La Cumbre del Clima de París está a la vuelta de la esquina, y vamos a asistir a partir de ahora a una ola de declaraciones y propuestas para afrontar uno de los principales retos a los que se enfrenta la humanidad: la lucha contra el cambio climático. Hace unos días, la Agencia de Protección Medioambiental de Estados Unidos presentaba el Plan de Energía Limpia, un hecho que evidencia lo importante que es para Obama combatir el cambio climático.
Pero cuando un líder mundial considera que la lucha contra el cambio climático es una prioridad, debe ser valiente, consecuente y coherente con las decisiones que toma. Por ello, si Obama quiere ser recordado por un legado positivo, ha de poner fin a proyectos como las prospecciones petrolíferas de Shell en el Ártico o dejar de promocionar el fracking y cualquier tipo de minería de combustibles fósiles, por poner tres ejemplos. No se puede pretender ser un líder mundial en la lucha contra el cambio climático y tener una Administración proactiva en el desarrollo de proyectos de carbón, petróleo y gas. Porque entonces cabría pensar que el anuncio de la Agencia de Protección Medioambiental de Estados Unidos es poco más que un lavado de imagen.
El presidente Obama ha dicho que somos la generación que ya empieza a sentir el impacto del cambio climático y la última en poder solucionar este problema de dimensiones planetarias que afecta a la humanidad en su conjunto. Se ha comprometido a reducir un 32% la emisiones de dióxido de carbono en 2030 respecto a los niveles de 2005 y no de 1990, como fijaba el protocolo de Kioto. Y la fecha de referencia respecto a la que calcular la reducción de emisiones no es baladí, ya que en 2005 las emisiones fueron mucho menores. De hecho, las emisiones se han ido reduciendo. Así, si tomáramos como referencia los niveles de emisiones en 2013, la reducción total no sería de un 32% sino de solo un 20%. Y ambas cifras son claramente insuficientes si queremos alcanzar el objetivo marcado por la comunidad científica internacional de no superar un aumento de dos grados centígrados a finales de siglo.
De cara a la Cumbre de París, Obama no solo debe pedir al resto de líderes mundiales un acuerdo legalmente vinculante, que es fundamental. También debe llegar con un acuerdo de reducción de emisiones mucho más ambicioso para 2025. En este sentido, el análisis de Greenpeace sobre reducción global de emisiones muestra que Estados Unidos podría incluso disminuir un 40% las emisiones de dióxido de carbono respecto a 2005. Algo posible si se potencian más las energías renovables, lo que supondría un incremento del empleo y una reducción de los costes de combustible fósil en 100.000 millones de dólares.
Y mientras Obama trata de tomar el liderazgo en la lucha contra el cambio climático, la Unión Europea ya ha interiorizado el rol de actor de reparto en las negociaciones mundiales que ya asumió tras el fracaso de la Cumbre de Copenhague en 2009. Pero más lamentable aún es el nefasto papel de España que, más que luchar contra el cambio climático, ha emprendido su propia cruzada en sentido contrario, declarando la guerra a las energías renovables (y al interés general de la ciudadanía) en beneficio de las grandes eléctricas.
Sin duda, la propuesta de Obama es muy mejorable, pero marca al resto del planeta la dirección que hay que seguir. Es necesario que el conjunto de líderes de los países más contaminantes, incluido Estados Unidos, no solo la asuman, sino que actúen en consecuencia, ya que, de otro modo, todos pagaremos la consecuencias.
Pero cuando un líder mundial considera que la lucha contra el cambio climático es una prioridad, debe ser valiente, consecuente y coherente con las decisiones que toma. Por ello, si Obama quiere ser recordado por un legado positivo, ha de poner fin a proyectos como las prospecciones petrolíferas de Shell en el Ártico o dejar de promocionar el fracking y cualquier tipo de minería de combustibles fósiles, por poner tres ejemplos. No se puede pretender ser un líder mundial en la lucha contra el cambio climático y tener una Administración proactiva en el desarrollo de proyectos de carbón, petróleo y gas. Porque entonces cabría pensar que el anuncio de la Agencia de Protección Medioambiental de Estados Unidos es poco más que un lavado de imagen.
El presidente Obama ha dicho que somos la generación que ya empieza a sentir el impacto del cambio climático y la última en poder solucionar este problema de dimensiones planetarias que afecta a la humanidad en su conjunto. Se ha comprometido a reducir un 32% la emisiones de dióxido de carbono en 2030 respecto a los niveles de 2005 y no de 1990, como fijaba el protocolo de Kioto. Y la fecha de referencia respecto a la que calcular la reducción de emisiones no es baladí, ya que en 2005 las emisiones fueron mucho menores. De hecho, las emisiones se han ido reduciendo. Así, si tomáramos como referencia los niveles de emisiones en 2013, la reducción total no sería de un 32% sino de solo un 20%. Y ambas cifras son claramente insuficientes si queremos alcanzar el objetivo marcado por la comunidad científica internacional de no superar un aumento de dos grados centígrados a finales de siglo.
De cara a la Cumbre de París, Obama no solo debe pedir al resto de líderes mundiales un acuerdo legalmente vinculante, que es fundamental. También debe llegar con un acuerdo de reducción de emisiones mucho más ambicioso para 2025. En este sentido, el análisis de Greenpeace sobre reducción global de emisiones muestra que Estados Unidos podría incluso disminuir un 40% las emisiones de dióxido de carbono respecto a 2005. Algo posible si se potencian más las energías renovables, lo que supondría un incremento del empleo y una reducción de los costes de combustible fósil en 100.000 millones de dólares.
Y mientras Obama trata de tomar el liderazgo en la lucha contra el cambio climático, la Unión Europea ya ha interiorizado el rol de actor de reparto en las negociaciones mundiales que ya asumió tras el fracaso de la Cumbre de Copenhague en 2009. Pero más lamentable aún es el nefasto papel de España que, más que luchar contra el cambio climático, ha emprendido su propia cruzada en sentido contrario, declarando la guerra a las energías renovables (y al interés general de la ciudadanía) en beneficio de las grandes eléctricas.
Sin duda, la propuesta de Obama es muy mejorable, pero marca al resto del planeta la dirección que hay que seguir. Es necesario que el conjunto de líderes de los países más contaminantes, incluido Estados Unidos, no solo la asuman, sino que actúen en consecuencia, ya que, de otro modo, todos pagaremos la consecuencias.