forman parte de nuestra responsabilidad ciudadana.


Fue una persona de un Servicio de Inteligencia quien me preguntó si era verdad que para mí, y para muchos de aquellos que estábamos en aquel Congreso, un Servicio de Inteligencia era un lugar fascinante. Al parecer, para él, que lo vivía y lo había sufrido diariamente durante muchos años, no lo era tanto. Le respondí que para mí, como creo que para muchos de los ciudadanos que allí estábamos, era un lugar y un mundo fascinante. Quizá la fascinación que ejercen los Servicios de Inteligencia es consecuencia, entre otras, del misterio, es decir, de la ocultación innecesaria o de una falta de información, que es algo que ha venido caracterizando hasta hace poco a los Servicios de Inteligencia.


Todo ello ha dado lugar a un distanciamiento entre los Servicios de Inteligencia y la sociedad, entre Servicios de Inteligencia y academia. Quizá ese alejamiento es normal si no nos hemos buscado nunca. ¿Cómo iba a suceder que un día nos encontrásemos para no sentirnos extraños, para reflexionar sobre cuestiones que nos afectan, para compartir conocimiento, para aportar mejoras, para criticar y rectificar...? Era imposible. Hoy ese distanciamiento ni es viable, ni es práctico, ni aporta seguridad. Es una irresponsabilidad, y por tanto resta libertad.

Una cuestión de confianza

Hoy, gracias a Internet, se calcula que el 97% de la información del mundo se encuentra digitalizada. Internet se nos revela como una herramienta genial de conocimiento, de búsqueda de información, de comunicación, donde cualquiera pueda opinar e informar entre otras posibilidades. De igual forma, Internet ha facilitado que los delitos en la red sean un negocio que genera 500.000 millones al año; que los ciberataques -como el realizado al Bundestag alemán- a empresas y organismos oficiales se hayan convertido en algo cotidiano, con el consiguiente coste millonario; que las empresas, gracias a la cantidad de información que pueden adquirir sobre nosotros y nuestras preferencias, nos vendan como datos, y que el Estado nos vigile por nuestro bien para protegernos de posibles amenazas.


Todo ello nos lleva a la tesitura de tenernos que plantear si uno puede confiar en determinadas empresas o si uno puede fiarse de sus respectivos Gobiernos. Si nos centramos en estos últimos, el problema que resolver es el que nos plantea qué pasa con la vigilancia incontrolada de los Estados. Hemos sabido recientemente cómo unos países llevan a cabo el rastreo masivo de datos sobre países y personas. El caso Snowden alerta sobre el espionaje electrónico indiscriminado que realizaba la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) americana. Cada país desconfía del vecino, aunque sea aliado, y Estados Unidos recela de todos. A nivel oficial se protesta con la boca pequeña y ahí tenemos los ejemplos de Alemania y Francia respecto a Estados Unidos. Lo que es mal visto si lo realiza un país extranjero no es considerado tan grave si se aplica internamente en cada país. Y cuando la legislación impide realizar prácticas de vigilancia o de control se le pide a un tercero que las realice.


Realmente, uno se pregunta si un país, a través de sus vías diplomáticas, políticas, comerciales, de sus fuentes abiertas, de sus análisis y de la cantidad de recursos de que dispone necesitaría además escuchar conversaciones telefónicas de los respectivos dirigentes para conocer una situación y orientarse para tomar una decisión.


Centrando nuestra reflexión, la pregunta es: ¿qué ocurre cuando nuestros Servicios de Inteligencia, con unos poderosos ordenadores, obtienen cantidades ingentes de datos, incluidos los personale,s procedentes de Internet? Internet ofrece a los Servicios de Inteligencia la posibilidad de chequear todos esos datos que sirven para identificar perfiles y seguir pistas que puedan llevar a contrarrestar amenazas sobre los ciudadanos y prevenir ataques contra intereses estratégicos y económicos de un país. Es una constante que los Gobiernos, ante las nuevas amenazas que surgen, reclamen para sí el poder ampliar sus capacidades preventivas al ponerse en peligro la llamada seguridad nacional. Esto es lo que llevó al director de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) a declarar que para identificar una aguja en un pajar (al terrorista, al crimen organizado, etc.) necesitaba controlar todo el pajar.


Es preciso indicar, en primer lugar, que los Servicios de Inteligencia juegan un papel fundamental en la prevención y protección de los ciudadanos y de los intereses estratégicos de los Estados. En segundo lugar, que es ilegal filtrar información clasificada. Siendo esto cierto, es muy difícil tomar una actitud crítica frente a los filtradores, cuando lo que éstos nos transmiten deja tanto que desear. Tendríamos que crear mecanismos internos, y que realmente funcionaran dentro de las instituciones, incluidos los servicios de inteligencia, para que se pudieran denunciar las malas prácticas, los abusos y que no hubiera necesidad de que existieran snowdens.


La mayoría de los ciudadanos quieren que su país esté protegido, y se toman la seguridad, al igual que la educación y la sanidad, como algo muy serio. Pero también, y de igual forma, los ciudadanos consideran que para conservar y disfrutar de la seguridad no hay que renunciar a los derechos fundamentales de los individuos. Dentro de estos, la privacidad es una parte integral de una sociedad libre, y esta no es posible si cada uno de nosotros está preocupado porque pueden estar leyendo sus mensajes, escuchando sus conversaciones o porque puede que nos sintamos vigilados. El modo en cómo se gestiona la seguridad es motivo de preocupación para cualquiera a quien importa la democracia. La trampa está en vender y ofrecer seguridad por los mismos cauces con los que se violenta la privacidad. Dejando que me vigilen me hacen sentir seguro. El miedo ha sido siempre un gran negocio.


El diagnóstico desde la oficialidad es el mismo: por la seguridad, vale casi todo. Uno, parafraseando al Cándido de Voltaire, se dice a sí mismo: si esta es la mejor de las seguridades posibles en los países democráticos ¿cómo será en los otros? Tenemos que decir que el concepto de seguridad empleado hasta ahora ya no sirve. Es un concepto altamente inseguro. La seguridad se nos ha vuelto extraña. Tan rara e insólita que en ella muchas veces no existen la vergüenza ni la ética ni los reparos. Esa chocante y asquerosa seguridad donde muchas veces todo está permitido.


A la vista de todo ello, uno de los retos principales en nuestras sociedades democráticas es lograr que Internet sea una herramienta libre, abierta y segura. Otro de los desafíos que tenemos por delante es conseguir una seguridad sin merma de los derechos individuales de los ciudadanos. Lo contrario no tiene ningún mérito.


Para toda esta labor, el trabajo de los Servicios de Inteligencia es vital y, es más, depende en gran parte de que los ciudadanos confíen en ellos. Pero la confianza también se gana. La incertidumbre únicamente nos la reduce quien es creíble, y sólo es creíble quien es coherente. Así se genera confianza, sabiendo los ciudadanos que lo que hacen sus Servicios de Inteligencia en secreto es legal, es ético y está al servicio de todos los ciudadanos. Los ciudadanos tienen que confiar y creer que sus Servicios de Inteligencia no están violando la privacidad de la mayoría de las personas normales ni se llevan a término prácticas que dejan mucho que desear y que se realizan en su nombre. Las malas prácticas a la larga nunca son eficaces, ni siquiera cuando se utilizan para el bien.


Es preciso que tomemos conciencia de que no sólo combatimos el terrorismo, el crimen organizado o el blanqueo de dinero a través de los Servicios de Inteligencia y de acciones militares y diplomáticas. También lo hacemos cuando somos coherentes con nuestros ideales europeos, nuestros valores democráticos y damos ejemplo respetando los derechos fundamentales. El ideal europeo también se creó para defender estos valores, y a ello contribuyen los Servicios de Inteligencia.

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