Entre las muchas jugadas de leyenda que tiene el fútbol, hay una a la que se denomina la atajada del siglo. Ocurrió en 1970, en el Mundial de México. Brasil y Gran Bretaña buscaban la hegemonía. Jugaba, entre otros maravillosos futbolistas en una y otra selección, O Rei Pelé. Un cabezazo de Pelé, imposible de parar, fue rechazado por Gordon Banks, el chino Banks, el portero británico. Aquella quedó fijada como la mejor parada de todos los tiempos, un artificio para los récords. Ganó Brasil 1-0, con gol de un extraordinario Jairzhino.
Yo he visto una parada mejor que la del chino. Se la hizo hace cuatro años Iker Casillas a Perotti en el Sánchez Pizjuan, a mitad del partido entre el Real Madrid y el Sevilla. A bocajarro, mezcla de reflejos de gato y suerte de campeón, imposible de repetir y de explicar si no se vé. Acudan a Google y comparen las atajadas de Banks e Iker, y las acometidas de Pelé y Perotti. Todo se concentra en un segundo. Si alguien recién llegado de otro planeta se pregunta por qué a Casillas se le ha denominado "el Santo" o, mejor, "San Iker", ahí tiene la explicación.
También está en la red el desvío a Roben, que significó para España su única Copa del mundo: tan importante como el gol de Iniesta fue la parada de Iker. O todo un partido: el de la final de la novena Copa de Europa del Real Madrid, en Glasgow, en 2002: un chaval de 21 años tiene que salir en frío, en el último tercio del encuentro, a sustituir a un compañero lesionado, César, y desmoraliza a un contrario que tiene cercada la portería del Real porque va perdiendo 2-1 (goles de Raúl y -otra leyenda del fútbol- la volea de Zidane al Bayer Leverkusen) y se le acaba el tiempo de la gloria.
El fútbol se compone de mitos. Cada uno tiene los suyos y algunos, pocos, son indiscutibles, seas del equipo que seas. Hace unos años, en uno de los partidos de veteranos del Bernabeu yo iba con mi hijo y vi sentado a Di Stéfano. Me paré, y le comenté a Javier, emocionado: "Mira, estás viendo a Dios". Del mismo modo que yo he presumido muchas veces delante de los míos y les he dicho, como el abuelo Cebolleta, "yo vi jugar a Di Stéfano", ellos podrán decir a los suyos "yo vi jugar a Iker Casillas, el mejor portero del mundo". De igual manera que nunca comprendí que Di Stéfano tuviese que abandonar el Madrid y pasar una larga travesía de exilio para volver y ser reconocido y nombrado presidente de honor, tampoco entiendo lo que ha pasado con Iker. He sufrido estos años los silbidos desagradecidos e injustos del peor mourinhismo en el Bernabeu, capaces de destrozar los nervios de cualquiera (menos los de Iker). Su marcha es un efecto más del trienio negro del Real Madrid, en el que un personaje nefasto puso en cuestión los valores del club, y se le dejó hacer. Mourinho nunca perdonó a Iker la llamada telefónica a Xavi Hernández (otro mito) para rebajar aquella tensión fascista entre el Real y del Barça. Al final, Iker y Mourinho representan lo mejor y lo peor del madridismo.
La despedida de ahora a Casillas no es la definitiva. Un día Iker, como Raúl, volverá por cualquier motivo al Bernabeu. Entonces, mientras los suyos le aplauden y le agradecen tanta felicidad acumulada durante mucho tiempo, podrá hacer como Míchel, otro madridista sin remisión. Tras pasar una mala etapa, también silbado por una parte de la afición sin memoria, Míchel marcó un gol y estalló: desaforado, a todo correr, señalando con el dedo índice a la grada, comenzó a gritar: "¡Me lo merezco, me lo merezco!".
Iker Casillas, te lo mereces.
Yo he visto una parada mejor que la del chino. Se la hizo hace cuatro años Iker Casillas a Perotti en el Sánchez Pizjuan, a mitad del partido entre el Real Madrid y el Sevilla. A bocajarro, mezcla de reflejos de gato y suerte de campeón, imposible de repetir y de explicar si no se vé. Acudan a Google y comparen las atajadas de Banks e Iker, y las acometidas de Pelé y Perotti. Todo se concentra en un segundo. Si alguien recién llegado de otro planeta se pregunta por qué a Casillas se le ha denominado "el Santo" o, mejor, "San Iker", ahí tiene la explicación.
También está en la red el desvío a Roben, que significó para España su única Copa del mundo: tan importante como el gol de Iniesta fue la parada de Iker. O todo un partido: el de la final de la novena Copa de Europa del Real Madrid, en Glasgow, en 2002: un chaval de 21 años tiene que salir en frío, en el último tercio del encuentro, a sustituir a un compañero lesionado, César, y desmoraliza a un contrario que tiene cercada la portería del Real porque va perdiendo 2-1 (goles de Raúl y -otra leyenda del fútbol- la volea de Zidane al Bayer Leverkusen) y se le acaba el tiempo de la gloria.
El fútbol se compone de mitos. Cada uno tiene los suyos y algunos, pocos, son indiscutibles, seas del equipo que seas. Hace unos años, en uno de los partidos de veteranos del Bernabeu yo iba con mi hijo y vi sentado a Di Stéfano. Me paré, y le comenté a Javier, emocionado: "Mira, estás viendo a Dios". Del mismo modo que yo he presumido muchas veces delante de los míos y les he dicho, como el abuelo Cebolleta, "yo vi jugar a Di Stéfano", ellos podrán decir a los suyos "yo vi jugar a Iker Casillas, el mejor portero del mundo". De igual manera que nunca comprendí que Di Stéfano tuviese que abandonar el Madrid y pasar una larga travesía de exilio para volver y ser reconocido y nombrado presidente de honor, tampoco entiendo lo que ha pasado con Iker. He sufrido estos años los silbidos desagradecidos e injustos del peor mourinhismo en el Bernabeu, capaces de destrozar los nervios de cualquiera (menos los de Iker). Su marcha es un efecto más del trienio negro del Real Madrid, en el que un personaje nefasto puso en cuestión los valores del club, y se le dejó hacer. Mourinho nunca perdonó a Iker la llamada telefónica a Xavi Hernández (otro mito) para rebajar aquella tensión fascista entre el Real y del Barça. Al final, Iker y Mourinho representan lo mejor y lo peor del madridismo.
La despedida de ahora a Casillas no es la definitiva. Un día Iker, como Raúl, volverá por cualquier motivo al Bernabeu. Entonces, mientras los suyos le aplauden y le agradecen tanta felicidad acumulada durante mucho tiempo, podrá hacer como Míchel, otro madridista sin remisión. Tras pasar una mala etapa, también silbado por una parte de la afición sin memoria, Míchel marcó un gol y estalló: desaforado, a todo correr, señalando con el dedo índice a la grada, comenzó a gritar: "¡Me lo merezco, me lo merezco!".
Iker Casillas, te lo mereces.