Los hombres presumen de ir de frente, de ser claros, sinceros y leales; de no andarse por las ramas y de decir las cosas a la cara... Justo como el hombre que mató a su mujer en Barcelona, la subió en el coche y la arrojó al puerto para que pareciera un accidente de tráfico; o como el otro hombre que días después asesinó a su mujer en Vinaròs y le prendió fuego a la casa para que creyeran que murió en el incendio; o como el que mató en Villajoyosa a su madre, a un hijo y a una hijastra, y se suicidó después al hacer estallar una bombona de butano con la idea de simular que las muertes se produjeron en la explosión.
O como el guardia civil que ha sido condenado por un jurado popular por haber matado a su mujer delante de su hija de 4 años, a pesar de haber presentado la muerte como un suicidio tras manipular la escena del crimen aprovechando sus conocimientos sobre investigación criminal. O como los más de 600.000 hombres que maltratan a las mujeres con las que mantienen una relación y dicen que es lo "normal" en una relación basada en el afecto y el cariño.
Todo ello da igual, los hombres van de frente, a diferencia de las mujeres, que son sibilinas, perversas y cargadas de maldad.
Ellos, que matan a hombres y mujeres por todo el mundo, son buenos, y así se ha considerado a la hora de adoptar los estándares en las diferentes sociedades sobre la idea del "buen hombre", especialmente si además era un "buen padre de familia", aunque más del 20% de esos "buenos padres" en realidad fueran maltratadores. En cambio las mujeres, entregadas a los hombres y a la familia, son malas y nunca han sido referencia objetiva de bondad para la sociedad, su consideración ha quedado relegada a lo particular de cada una de ellas como "maravillosas madres, esposas y amas de casa".
A las mujeres les han reservado el honor de ser estándar de la perversidad y la maldad que, curiosamente, no ha sido el de un cruel dictador o un asesino en serie, sino el de la mujer manipuladora capaz de arrastrar a los hombres al abismo más profundo con sus encantos o desencantos. Los mismos argumentos sobre los que surgió el mito de Eva pecadora o de Pandora, mitos que los siglos no sólo no han desgastado, sino que han reforzado y actualizado en nuevas aplicaciones y usos, como si fueran parte de las nuevas tecnologías.
Los hombres, en cambio, son tan sinceros que han creado una cultura que presenta una realidad por otra, hasta el punto de ocultar muchas miserias en la normalidad impuesta de cada lugar o en la ocasión de las excepciones.
Esos hombres van tan de frente que viven de espaldas a la realidad, negando la desigualdad y la violencia de género que ocasiona, a pesar de que dicha violencia supone cientos de miles de mujeres maltratadas y entre 50-60 mujeres asesinadas, para que ellos vivan mejor en su modelo de sociedad.
Será por eso que los hombres son tan claros que todo lo envuelven en la duda para que todo les beneficie y, de ese modo, poder seguir jugando con las circunstancias.
La realidad nos muestra cómo la cultura ha hecho de lo masculino verdad y razón, con independencia de las circunstancias... Cuando éstas han sido positivas para la sociedad, su bondad quedaba demostrada en el propio resultado, y cuando las consecuencias han sido negativas y perjudiciales, se dice que el problema no era tanto la decisión de esos hombres como los motivos que llevaban a tomarla.
Por eso las guerras, la discriminación, los abusos, la violencia, la desigualdad... siempre han estado justificados, a pesar de que en todo momento eran problemas objetivos y evidentes, porque, decían, había razones que los justificaban y los hacían "necesarios". Y por eso ahora la discriminación, los abusos, la violencia, la desigualdad y la injusticia que vivimos no son cuestionados por quienes creen que hay razones para ellos, demostrando que no son las circunstancias las que los ocasionan, sino la voluntad que lleva a organizar las relaciones de manera beneficiosa para quien ocupa posiciones de poder que les aportan ventajas a priori y beneficios a posteriori.
Ser conscientes de la injusticia social que supone esa construcción cultural y no hacer nada para cambiarla, y presentar, además, esa realidad como modelo de convivencia al amparo de los Derechos Humanos, es el gran engaño de la cultura androcéntrica y el argumento operativo que necesita el machismo para continuar con su cruzada para hacer de lo masculino y de los hombres la referencia de las conductas y la clave para interpretar su significado.
El beneficio individual y la defensa de un orden injusto, por muchos logros positivos que se hayan conseguido bajos sus referencias, nunca pueden ser argumentos para su continuidad. El feminismo lo puso de manifiesto hace siglos, y hoy cada vez más mujeres y hombres trabajan y luchan por un nuevo modelo de convivencia basado en la igualdad.
El machismo se ha quedado solo en la defensa de una masculinidad rígida, autoritaria y violenta, y en el refuerzo de los valores que la integran, pero aún en su soledad siguen siendo mayoría y no renuncian a ella. Las resistencias a la igualdad que representa el posmachismo, y el cambio en la actitud de muchos hombres violentos intentando ocultar la violencia que ejercen y la autoría de sus crímenes, reflejan que cada vez se encuentran más cuestionados y aislados en una soledad mayor, pero también que están dispuestos a dar la batalla para mantener su modelo y su estatus dentro de él.
Por eso es tan importante que los hombres nos posicionemos críticamente frente a ese machismo que dice actuar "en nombre de los hombres", cuando en realidad sólo lo hace a favor de aquellos hombres que se identifican con esa masculinidad autoritaria y violenta.
Hoy "el hombre" somos "los hombres", ya no hay una única forma de ser hombre ni de entender las relaciones en la sociedad, y esa diversidad es la que más inquietud genera en el machismo porque demuestra su falacia y porque muestra la existencia de alternativas. Y porque, si "ser hombre" es "no ser hombre según el modelo tradicional", en verdad no saben qué es ser hombre; sobre todo cuando los cambios sociales han llevado a que las mujeres asuman elementos antes reservados en exclusiva a los hombres y cuando las nuevas masculinidades cada vez incorporan más referencias tradicionalmente vinculadas a las mujeres.
Ser hombre ya no es "ir de frente" arrastrando todo a su paso, sino convivir en paz mirando hacia delante, sí, pero también a cada lado para compartir, y hacia atrás para entender qué nos ha traído hasta aquí y cuál es el significado de un presente que hemos de cambiar.
Pero algunos se resisten y siguen con esa idea de "ir de frente", aunque al tener la mirada perdida en el pasado, caminen hacia atrás.
O como el guardia civil que ha sido condenado por un jurado popular por haber matado a su mujer delante de su hija de 4 años, a pesar de haber presentado la muerte como un suicidio tras manipular la escena del crimen aprovechando sus conocimientos sobre investigación criminal. O como los más de 600.000 hombres que maltratan a las mujeres con las que mantienen una relación y dicen que es lo "normal" en una relación basada en el afecto y el cariño.
Todo ello da igual, los hombres van de frente, a diferencia de las mujeres, que son sibilinas, perversas y cargadas de maldad.
Ellos, que matan a hombres y mujeres por todo el mundo, son buenos, y así se ha considerado a la hora de adoptar los estándares en las diferentes sociedades sobre la idea del "buen hombre", especialmente si además era un "buen padre de familia", aunque más del 20% de esos "buenos padres" en realidad fueran maltratadores. En cambio las mujeres, entregadas a los hombres y a la familia, son malas y nunca han sido referencia objetiva de bondad para la sociedad, su consideración ha quedado relegada a lo particular de cada una de ellas como "maravillosas madres, esposas y amas de casa".
A las mujeres les han reservado el honor de ser estándar de la perversidad y la maldad que, curiosamente, no ha sido el de un cruel dictador o un asesino en serie, sino el de la mujer manipuladora capaz de arrastrar a los hombres al abismo más profundo con sus encantos o desencantos. Los mismos argumentos sobre los que surgió el mito de Eva pecadora o de Pandora, mitos que los siglos no sólo no han desgastado, sino que han reforzado y actualizado en nuevas aplicaciones y usos, como si fueran parte de las nuevas tecnologías.
Los hombres, en cambio, son tan sinceros que han creado una cultura que presenta una realidad por otra, hasta el punto de ocultar muchas miserias en la normalidad impuesta de cada lugar o en la ocasión de las excepciones.
Esos hombres van tan de frente que viven de espaldas a la realidad, negando la desigualdad y la violencia de género que ocasiona, a pesar de que dicha violencia supone cientos de miles de mujeres maltratadas y entre 50-60 mujeres asesinadas, para que ellos vivan mejor en su modelo de sociedad.
Será por eso que los hombres son tan claros que todo lo envuelven en la duda para que todo les beneficie y, de ese modo, poder seguir jugando con las circunstancias.
La realidad nos muestra cómo la cultura ha hecho de lo masculino verdad y razón, con independencia de las circunstancias... Cuando éstas han sido positivas para la sociedad, su bondad quedaba demostrada en el propio resultado, y cuando las consecuencias han sido negativas y perjudiciales, se dice que el problema no era tanto la decisión de esos hombres como los motivos que llevaban a tomarla.
Por eso las guerras, la discriminación, los abusos, la violencia, la desigualdad... siempre han estado justificados, a pesar de que en todo momento eran problemas objetivos y evidentes, porque, decían, había razones que los justificaban y los hacían "necesarios". Y por eso ahora la discriminación, los abusos, la violencia, la desigualdad y la injusticia que vivimos no son cuestionados por quienes creen que hay razones para ellos, demostrando que no son las circunstancias las que los ocasionan, sino la voluntad que lleva a organizar las relaciones de manera beneficiosa para quien ocupa posiciones de poder que les aportan ventajas a priori y beneficios a posteriori.
Ser conscientes de la injusticia social que supone esa construcción cultural y no hacer nada para cambiarla, y presentar, además, esa realidad como modelo de convivencia al amparo de los Derechos Humanos, es el gran engaño de la cultura androcéntrica y el argumento operativo que necesita el machismo para continuar con su cruzada para hacer de lo masculino y de los hombres la referencia de las conductas y la clave para interpretar su significado.
El beneficio individual y la defensa de un orden injusto, por muchos logros positivos que se hayan conseguido bajos sus referencias, nunca pueden ser argumentos para su continuidad. El feminismo lo puso de manifiesto hace siglos, y hoy cada vez más mujeres y hombres trabajan y luchan por un nuevo modelo de convivencia basado en la igualdad.
El machismo se ha quedado solo en la defensa de una masculinidad rígida, autoritaria y violenta, y en el refuerzo de los valores que la integran, pero aún en su soledad siguen siendo mayoría y no renuncian a ella. Las resistencias a la igualdad que representa el posmachismo, y el cambio en la actitud de muchos hombres violentos intentando ocultar la violencia que ejercen y la autoría de sus crímenes, reflejan que cada vez se encuentran más cuestionados y aislados en una soledad mayor, pero también que están dispuestos a dar la batalla para mantener su modelo y su estatus dentro de él.
Por eso es tan importante que los hombres nos posicionemos críticamente frente a ese machismo que dice actuar "en nombre de los hombres", cuando en realidad sólo lo hace a favor de aquellos hombres que se identifican con esa masculinidad autoritaria y violenta.
Hoy "el hombre" somos "los hombres", ya no hay una única forma de ser hombre ni de entender las relaciones en la sociedad, y esa diversidad es la que más inquietud genera en el machismo porque demuestra su falacia y porque muestra la existencia de alternativas. Y porque, si "ser hombre" es "no ser hombre según el modelo tradicional", en verdad no saben qué es ser hombre; sobre todo cuando los cambios sociales han llevado a que las mujeres asuman elementos antes reservados en exclusiva a los hombres y cuando las nuevas masculinidades cada vez incorporan más referencias tradicionalmente vinculadas a las mujeres.
Ser hombre ya no es "ir de frente" arrastrando todo a su paso, sino convivir en paz mirando hacia delante, sí, pero también a cada lado para compartir, y hacia atrás para entender qué nos ha traído hasta aquí y cuál es el significado de un presente que hemos de cambiar.
Pero algunos se resisten y siguen con esa idea de "ir de frente", aunque al tener la mirada perdida en el pasado, caminen hacia atrás.