"¡Riégueme!, ¡riégueme!", así suplicaba la actriz madrileña Carmen Maura a un operario de limpieza que la mojara por completo ante el calor sofocante de una noche de verano en la película La ley del deseo (1987). El director, Pedro Almodóvar, rodaba así una de sus escenas míticas en Madrid, frente al Cuartel del Conde Duque, hoy convertido en centro cultural.
¿Por qué no rodar más en las calles, en los parques y en las plazas de nuestras ciudades y pueblos? Simplemente, ¿por qué no rodar? Madrid, lugar donde nací, se merece ser protagonista de nuestros sueños, de nuestra mirada a través de una pantalla. Y poder disfrutar de este espectáculo con la gente, con la familia, amigos y vecinos. La respuesta a tan sencilla cuestión es clara para la mayoría de los mortales. Las dificultades a las que se enfrentan los productores hace casi imposible realizar dicha gesta: excesivas trabas administrativas, falta de apoyo por parte de las instituciones y las archiconocidas causas que sobrevuelan como pajarracos a la espera de la muerte del otro para abalanzarse sobre su presa y arrancarle el corazón. Me refiero al excesivo IVA, a la reducción del Fondo de Protección a la Cinematografía, a la escasez de incentivos fiscales, a la piratería, al cierre de salas de cine, a la nula importancia de la enseñanza del séptimo arte en los planes educativos y a un largo etcétera.
Por supuesto que no es el único problema que existe en Madrid. Hay infinidad de inconvenientes que deben solucionarse. Los árboles de Madrid bien podrían suplicar como Carmen Maura: "¡riégueme, riégueme! O incluso: "no me tale por favor", pero esos asuntos se los dejo a los expertos en dicha materia.
Simplemente, me gustaría poner en valor los aspectos positivos que nuestra ciudad puede brindar a la producción cinematográfica. Hace unos meses asistí a un encuentro organizado por la Unión de Cineastas en el Círculo de Bellas Artes. A este acto estaban invitados los representantes de la cultura de ocho partidos políticos que, muy amablemente, escucharon los lamentos de los cineastas. Tomó la palabra el profesor y decano de la Facultad de Humanidades, Comunicación y Documentación de la Universidad Carlos III, José Manuel Palacio. Habló del cine como hecho fílmico pero también como un hecho que recoge y documenta la identidad de un pueblo. Y tiene razón. Madrid es y será cine con sus rodajes, pero casi tan importante será su legado histórico a través del cine, su imagen, su cultura y sus costumbres. Su acervo será en el momento en que los espectadores del futuro puedan visionar cómo era el Madrid de una época determinada. El cine de generación en generación. El cine como documento de la realidad.
Partiendo de esta premisa, Madrid es un gran decorado cinematográfico con miles de localizaciones, con edificios y paisajes de diferentes épocas. Esto es lo que tenemos que conservar. Es la riqueza que ofrece Madrid. Hay diversidad de festivales preocupados por mantener la cultura cinematográfica que apoyan a los directores que comienzan y que ofrecen una rica programación al público. Hay escuelas de cine con excelentes profesores en activo y que compaginan su actividad docente con la difícil tarea de sacar adelante un proyecto cinematográfico de calidad.
Por esto y por mucho más debemos cuidar las salas de cine, hacer comprender a quien no lo entiende la importancia de tener buenas películas para proyectar en grandes pantallas blancas porque si no, blancas se van a quedar las mentes de los ciudadanos y de sus gobernantes.
Y, desde un punto de vista más material, más económico, no cabe duda de los beneficios que suponen los rodajes de películas españolas, pero también debemos dirigir el foco a las producciones extranjeras realizadas en nuestro territorio. Sirvan como ejemplo títulos tan conocidos como El ultimátum de Bourne en Madrid, Vicky Cristina Barcelona en dicha ciudad o Misión Imposible II y la serie Juego de tronos en Sevilla. Son proyectos que suponen un desembolso a considerar en el lugar donde se llevan a cabo, con los beneficios que de ellos se derivan. A posteriori, se puede atribuir al cine el aumento del interés turístico en aquellas zonas geográficas donde se ha desarrollado una producción, nacional o internacional.
Este hecho debiera ser mejor aprovechado y explotado por los que tienen en sus manos la decisión de hacerlo. Un indudable valor económico que tiene como consecuencia la creación de puestos de trabajo en el sector del cine pero también en el terciario. Y si hablamos de los rodajes en los barrios de Madrid, un resurgimiento y apoyo a los pequeños negocios, al tejido comercial de toda la vida que poblaba, hace años, sus calles revitalizando el asociacionismo y las ganas de hacer. Por ello, deseo que el cine sea patrimonio de todos. Por un Madrid de cine.
¿Por qué no rodar más en las calles, en los parques y en las plazas de nuestras ciudades y pueblos? Simplemente, ¿por qué no rodar? Madrid, lugar donde nací, se merece ser protagonista de nuestros sueños, de nuestra mirada a través de una pantalla. Y poder disfrutar de este espectáculo con la gente, con la familia, amigos y vecinos. La respuesta a tan sencilla cuestión es clara para la mayoría de los mortales. Las dificultades a las que se enfrentan los productores hace casi imposible realizar dicha gesta: excesivas trabas administrativas, falta de apoyo por parte de las instituciones y las archiconocidas causas que sobrevuelan como pajarracos a la espera de la muerte del otro para abalanzarse sobre su presa y arrancarle el corazón. Me refiero al excesivo IVA, a la reducción del Fondo de Protección a la Cinematografía, a la escasez de incentivos fiscales, a la piratería, al cierre de salas de cine, a la nula importancia de la enseñanza del séptimo arte en los planes educativos y a un largo etcétera.
Por supuesto que no es el único problema que existe en Madrid. Hay infinidad de inconvenientes que deben solucionarse. Los árboles de Madrid bien podrían suplicar como Carmen Maura: "¡riégueme, riégueme! O incluso: "no me tale por favor", pero esos asuntos se los dejo a los expertos en dicha materia.
Simplemente, me gustaría poner en valor los aspectos positivos que nuestra ciudad puede brindar a la producción cinematográfica. Hace unos meses asistí a un encuentro organizado por la Unión de Cineastas en el Círculo de Bellas Artes. A este acto estaban invitados los representantes de la cultura de ocho partidos políticos que, muy amablemente, escucharon los lamentos de los cineastas. Tomó la palabra el profesor y decano de la Facultad de Humanidades, Comunicación y Documentación de la Universidad Carlos III, José Manuel Palacio. Habló del cine como hecho fílmico pero también como un hecho que recoge y documenta la identidad de un pueblo. Y tiene razón. Madrid es y será cine con sus rodajes, pero casi tan importante será su legado histórico a través del cine, su imagen, su cultura y sus costumbres. Su acervo será en el momento en que los espectadores del futuro puedan visionar cómo era el Madrid de una época determinada. El cine de generación en generación. El cine como documento de la realidad.
Partiendo de esta premisa, Madrid es un gran decorado cinematográfico con miles de localizaciones, con edificios y paisajes de diferentes épocas. Esto es lo que tenemos que conservar. Es la riqueza que ofrece Madrid. Hay diversidad de festivales preocupados por mantener la cultura cinematográfica que apoyan a los directores que comienzan y que ofrecen una rica programación al público. Hay escuelas de cine con excelentes profesores en activo y que compaginan su actividad docente con la difícil tarea de sacar adelante un proyecto cinematográfico de calidad.
Por esto y por mucho más debemos cuidar las salas de cine, hacer comprender a quien no lo entiende la importancia de tener buenas películas para proyectar en grandes pantallas blancas porque si no, blancas se van a quedar las mentes de los ciudadanos y de sus gobernantes.
Y, desde un punto de vista más material, más económico, no cabe duda de los beneficios que suponen los rodajes de películas españolas, pero también debemos dirigir el foco a las producciones extranjeras realizadas en nuestro territorio. Sirvan como ejemplo títulos tan conocidos como El ultimátum de Bourne en Madrid, Vicky Cristina Barcelona en dicha ciudad o Misión Imposible II y la serie Juego de tronos en Sevilla. Son proyectos que suponen un desembolso a considerar en el lugar donde se llevan a cabo, con los beneficios que de ellos se derivan. A posteriori, se puede atribuir al cine el aumento del interés turístico en aquellas zonas geográficas donde se ha desarrollado una producción, nacional o internacional.
Este hecho debiera ser mejor aprovechado y explotado por los que tienen en sus manos la decisión de hacerlo. Un indudable valor económico que tiene como consecuencia la creación de puestos de trabajo en el sector del cine pero también en el terciario. Y si hablamos de los rodajes en los barrios de Madrid, un resurgimiento y apoyo a los pequeños negocios, al tejido comercial de toda la vida que poblaba, hace años, sus calles revitalizando el asociacionismo y las ganas de hacer. Por ello, deseo que el cine sea patrimonio de todos. Por un Madrid de cine.