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Se han estrenado en cines comerciales dos de las películas de la trilogía del Departamento Q. Se trata de una serie de tres (supongo) filmes basados en novelas de serie negra escritas por el danés Jussi Adler-Olsen (1950). Por cierto, a pesar de hablar de trilogía, el autor ya ha escrito más de tres volúmenes en torno al Departamento Q.
La primera película se llama Misericordia (2013) y adapta el primero de los casos del mencionado Departamento, concretamente, la novela que en castellano se publicó en 2010 con el título La mujer que arañaba las paredes. La segunda, se titula Profanación (2014) y versiona la retahíla de crímenes del segundo volumen, Los chicos que cayeron en la trampa, publicado en castellano en 2011.
Ambas han sido dirigidas por el mismo director, Mikkel Nørgaard, y, lo que quizá es más importante, firma el guión del primer filme Nikolaj Arcel, y el del segundo, Nikolaj Arcel y Rasmus Heisterberg, justamente los dos guionistas de la primera versión cinematográfica (la buena, la sueca) de Män som hatar kvinnor (literalmente, Los hombres que odian a las mujeres), del sueco Stieg Larsson. El autor tuvo que batallar con la editorial para que le respetaran el título del libro, ya que el departamento de marketing alegaba que era catastrófico, que no era en absoluto comercial... ¡Qué ojo, el de la editorial, a la vista de los millones que se han vendido!
Eso sí, a pesar de su fulgurante éxito en Suecia, Larsson no pudo impedir que el título se desvirtuase en las traducciones, tanto en castellano como en otras lenguas, puesto que la primera novela de Millennium, así como la película, se tradujeron con un suavizado y eufemístico Los hombres que no amaban a las mujeres. Los tres filmes comparten también director de fotografía: Eric Kress.
Hay una serie de concomitancias en las obras de Larsson y Adler-Olsen; por ejemplo, entre la Salander larssoniana y la protagonista, literalmente una superviviente, de Misericordia, o la marginada pero también determinadísima protagonista de Profanación; o la extrema maldad y la degeneración de la clase alta. Además de presentar potentes protagonismos femeninos, comparten la perversidad y la crueldad de los crímenes, las maneras de matar -tremendas y retorcidas-, los asesinatos en serie, el horror de los malos tratos y del abuso sexual a menores, el deseo de dibujar, tanto los bajos fondos del poder y sus repugnantes componendas, como las miasmas de los departamentos policiales. En efecto, ambos beben -como gran parte de autoras y autores nórdicos- de la pareja comunista sueca Maj Sjöwall y Per Wahlöö, que entrevera sus novelas de la vertiente social que rezuma también la serie negra sueca actual.
Seguramente porque comparten guionistas y fotógrafo, Los hombres que no amaban a las mujeres, Misericordia y Profanación tienen un aire de familia. Predominan en ellas los ambientes lúgubres y oscuros. Aunque es evidente que la lluvia y la niebla -el frío y la humedad- se deben a la geografía y al clima, también es cierto que, además de caracterizar recovecos y localizaciones, forman parte de las películas, son también protagonistas, influyen en los personajes, en sus modos de mirar y de estar en el mundo.
El protagonista de los filmes del Departamento Q se inspira también en personajes de la novela negra masculina yanqui de mediados del siglo pasado. Pienso en un Philip Marlowe, en un Sam Spade, solitarios y saturados de humo y de alcohol, o en varios héroes de algunos filmes de la misma época: amargados y desengañados, habitualmente debido a la perfidia de una o de más mujeres.
En efecto, el inspector Carl Mørck, el héroe de los casos, es un espécimen paradigmático de la autodestrucción, la soledad y la obstinación, todo en una pieza, y no sólo porque se alimente malestares y todo tipo de llagas empapándose en alcohol y fumando con desesperación.
A nivel personal, está separado y su exmujer establece otras relaciones afectivo-sexuales (de momento, pues, ninguna pena del otro mundo), tiene un hijastro adolescente y problemático, pero mal que bien se relaciona con él, se hablan (que no es poco) e incluso compadrean. Profesionalmente, su proverbial tozudez le hizo cometer un grave error en el momento de resolver un caso, lo que provocó que un colega falleciera y que su mejor amigo, y también colega, quedara impedido.
Su superior lo relega a un departamento sin importancia, lo envía al exilio de un sótano oscuro, congosto, polvoriento y lleno de trastos, y a un trabajo irrelevante y sin salida: clasificar los crímenes sin resolver de la comisaría. De aquí nacen los casos del Departamento Q. Carl Mørck actúa y se relaciona como si las desgracias y su situación personal y profesional -su fracaso y obsesiones- le otorgaran una especie de patente de corso para hacer lo que quiera y como quiera y tratar sin miramientos al resto del personal, especialmente el subordinado a él. Actúa como si el mundo entero le debiera algo.
Así, en las películas, tiene un buen papel su pareja en el Departamento Q, un policía de origen inmigrante, un tal Assad (y no Hassan, como con sutileza aclara a un colega a quien tanto le da un nombre como otro para denominar a un no blanco). Assad es un trozo de pan bendito (una amiga de mi madre habría dicho que era "bueno como una mujer", expresión que usaba cuando pensaba en las que se caracterizan por aguantarlo todo). Con un papel mucho más secundario, también conocemos una secretaria (otra subalterna, otra desviación a la norma, en este caso no por razón de raza sino de sexo) que recibe el mismo trato tiránico, desconsiderado y desagradecido que Assad. En fin, un clásico.
Si la truculencia no les preocupa, ambas películas, aunque tienen algunos agujeros en el guión -que, intuyo y tengo la temeridad de suponer, las novelas no tienen-, son bastante vistosas.
Se han estrenado en cines comerciales dos de las películas de la trilogía del Departamento Q. Se trata de una serie de tres (supongo) filmes basados en novelas de serie negra escritas por el danés Jussi Adler-Olsen (1950). Por cierto, a pesar de hablar de trilogía, el autor ya ha escrito más de tres volúmenes en torno al Departamento Q.
La primera película se llama Misericordia (2013) y adapta el primero de los casos del mencionado Departamento, concretamente, la novela que en castellano se publicó en 2010 con el título La mujer que arañaba las paredes. La segunda, se titula Profanación (2014) y versiona la retahíla de crímenes del segundo volumen, Los chicos que cayeron en la trampa, publicado en castellano en 2011.
Ambas han sido dirigidas por el mismo director, Mikkel Nørgaard, y, lo que quizá es más importante, firma el guión del primer filme Nikolaj Arcel, y el del segundo, Nikolaj Arcel y Rasmus Heisterberg, justamente los dos guionistas de la primera versión cinematográfica (la buena, la sueca) de Män som hatar kvinnor (literalmente, Los hombres que odian a las mujeres), del sueco Stieg Larsson. El autor tuvo que batallar con la editorial para que le respetaran el título del libro, ya que el departamento de marketing alegaba que era catastrófico, que no era en absoluto comercial... ¡Qué ojo, el de la editorial, a la vista de los millones que se han vendido!
Eso sí, a pesar de su fulgurante éxito en Suecia, Larsson no pudo impedir que el título se desvirtuase en las traducciones, tanto en castellano como en otras lenguas, puesto que la primera novela de Millennium, así como la película, se tradujeron con un suavizado y eufemístico Los hombres que no amaban a las mujeres. Los tres filmes comparten también director de fotografía: Eric Kress.
Hay una serie de concomitancias en las obras de Larsson y Adler-Olsen; por ejemplo, entre la Salander larssoniana y la protagonista, literalmente una superviviente, de Misericordia, o la marginada pero también determinadísima protagonista de Profanación; o la extrema maldad y la degeneración de la clase alta. Además de presentar potentes protagonismos femeninos, comparten la perversidad y la crueldad de los crímenes, las maneras de matar -tremendas y retorcidas-, los asesinatos en serie, el horror de los malos tratos y del abuso sexual a menores, el deseo de dibujar, tanto los bajos fondos del poder y sus repugnantes componendas, como las miasmas de los departamentos policiales. En efecto, ambos beben -como gran parte de autoras y autores nórdicos- de la pareja comunista sueca Maj Sjöwall y Per Wahlöö, que entrevera sus novelas de la vertiente social que rezuma también la serie negra sueca actual.
Seguramente porque comparten guionistas y fotógrafo, Los hombres que no amaban a las mujeres, Misericordia y Profanación tienen un aire de familia. Predominan en ellas los ambientes lúgubres y oscuros. Aunque es evidente que la lluvia y la niebla -el frío y la humedad- se deben a la geografía y al clima, también es cierto que, además de caracterizar recovecos y localizaciones, forman parte de las películas, son también protagonistas, influyen en los personajes, en sus modos de mirar y de estar en el mundo.
El protagonista de los filmes del Departamento Q se inspira también en personajes de la novela negra masculina yanqui de mediados del siglo pasado. Pienso en un Philip Marlowe, en un Sam Spade, solitarios y saturados de humo y de alcohol, o en varios héroes de algunos filmes de la misma época: amargados y desengañados, habitualmente debido a la perfidia de una o de más mujeres.
En efecto, el inspector Carl Mørck, el héroe de los casos, es un espécimen paradigmático de la autodestrucción, la soledad y la obstinación, todo en una pieza, y no sólo porque se alimente malestares y todo tipo de llagas empapándose en alcohol y fumando con desesperación.
A nivel personal, está separado y su exmujer establece otras relaciones afectivo-sexuales (de momento, pues, ninguna pena del otro mundo), tiene un hijastro adolescente y problemático, pero mal que bien se relaciona con él, se hablan (que no es poco) e incluso compadrean. Profesionalmente, su proverbial tozudez le hizo cometer un grave error en el momento de resolver un caso, lo que provocó que un colega falleciera y que su mejor amigo, y también colega, quedara impedido.
Su superior lo relega a un departamento sin importancia, lo envía al exilio de un sótano oscuro, congosto, polvoriento y lleno de trastos, y a un trabajo irrelevante y sin salida: clasificar los crímenes sin resolver de la comisaría. De aquí nacen los casos del Departamento Q. Carl Mørck actúa y se relaciona como si las desgracias y su situación personal y profesional -su fracaso y obsesiones- le otorgaran una especie de patente de corso para hacer lo que quiera y como quiera y tratar sin miramientos al resto del personal, especialmente el subordinado a él. Actúa como si el mundo entero le debiera algo.
Así, en las películas, tiene un buen papel su pareja en el Departamento Q, un policía de origen inmigrante, un tal Assad (y no Hassan, como con sutileza aclara a un colega a quien tanto le da un nombre como otro para denominar a un no blanco). Assad es un trozo de pan bendito (una amiga de mi madre habría dicho que era "bueno como una mujer", expresión que usaba cuando pensaba en las que se caracterizan por aguantarlo todo). Con un papel mucho más secundario, también conocemos una secretaria (otra subalterna, otra desviación a la norma, en este caso no por razón de raza sino de sexo) que recibe el mismo trato tiránico, desconsiderado y desagradecido que Assad. En fin, un clásico.
Si la truculencia no les preocupa, ambas películas, aunque tienen algunos agujeros en el guión -que, intuyo y tengo la temeridad de suponer, las novelas no tienen-, son bastante vistosas.