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Filipinas, un mes en la cuerda floja

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El doctor Arce sabía de antemano que la doctora Surigao ganaría este pulso. Finalmente ocurrió esta semana. Era cuestión de tiempo. Pero hasta entonces, estos dos médicos mantuvieron en tensión una cuerda invisible desde extremos diferentes de la ciudad de Tacloban. Desde el noreste al sudoeste. Una tremenda angustia soportada discretamente por sus equipos, que trabajan aún hoy sin descanso en un estresante tira y afloja que determina la recuperación de esta ciudad.

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Hospital (Tacloban)


La doctora Ingrid Surigao es la responsable del área de maternidad del hospital provincial de Leyte: el Eastern Visayas Regional Medical Center, situado al noreste de la ciudad. El doctor Bubi Arce es el encargado municipal de la brigada que recoge los cadáveres extraviados y diseminados por las calles bajo montoneras de escombros. Termina su jornada en el distrito Basper, al suroeste de la ciudad, donde se encuentra la tremenda fosa común donde los depositan.

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Hospital (Tacloban)


Hasta hace no más de siete días, el doctor Arce seguía recolectando de media más de un centenar de cadáveres al día. Cada día aparecían más y más, conforme la ciudad se iba limpiando. Oficialmente, en Tacloban -una ciudad de 220.000 habitantes- la cifra de muertos era hace una semana de 2.127, un número que solo responde al mérito del doctor Arce y su equipo: son todos los que han sido capaces de recuperar. Nada se sabe aún de los 737 desaparecidos.

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Hospital (Tacloban)


De media, en la maternidad del Eastern Visayas nacen unos veinte o veinticinco bebés al día. En Tacloban hay cinco hospitales y dos clínicas de obstetricia, en total unos 80 bebés al día, según cuenta a ojo de buena matrona la doctora Surigao. Por fin, esta semana ocurrió lo que ambos médicos esperaban: la colecta del doctor Arce bajó hasta los sesenta cadáveres diarios. Derrotado por fin por la doctora Surigao.

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Hospital (Tacloban)


Marygrace Lañada, una veinteañera médico residente, me explica que tan solo permanecen siete personas para atender esta área de maternidad, y que se emplean en turnos de 24 horas; ese mismo día, Aben Palencia, bombero de 39 años de Tacloban, farfulla exhausto que lleva más de once días sin descansar, en interminables jornadas. Palencia y su compañero John John Gadila, de 40 años, forman parte de la brigada del doctor Arce.

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Hospital (Tacloban)


Palencia, descansa con el ceño fruncido sobre un bordillo de cemento en la carretera, lleva un gorro orejero de piel de borrego verde militar que le hace parecer un antiguo aviador extraviado. Él y sus compañeros han hecho un descanso para comer y esperan a que un camión venga a recoger una treintena de cuerpos que descansan sobre la carretera. Están frente al cementerio nuevo de Tacloban donde se decidió hace días abrir una zanja y depositar doscientos cadáveres. "Se le quitan a uno las ganas de comer, ¿qué te parece el olor?", me dicen. "No podemos hacer nada hasta que venga otro camión y se los lleve a otro sitio, han buscando una nueva fosa", añade Palencia.

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Morgue (Tacloban)


El ayuntamiento de Tacloban solo tenía ocho camiones funcionando durante estas primeras semanas, poco a poco fueron llegando más, pero los camiones que se usan para recoger cadáveres no se pueden usar para repartir comida inmediatamente después. Y la prioridad es atender a los vivos. Así que de esos ocho camiones, solo dos se usan como pompas fúnebres. "Estamos agotados, pero no tenemos otro remedio. Es nuestro deber, nos guste o no nos guste, ¿Qué vamos a hacer?", dice John John. "Ni siquiera tenemos materiales para protegernos nosotros, nos hacen falta más guantes y más mascarillas", remarca Palencia y señala una montonera de guantes usados en el suelo. "Casi literalmente estamos cogiendo los cadáveres con nuestra manos desnudas", dijo hace poco en rueda de prensa y muy triste el doctor Bubi Arce. Y es cierto.

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Morgue (Tacloban)


Pocas veces la vida y la muerte trazan líneas en paralelo tan obscenas. Mientras Palencia, Arce y Gadila son incapaces de poner nombre a esos hombres, mujeres y niños que ya expiraron y tapan en bolsas, algunas negras y otras blancas, en el hospital de Leyte, las enfermeras y comadronas tampoco saben aún qué nombre tendrán la mayoría de bebés recién nacidos.

Hace treinta minutos que la doctora Surigao acaba de sumar otra victoria sobre la funesta lista del doctor Arce: Jinky Sarino de 33 años ha dado a luz a un bebé varón que ha pesado tres kilos y cuatrocientos ocho gramos. Mide 47 centímetros y el parto lo ha atendido la comadrona Brenda Achazo, que anda poniendo en orden a las enfermeras del destartalado paritorio, que están de cháchara.

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Morgue (Tacloban)


El bebé ha nacido sano y fuerte, pero le falta una oreja. Conmueve mucho verlo, apenas tiene unos minutos de vida en este mundo y un color amoratado. Su oreja derecha es un muñón pequeñito, una ternilla retorcida. No para de llorar y aunque la enfermera trata de acercarlo al pezón de su madre, el bebé parece tímido y no se decide a mamar. Brenda Achazo me mira y le pregunto por la salud del bebé. "Está bien, pero quizás tendrá que pasar por cirugía por lo de la oreja", me explica. La comadrona le envuelve con mucho cuidado en sábanas, le pone unas guanteras para que no se arañe la cara y una pulsera con el nombre de su madre, Jinky, y el de su padre, Dionisio. Todavía no saben cómo se llamará.

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Morgue (Tacloban)


Las enfermeras y una médica en prácticas me enseñan fotos en el móvil de cómo la sala de entrega de bebés y el propio paritorio estaban hace unas semanas embarrados e inundados, un pantanal sucísimo. Por suerte, un equipo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) formado por enfermeros y médicos de servicios de emergencias de diferentes comunidades autónomas, como el SAMUR de Madrid, el 091 de Andalucía o la DYA de Navarra, arreglaron, limpiaron y acondicionaron la sala, además de darles apoyo y soporte durante casi dos semanas.

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Morgue (Tacloban)


No obstante, aunque la sala de partos haya vuelto lo que podía ser su estado original previo al tifón, las moscas no se cansan de merodear a los recién nacidos, zozobran en sus vuelos sobre los fluorescentes del techo y las pacientes, gotas de sangre salpican el suelo o queda el rastro de una placenta que se precipitó desde la camilla. Las paredes están descascarilladas y las esquinas están demolidas por los trompazos de sillas de ruedas y camillas que han embestido durante décadas este decadente hospital.

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Outskirts (Tacloban


Pero entre el pulso de Surigao y Arce, entre esas dos antípodas de la vida y la muerte, entre los anónimos muertos y los recién nacidos sin bautizar, media toda la ciudad de Tacloban.

Ese entremedio, es toda esa gente que intermedia entre la vida y la muerte es la que está sacando adelante esta ciudad. Y lo que no cuentan tan a menudo porque están absortos en su trabajo es cómo salvaron el pellejo hace un mes, el día del tifón.

La propia Doli Casio -encargada de la UCI de neonatal- trepó con su marido y su hijo de siete años hasta el segundo piso de su casa en Palo y sobre el tejado pasaron las horas que el tifón azotó la ciudad. Después de eso, envío a su marido a Ormoc -a una hora y media de Tacloban-, donde había comida y agua. Ella se dirigió al hospital. De diez personas que trabajan en maternidad, solo había dos. "Si no veníamos nosotros a trabajar al hospital quién lo iba a hacer, debíamos tener coraje y servir de ejemplo para esas otras personas, mantenernos firmes y ofrecer lo que mejor sabemos hacer", explica. "No teníamos electricidad, ni personal, hicimos lo que pudimos". Igual que ella, Aben Palencia, John John Gadila, Brenda Achazo o Marygrace Lañada relatan como sobrevivieron al tifón, dejaron a sus familias y se pusieron a las órdenes de su deber.

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Reparto (Tacloban)


Muchos supervivientes han muerto por tétanos después de sobrevivir al tifón, muchos niños han fallecido por un simple catarro: duermen a la intemperie, casi todas las casas han perdido el tejado y casi todos los días diluvia un rato. Y no hay cómo protegerse. Los propios abogados y empleados del ayuntamiento a veces preguntan si no te sobra un saco de dormir, una mosquitera o una esterilla.

Organizaciones como Acción contra el Hambre han distribuido más de 9.500 raciones de comida, en especial entre madres y lactantes. También se han levantado plantas de tratamiento de agua y ha distribuido 35.000 litros de agua diarios, en la ciudad y las zonas más alejadas de Tacloban. Y han establecido algunos proyectos más ambiciosos y básicos en una emergencia como dar soporte psicológico a mujeres con trauma y crear espacios seguros para que los niños jueguen.

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Reparto (Tacloban)


Y es que todavía, un mes después del tifón, se necesita mucha gente entremedio de esos dos cabos de vida y muerte, para dar algo de estabilidad a todo eso. Porque lo difícil, lo tremendamente complicado, es lo que hacen todos los días las gentes de la isla de Leyte desde que amanecieron el pasado 8 de noviembre de 2013 con vientos endiablados y olas altas como muros: sobrevivir.

Son funambulistas. Circulan sobre esa cuerda floja que sostenían entre dos extremos la doctora Surigao y el doctor Arce. Surigao dio un tirón hacia su lado y Arce aflojó un poco, pero aún esto se tambalea.

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