He firmado artículos en este periódico como profesor de universidad y como presidente de la Asociación Española de Filosofía del Deporte. Hoy lo hago simplemente como madridista. Aunque, viendo las rocambolescas ruedas de prensa de Iker Casillas, me he sentido más atlético que otra cosa, sobre todo a raíz de que mi hijo me preguntara: "Papá, ¿por qué somos del Madrid?". Y desde hace ya demasiado tiempo se hace difícil contestar esta pregunta.
No sé qué es lo que hace que un aficionado se haga de un equipo u otro. Probablemente son causas que escapan a la razón. En todo caso, los madridistas, además de una historia triunfal en el siglo XX, teníamos a mano la socorrida referencia al "señorío", otro término que está lejos de tener un significado claro. Pero me atrevo a decir que para los madridistas es una mezcla de épica, ética y estética.
Sin embargo, esos tres epítetos empezaron a perderse con Florentino Pérez. Y hay una fecha donde datar la decadencia: el fichaje de Mourinho. Con él se trataba de poner fin a la época dorada que estaba atravesando el Barça de Guardiola. Según algunos amigos madridistas, eso se consiguió. Tengo mis dudas. Pero aun cuando fuera así, para un madridista la épica es condición necesaria pero no suficiente.
El triunfo tiene que ser épico (y lo era destronar al Barça de Guardiola ganándole una Copa del Rey y una Liga), pero también ha de ser una victoria ética y estética. Y dudo mucho que el deambular del Real Madrid de estos últimos años merezca esos dos calificativos, excepto por el breve lapso de Ancelotti y los éxitos, esos sí, épicos, éticos y estéticos en la Copa del Rey y la Champions de 2014. No entraré en esta otra inexplicable decisión de prescindir del entrenador italiano.
La ausencia de señorío ha vuelto a manifestarse en la despedida de Casillas (¿o quizá sería mejor calificarlo de despido en diferido?). Quienes la tramaron quizá lo justifiquen, más allá de que su rendimiento haya descendido estos dos años, en que fuera un topo o en que hablara demasiado con algunos periodistas. Pero si fue así, ¿por qué no lo hicieron público en su momento? El cobrarse las deudas ahora, en el momento de mayor debilidad del portero, suena más a una venganza cobrada en frío.
En tal caso, esa decisión revela una cierta dosis de maldad, al menos en el sentido de que con ella se trata de lograr un beneficio propio a costa de un mal ajeno. Pero la maldad no está muy lejos de la estupidez cuando la producción del mal ajeno también supone producirse un daño a uno mismo. ¿Y quién duda de la nefasta imagen que está transmitiendo el Real Madrid? ¿Cuántos padres y cuántos niños estarán dudando de si vale la pena proyectar sus sueños en este Real Madrid que trata así a uno de sus mejores jugadores y emblemas?
No sé qué es lo que hace que un aficionado se haga de un equipo u otro. Probablemente son causas que escapan a la razón. En todo caso, los madridistas, además de una historia triunfal en el siglo XX, teníamos a mano la socorrida referencia al "señorío", otro término que está lejos de tener un significado claro. Pero me atrevo a decir que para los madridistas es una mezcla de épica, ética y estética.
Sin embargo, esos tres epítetos empezaron a perderse con Florentino Pérez. Y hay una fecha donde datar la decadencia: el fichaje de Mourinho. Con él se trataba de poner fin a la época dorada que estaba atravesando el Barça de Guardiola. Según algunos amigos madridistas, eso se consiguió. Tengo mis dudas. Pero aun cuando fuera así, para un madridista la épica es condición necesaria pero no suficiente.
El triunfo tiene que ser épico (y lo era destronar al Barça de Guardiola ganándole una Copa del Rey y una Liga), pero también ha de ser una victoria ética y estética. Y dudo mucho que el deambular del Real Madrid de estos últimos años merezca esos dos calificativos, excepto por el breve lapso de Ancelotti y los éxitos, esos sí, épicos, éticos y estéticos en la Copa del Rey y la Champions de 2014. No entraré en esta otra inexplicable decisión de prescindir del entrenador italiano.
La ausencia de señorío ha vuelto a manifestarse en la despedida de Casillas (¿o quizá sería mejor calificarlo de despido en diferido?). Quienes la tramaron quizá lo justifiquen, más allá de que su rendimiento haya descendido estos dos años, en que fuera un topo o en que hablara demasiado con algunos periodistas. Pero si fue así, ¿por qué no lo hicieron público en su momento? El cobrarse las deudas ahora, en el momento de mayor debilidad del portero, suena más a una venganza cobrada en frío.
En tal caso, esa decisión revela una cierta dosis de maldad, al menos en el sentido de que con ella se trata de lograr un beneficio propio a costa de un mal ajeno. Pero la maldad no está muy lejos de la estupidez cuando la producción del mal ajeno también supone producirse un daño a uno mismo. ¿Y quién duda de la nefasta imagen que está transmitiendo el Real Madrid? ¿Cuántos padres y cuántos niños estarán dudando de si vale la pena proyectar sus sueños en este Real Madrid que trata así a uno de sus mejores jugadores y emblemas?