* Con un poco de margen para aquilatar la perspectiva, me permito aprovechar esta ventana para darles cuenta, en dos partes, de las dos misiones en las que he participado recientemente con el Parlamento Europeo (PE).
Del 13 al 16 de julio, como miembro de la Comisión de Desarrollo del PE, participé en la III Conferencia Internacional de Financiación al Desarrollo en Adís Abeba (Etiopía). No sé si calificar de sorprendente (en realidad no lo es) que los medios españoles no encontraran hueco en sus espacios informativos para dar a conocer lo que allí nos jugábamos.
Los 193 países miembros de Naciones Unidas, sus agencias, representantes de parlamentos y gobiernos de todo el mundo y multitud de ONGs internacionales confluían para establecer el marco político y económico que debe permitirnos acabar con la pobreza a través de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que, en los próximos 15 años, serán el foco de la agenda de desarrollo en todo el planeta.
Bien es cierto que, en esa semana febril, los acuerdos de la Eurozona con Grecia y de EEUU con Irán coparon hasta la extenuación y el desmayo cualquier resquicio de información y de opinión... "Es que para Europa, Grecia es muy importante", me dirán. Desde luego, lo es. Pero la UE y sus Estados miembros somos el mayor donante mundial de ayuda al desarrollo.
Los 86.000 millones de euros acordados para rescatar a Grecia pesan mucho, muchísimo. Pero, ¿saben ustedes cuánto hemos destinado a desarrollo sólo en estos dos últimos años? 115.000 millones. Y eso contando con una reducción generalizada de las aportaciones de los gobiernos nacionales. Aunque esperamos (y nos hemos comprometido a) lograr el objetivo del 0,7% del PIB de los Estados miembros no más tarde de 2030.
"Sí, pero el desarme nuclear es estratégico". Y tanto. No más, sin duda, que el futuro de los 60 millones de desplazados y refugiados en todo el mundo, o posibilitar el acceso a la educación a más de 50 millones de niños sin escolarizar, o garantizar agua potable y saneamiento (un derecho humano reconocido, por cierto). Hay 1.000 millones de seres humanos sin acceso a un retrete, por ejemplo. Sí, han leído bien: 1.000 millones. Imaginen lo que significa en términos de salud global.
Es cierto que la Declaración consensuada fruto de esta conferencia de Adís Abeba es menos ambiciosa de lo deseable. Que los tres pilares esenciales que sustentan la viabilidad de los objetivos post-2015 han quedado descompensados, puesto que el mantenimiento de los niveles de Ayuda Oficial al Desarrollo se desdibuja, no se concreta operativamente cómo hacer sostenibles y responsables los modelos de la financiación público-privada, y queda sobredimensionada la importancia (innegable) de la movilización de recursos y control fiscal local de los países en desarrollo, siendo como son clave la transparencia, la rendición de cuentas y la lucha contra la evasión fiscal.
Pero los ciudadanos europeos se merecen saber cuánto empeño y trabajo están depositados en esta hercúlea tarea. Deben conocer que en septiembre, en Nueva York, se determinarán en Naciones Unidas los indicadores que permitan hacer un adecuado seguimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030.
Debemos ser conscientes, en definitiva, de que los grandes retos de la inmigración y el extremismo radical a los que nos enfrentamos hincan sus raíces precisamente ahí, en el terreno abonado de la pobreza y la desesperación, de la discriminación y la desigualdad, de la corrupción política y la vulneración de derechos, del extremismo religioso y la violencia estructural. Que el desarrollo no es una vía de una dirección ni una cuestión de donantes y receptores, sino un proceso integral, global e interrelacionado del que todos somos ineludiblemente parte.
Dicen que Adís Abeba toma su nombre de la flor desconocida que encontró la emperatriz Taitu, esposa de Menelik, en las colinas entre altas montañas donde hoy se levanta esta ciudad apabullante de edificios en construcción, barro por doquier, apresurados jóvenes serios y hermosos, y un moderno tren ligero a punto de atravesarla de parte a parte.
De esta ciudad, además de la admiración por la tarea, los proyectos y la determinación de millones de personas, me he traído la enésima constatación del papel crucial de las mujeres, sobre todo de las chicas, en el futuro de nuestro dolorido mundo.
Fíjense: el sólo hecho de mantenerlas en la escuela, por ejemplo, reduce en un 60% la incidencia del HIV/SIDA. Evita el matrimonio infantil, los embarazos tempranos y numerosos. Fortalece su cuerpo y su mente, aumenta su autonomía personal y su valor y reconocimiento dentro de la familia y de la comunidad. Construye la realidad cotidiana de que la igualdad es posible y positiva.
Reduce drásticamente la violencia de género, mejora la relación y el conocimiento del otro sexo, desarrolla los lazos con otras mujeres y estimula su participación activa en la representación social y política. Incrementa el emprendimiento y, en definitiva, las convierte en agentes prioritarios de desarrollo económico y social, mejorando la convivencia y potenciando el progreso.
Let the girls lead: the girl effect (Deja que las chicas lideres: el efecto de las chicas). Cuánta alegría pura me dieron todas esas crías de apenas doce o trece años. Qué líderes tan poderosas...
Aunque he de decir que el mejor regalo de esta cita única en Adís Abeba ha sido poder visitar personalmente el Hamlin Fistula Hospital y tener el privilegio de conocer de primera mano el proyecto excepcional que los doctores Reg y Catherine Hamlin pusieron en marcha hace más de cuarenta años. Es difícil resumir la magnitud de su obra.
"Lo esencial es invisible a los ojos", decía el Principito. Ellos vieron algo que los demás no veían. Miles de niñas y mujeres con su vida arruinada, condenadas al más absoluto rechazo y aislamiento cuando un parto prolongado y sin asistencia les producía la llamada fístula obstétrica, cuyo efecto inmediato y devastador es la incontinencia. Los Hamlin lo vieron; sabían cómo reparar y devolver a la vida a esas mujeres.
Y no pararon hasta abrir su hospital junto al río en 1974. Desde entonces, más de 40.000 mujeres de todos los rincones de África han encontrado, no sólo una cura a un mal que consideraban una maldición, sino una nueva oportunidad de vivir como mujeres completas. Les invito a sumergirse en su página web y maravillarse con este milagro de coherencia, visión, persistencia en el trabajo cotidiano, buen sentido y extremada calidad profesional y humana. Lo que se llama cambiar el mundo.
Hay muchas, por todas partes. Deslumbrantes. Pero éstas son las flores que hoy les traigo de África.
Del 13 al 16 de julio, como miembro de la Comisión de Desarrollo del PE, participé en la III Conferencia Internacional de Financiación al Desarrollo en Adís Abeba (Etiopía). No sé si calificar de sorprendente (en realidad no lo es) que los medios españoles no encontraran hueco en sus espacios informativos para dar a conocer lo que allí nos jugábamos.
Los 193 países miembros de Naciones Unidas, sus agencias, representantes de parlamentos y gobiernos de todo el mundo y multitud de ONGs internacionales confluían para establecer el marco político y económico que debe permitirnos acabar con la pobreza a través de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que, en los próximos 15 años, serán el foco de la agenda de desarrollo en todo el planeta.
Bien es cierto que, en esa semana febril, los acuerdos de la Eurozona con Grecia y de EEUU con Irán coparon hasta la extenuación y el desmayo cualquier resquicio de información y de opinión... "Es que para Europa, Grecia es muy importante", me dirán. Desde luego, lo es. Pero la UE y sus Estados miembros somos el mayor donante mundial de ayuda al desarrollo.
Los 86.000 millones de euros acordados para rescatar a Grecia pesan mucho, muchísimo. Pero, ¿saben ustedes cuánto hemos destinado a desarrollo sólo en estos dos últimos años? 115.000 millones. Y eso contando con una reducción generalizada de las aportaciones de los gobiernos nacionales. Aunque esperamos (y nos hemos comprometido a) lograr el objetivo del 0,7% del PIB de los Estados miembros no más tarde de 2030.
"Sí, pero el desarme nuclear es estratégico". Y tanto. No más, sin duda, que el futuro de los 60 millones de desplazados y refugiados en todo el mundo, o posibilitar el acceso a la educación a más de 50 millones de niños sin escolarizar, o garantizar agua potable y saneamiento (un derecho humano reconocido, por cierto). Hay 1.000 millones de seres humanos sin acceso a un retrete, por ejemplo. Sí, han leído bien: 1.000 millones. Imaginen lo que significa en términos de salud global.
Es cierto que la Declaración consensuada fruto de esta conferencia de Adís Abeba es menos ambiciosa de lo deseable. Que los tres pilares esenciales que sustentan la viabilidad de los objetivos post-2015 han quedado descompensados, puesto que el mantenimiento de los niveles de Ayuda Oficial al Desarrollo se desdibuja, no se concreta operativamente cómo hacer sostenibles y responsables los modelos de la financiación público-privada, y queda sobredimensionada la importancia (innegable) de la movilización de recursos y control fiscal local de los países en desarrollo, siendo como son clave la transparencia, la rendición de cuentas y la lucha contra la evasión fiscal.
Pero los ciudadanos europeos se merecen saber cuánto empeño y trabajo están depositados en esta hercúlea tarea. Deben conocer que en septiembre, en Nueva York, se determinarán en Naciones Unidas los indicadores que permitan hacer un adecuado seguimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030.
Debemos ser conscientes, en definitiva, de que los grandes retos de la inmigración y el extremismo radical a los que nos enfrentamos hincan sus raíces precisamente ahí, en el terreno abonado de la pobreza y la desesperación, de la discriminación y la desigualdad, de la corrupción política y la vulneración de derechos, del extremismo religioso y la violencia estructural. Que el desarrollo no es una vía de una dirección ni una cuestión de donantes y receptores, sino un proceso integral, global e interrelacionado del que todos somos ineludiblemente parte.
Dicen que Adís Abeba toma su nombre de la flor desconocida que encontró la emperatriz Taitu, esposa de Menelik, en las colinas entre altas montañas donde hoy se levanta esta ciudad apabullante de edificios en construcción, barro por doquier, apresurados jóvenes serios y hermosos, y un moderno tren ligero a punto de atravesarla de parte a parte.
De esta ciudad, además de la admiración por la tarea, los proyectos y la determinación de millones de personas, me he traído la enésima constatación del papel crucial de las mujeres, sobre todo de las chicas, en el futuro de nuestro dolorido mundo.
Fíjense: el sólo hecho de mantenerlas en la escuela, por ejemplo, reduce en un 60% la incidencia del HIV/SIDA. Evita el matrimonio infantil, los embarazos tempranos y numerosos. Fortalece su cuerpo y su mente, aumenta su autonomía personal y su valor y reconocimiento dentro de la familia y de la comunidad. Construye la realidad cotidiana de que la igualdad es posible y positiva.
Reduce drásticamente la violencia de género, mejora la relación y el conocimiento del otro sexo, desarrolla los lazos con otras mujeres y estimula su participación activa en la representación social y política. Incrementa el emprendimiento y, en definitiva, las convierte en agentes prioritarios de desarrollo económico y social, mejorando la convivencia y potenciando el progreso.
Let the girls lead: the girl effect (Deja que las chicas lideres: el efecto de las chicas). Cuánta alegría pura me dieron todas esas crías de apenas doce o trece años. Qué líderes tan poderosas...
Aunque he de decir que el mejor regalo de esta cita única en Adís Abeba ha sido poder visitar personalmente el Hamlin Fistula Hospital y tener el privilegio de conocer de primera mano el proyecto excepcional que los doctores Reg y Catherine Hamlin pusieron en marcha hace más de cuarenta años. Es difícil resumir la magnitud de su obra.
"Lo esencial es invisible a los ojos", decía el Principito. Ellos vieron algo que los demás no veían. Miles de niñas y mujeres con su vida arruinada, condenadas al más absoluto rechazo y aislamiento cuando un parto prolongado y sin asistencia les producía la llamada fístula obstétrica, cuyo efecto inmediato y devastador es la incontinencia. Los Hamlin lo vieron; sabían cómo reparar y devolver a la vida a esas mujeres.
Y no pararon hasta abrir su hospital junto al río en 1974. Desde entonces, más de 40.000 mujeres de todos los rincones de África han encontrado, no sólo una cura a un mal que consideraban una maldición, sino una nueva oportunidad de vivir como mujeres completas. Les invito a sumergirse en su página web y maravillarse con este milagro de coherencia, visión, persistencia en el trabajo cotidiano, buen sentido y extremada calidad profesional y humana. Lo que se llama cambiar el mundo.
Hay muchas, por todas partes. Deslumbrantes. Pero éstas son las flores que hoy les traigo de África.