El PP acaba de escenificar su enésima vuelta al centro y la pregunta que planteó en su día Alfonso Guerra sigue sin respuesta: en qué extremo de la derecha vive el partido de Mariano Rajoy para estar siempre viajando al centro y no llegar nunca. En todo caso, el PP ha vuelto a bajar el telón tras su enésimo trayecto hacia la nada con titulares propios de terror de serie B -'La pesadilla'- y ha cambiado el envoltorio con el que oculta lo mismo de siempre: recortes y corrupción. Así las cosas, quizá lo único que se preguntan los españoles al ver el maquillaje nuevo del PP es si Rajoy lo habrá pagado en A o en B.
Convirtiendo su Conferencia Política en un ejercicio de terapia de grupo, el PP ha dejado claro que encara los meses terminales de esta legislatura dominado por la ansiedad y preso del nerviosismo. La derecha se sabe perdedora porque se ve fuera del Gobierno como demuestra a diario Rajoy actuando como líder de la oposición. Poco importa que el PP se vista de domingo, se haga un nuevo lifting y encierre sus alas en un círculo o en el sobre donde han vivido los últimos 20 años. Rajoy es el presidente del un Gobierno roto y agotado y el líder -aún- de un partido dividido que acata con resignación su candidatura autoimpuesta consciente de la nueva derrota que le espera. Los ciudadanos dejaron al PP tocado en las elecciones del pasado 24 de mayo y Rajoy, con toda su trompetería apocalíptica, se va a encargar de hundirlo.
En apenas un año el PP ha visto reducido su poder a menos de la mitad. Desconozco con qué sinceridad ha buscado el partido de Rajoy razones, excusas o remedios en la Conferencia Política que acaba de clausurar, pero mucho me temo que el velo de ansiedad que ha envuelto todo el montaje de este cónclave conservador le habrá impedido ver mucho más allá de la peligrosa y falsa apariencia del 'aquí no ha pasado nada'.
El PP ha perdido el poder precisamente por lo que ha hecho con él resumido en una idea: gobernar contra la mayoría de la gente. Gobernar contra las personas con recortes sociales, léase sanidad y educación, copago, subida de tasas y bajada de becas; con recortes de derechos, sirva como ejemplo su reforma laboral de la precariedad y la bajada de salarios; con recortes en libertades que hoy se llaman ley mordaza y ayer medidas contra la libertad de las mujeres y el derecho al aborto; y con corrupción, es decir Gürtel, sobresueldos, caja B... y dos décadas de Partido Popular en el banquillo. "Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio", cantó Serrat. La realidad es así de tozuda y para decirse diferentes desde su Conferencia Política, hay que ver hasta qué punto son lo mismo.
Si su último ataque de ansiedad fuera un problema intramuros del PP, cabría recetarle al paciente Trankimazin, buena suerte y una pronta recuperación. El gran problema es que la agonía del partido de Mariano Rajoy produce efectos adversos en una sociedad como la española que necesita cualquier cosa menos la división y la crispación que contagia el PP con su actitud. Rajoy sigue sin enterarse de que su país, que es el de todos y se llama España, le quiere tan poco como su propio partido, que baja la vista y mira para otro lado cuando se trata de defender lo indefendible: unas políticas que dan la espalda a la realidad e irritan a los ciudadanos predicando una recuperación que nadie siente.
Los españoles saben, y así se lo dijeron el pasado 24 de mayo, que lo único que aporta Rajoy a nuestro país es desigualdad, ira contenida y división, justo lo contrario de lo que necesita España para salir adelante que es un cambio real, un cambio que una, un cambio como el que lidera Pedro Sánchez, el único candidato que garantiza una vacuna contra la ansiedad que trata de extender el PP, un antídoto basado en igualdad, derechos y decencia. Quedan sólo unos meses, pero está claro. Los españoles van a votar a favor de la unión y contra la división y quienes la agitan.
Convirtiendo su Conferencia Política en un ejercicio de terapia de grupo, el PP ha dejado claro que encara los meses terminales de esta legislatura dominado por la ansiedad y preso del nerviosismo. La derecha se sabe perdedora porque se ve fuera del Gobierno como demuestra a diario Rajoy actuando como líder de la oposición. Poco importa que el PP se vista de domingo, se haga un nuevo lifting y encierre sus alas en un círculo o en el sobre donde han vivido los últimos 20 años. Rajoy es el presidente del un Gobierno roto y agotado y el líder -aún- de un partido dividido que acata con resignación su candidatura autoimpuesta consciente de la nueva derrota que le espera. Los ciudadanos dejaron al PP tocado en las elecciones del pasado 24 de mayo y Rajoy, con toda su trompetería apocalíptica, se va a encargar de hundirlo.
En apenas un año el PP ha visto reducido su poder a menos de la mitad. Desconozco con qué sinceridad ha buscado el partido de Rajoy razones, excusas o remedios en la Conferencia Política que acaba de clausurar, pero mucho me temo que el velo de ansiedad que ha envuelto todo el montaje de este cónclave conservador le habrá impedido ver mucho más allá de la peligrosa y falsa apariencia del 'aquí no ha pasado nada'.
El PP ha perdido el poder precisamente por lo que ha hecho con él resumido en una idea: gobernar contra la mayoría de la gente. Gobernar contra las personas con recortes sociales, léase sanidad y educación, copago, subida de tasas y bajada de becas; con recortes de derechos, sirva como ejemplo su reforma laboral de la precariedad y la bajada de salarios; con recortes en libertades que hoy se llaman ley mordaza y ayer medidas contra la libertad de las mujeres y el derecho al aborto; y con corrupción, es decir Gürtel, sobresueldos, caja B... y dos décadas de Partido Popular en el banquillo. "Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio", cantó Serrat. La realidad es así de tozuda y para decirse diferentes desde su Conferencia Política, hay que ver hasta qué punto son lo mismo.
Si su último ataque de ansiedad fuera un problema intramuros del PP, cabría recetarle al paciente Trankimazin, buena suerte y una pronta recuperación. El gran problema es que la agonía del partido de Mariano Rajoy produce efectos adversos en una sociedad como la española que necesita cualquier cosa menos la división y la crispación que contagia el PP con su actitud. Rajoy sigue sin enterarse de que su país, que es el de todos y se llama España, le quiere tan poco como su propio partido, que baja la vista y mira para otro lado cuando se trata de defender lo indefendible: unas políticas que dan la espalda a la realidad e irritan a los ciudadanos predicando una recuperación que nadie siente.
Los españoles saben, y así se lo dijeron el pasado 24 de mayo, que lo único que aporta Rajoy a nuestro país es desigualdad, ira contenida y división, justo lo contrario de lo que necesita España para salir adelante que es un cambio real, un cambio que una, un cambio como el que lidera Pedro Sánchez, el único candidato que garantiza una vacuna contra la ansiedad que trata de extender el PP, un antídoto basado en igualdad, derechos y decencia. Quedan sólo unos meses, pero está claro. Los españoles van a votar a favor de la unión y contra la división y quienes la agitan.