Este artículo también está disponible en catalán.
En el artículo anterior intenté aclarar si Mariano Rajoy es tan moderado, amable y educado como algunos medios propagan. Empecé con tres intervenciones suyas de cuando estaba en la oposición. En estas líneas, se repasarán algunas expresiones usadas en el ejercicio del poder. Primero, se verán tres relacionadas con la corrupción, concretamente con la trama Gürtel.
La primera es de una rueda de prensa y como estaba en Alemania no le quedó más remedio que contestar. Transcribo unos fragmentos de la respuesta a un periodista que le preguntó por los papeles de Bárcenas: «Tomaremos las decisiones [...] para defender la honorabilidad de las personas que aparecen citadas en estos papeles a que usted se ha referido y al PP [...] Desde luego, todo lo que se refiere a mí y que figura allí y a los compañeros de partido mío que figuran allí no es cierto, salvo alguna cosa que es la que han publicado los medios de comunicación o dicho de otra manera es total y absolutamente falso [...] Es un momento difícil, lo vamos superar pero lo vamos a superar por una sola razón porque las afirmaciones que se hacen allí son absolutamente falsas, lo dije el sábado y lo vuelvo a reiterar en el día de hoy». Destacan dos maneras de proceder, la primera es la negativa a decir las cosas por su nombre (tan proverbial es su incapacidad para pronunciar la palabra «Bárcenas», como la de Zapatero para decir «crisis»); la segunda, contradecirse, decir dos cosas incompatibles (es imposible que liguen «salvo algo» y «total y absolutamente falso») con la esperanza de que prevalezca la que a él le interesa.
Cuatro meses más tarde, en respuesta a una periodista que le formuló dos preguntas, la segunda sobre si le parecía positivo para la ciudadanía que Bárcenas hubiera ingresado en prisión, comenzó por la segunda de este modo: «Ehhh... la segunda, ya tal... y en relación a la primera...». En el vídeo se oyen unas carcajadas que tal vez le animaron a reincidir en respuestas de este tipo. Esta peculiar forma de responder él la contabiliza como respuesta y le permite evitar respuestas posteriores aduciendo que ya ha hablado mucho de ello. Sea como sea, hay un abuso de poder: aprovecha que tiene la sartén por el mango para incumplir la elemental obligación que como presidente de Gobierno tiene de responder a las preguntas en una rueda de prensa.
Tres meses después, en una entrevista de la Bloomberg TV, contestó a la periodista que le interrogaba sobre la corrupción: «Es que hay cosas que no se pueden demostrar». ¿Lapsus? La frase equipara ser inocente a que no te puedan pillar. Inquietante, francamente desazonador.
Llegamos a otra respuesta en la línea de la que despertó risas en la rueda de prensa. Cuando abandona a toda prisa el Parlamento y se encamina hacia el coche, acompañado de un risueño Alfonso Alonso, una periodista le pregunta por la sentencia sobre la doctrina Parrot y le contesta: «Esta lloviendo..., lloviendo mucho, gracias». A continuación se oye la voz de la periodista: «Eh, que la que se moja soy yo». (Por cierto, la profesional fue travestida en hombre en informaciones que se referían a ella como «el» periodista. Una cuestión que quizás se podría considerar de detalle, aunque es difícil que el cambio de sexo se realizara --y se admitiera-- a la inversa.) Mariano Rajoy cometió, en mi opinión, otro abuso de poder a costa de una prensa que intenta hacer su trabajo y que quizás ya no ríe tanto ante respuestas de este tipo. Un abuso de poder entreverado de cinismo, especialmente reprobable y prepotente cuando se ejerce desde el poder.
El pasado mes de diciembre, Mariano Rajoy consideró que su ley de aborto es mesurada: «Regula la situación de manera equilibrada». La lengua, que es portentosa, posibilita que un simple adjetivo desvele su pensamiento político.
En enero, en otra entrevista (son su talón de Aquiles), dijo: «A mí lo que me gustaría es que, como muy bien dijo el Rey, todos seamos iguales ante la ley». Notemos que utiliza el verbo «gustar» y, además, en condicional. Expresa, pues, por partida doble un deseo. No afirma que crea que esta igualdad se dé. Sin abandonar la cuestión, finalizó una respuesta de este modo: «Yo estoy absolutamente convencido de que las cosas [a la Infanta] le irán bien». Aunque no suele hacerlo, más bien es de formulismos registrados («usted juzgará lo que crea conveniente y oportuno», «en el día de hoy» etc.), usó un registro coloquial con un resultado perturbador puesto que lo que expresó induce a pensar o que sabe de antemano cómo irá el caso, o, peor aún, que esté indicando a alguien cómo debería de finalizar. De nuevo, el adverbio «absolutamente», empleado para imprimir más fuerza a su aseveración, contribuye justamente a ponerla en duda.
Veamos una frase de la intervención en la Convención regional del PPC que tuvo lugar en Barcelona el pasado 25 de enero: «Vengo a decir lo que nadie dice en este debate, que los españoles queremos a Cataluña». Por una parte, debe señalarse la ambigüedad del verbo «querer», que tanto puede significar «sentir amor» como «ganas de poseer» (hay fórmulas inequívocas, por ejemplo, «amamos»); de otra, se desprende la consideración de que los catalanes (incluiremos a las catalanas) no son españoles.
La última, en Valladolid el 2 de febrero. Durante la intervención de clausura de la Convención nacional del PP, instó callar al jefe de la oposición: «Tú, cuando digo 'tú', digo: 'él', pero le digo: 'tú'. Eres parte destacada en la causa de ese calvario. O te callas o reconoces el mérito de la gente». Parece clara la intención denigratoria a través de un uso consciente e intencionado del tuteo -él mismo lo señala-. Tal vez quería emular también el «cállate», tuteo incluido, del Rey a Hugo Chavez, sin darse cuenta de que los tiempos han cambiado.
Cada cual juzgará si la moderación y la amabilidad están presentes a lo largo de las intervenciones y respuestas que se acaban de ver.
Quizás estas maneras de expresarse -más la querencia por las pantallas de plasma y la manía de convocar a la prensa sin derecho a preguntar- tienen que ver con dos de los rasgos más característicos de Mariano Rajoy: creerse ungido por el sentido común y tener el convencimiento de que hace las cosas como dios manda.
En el artículo anterior intenté aclarar si Mariano Rajoy es tan moderado, amable y educado como algunos medios propagan. Empecé con tres intervenciones suyas de cuando estaba en la oposición. En estas líneas, se repasarán algunas expresiones usadas en el ejercicio del poder. Primero, se verán tres relacionadas con la corrupción, concretamente con la trama Gürtel.
La primera es de una rueda de prensa y como estaba en Alemania no le quedó más remedio que contestar. Transcribo unos fragmentos de la respuesta a un periodista que le preguntó por los papeles de Bárcenas: «Tomaremos las decisiones [...] para defender la honorabilidad de las personas que aparecen citadas en estos papeles a que usted se ha referido y al PP [...] Desde luego, todo lo que se refiere a mí y que figura allí y a los compañeros de partido mío que figuran allí no es cierto, salvo alguna cosa que es la que han publicado los medios de comunicación o dicho de otra manera es total y absolutamente falso [...] Es un momento difícil, lo vamos superar pero lo vamos a superar por una sola razón porque las afirmaciones que se hacen allí son absolutamente falsas, lo dije el sábado y lo vuelvo a reiterar en el día de hoy». Destacan dos maneras de proceder, la primera es la negativa a decir las cosas por su nombre (tan proverbial es su incapacidad para pronunciar la palabra «Bárcenas», como la de Zapatero para decir «crisis»); la segunda, contradecirse, decir dos cosas incompatibles (es imposible que liguen «salvo algo» y «total y absolutamente falso») con la esperanza de que prevalezca la que a él le interesa.
Cuatro meses más tarde, en respuesta a una periodista que le formuló dos preguntas, la segunda sobre si le parecía positivo para la ciudadanía que Bárcenas hubiera ingresado en prisión, comenzó por la segunda de este modo: «Ehhh... la segunda, ya tal... y en relación a la primera...». En el vídeo se oyen unas carcajadas que tal vez le animaron a reincidir en respuestas de este tipo. Esta peculiar forma de responder él la contabiliza como respuesta y le permite evitar respuestas posteriores aduciendo que ya ha hablado mucho de ello. Sea como sea, hay un abuso de poder: aprovecha que tiene la sartén por el mango para incumplir la elemental obligación que como presidente de Gobierno tiene de responder a las preguntas en una rueda de prensa.
Tres meses después, en una entrevista de la Bloomberg TV, contestó a la periodista que le interrogaba sobre la corrupción: «Es que hay cosas que no se pueden demostrar». ¿Lapsus? La frase equipara ser inocente a que no te puedan pillar. Inquietante, francamente desazonador.
Llegamos a otra respuesta en la línea de la que despertó risas en la rueda de prensa. Cuando abandona a toda prisa el Parlamento y se encamina hacia el coche, acompañado de un risueño Alfonso Alonso, una periodista le pregunta por la sentencia sobre la doctrina Parrot y le contesta: «Esta lloviendo..., lloviendo mucho, gracias». A continuación se oye la voz de la periodista: «Eh, que la que se moja soy yo». (Por cierto, la profesional fue travestida en hombre en informaciones que se referían a ella como «el» periodista. Una cuestión que quizás se podría considerar de detalle, aunque es difícil que el cambio de sexo se realizara --y se admitiera-- a la inversa.) Mariano Rajoy cometió, en mi opinión, otro abuso de poder a costa de una prensa que intenta hacer su trabajo y que quizás ya no ríe tanto ante respuestas de este tipo. Un abuso de poder entreverado de cinismo, especialmente reprobable y prepotente cuando se ejerce desde el poder.
El pasado mes de diciembre, Mariano Rajoy consideró que su ley de aborto es mesurada: «Regula la situación de manera equilibrada». La lengua, que es portentosa, posibilita que un simple adjetivo desvele su pensamiento político.
En enero, en otra entrevista (son su talón de Aquiles), dijo: «A mí lo que me gustaría es que, como muy bien dijo el Rey, todos seamos iguales ante la ley». Notemos que utiliza el verbo «gustar» y, además, en condicional. Expresa, pues, por partida doble un deseo. No afirma que crea que esta igualdad se dé. Sin abandonar la cuestión, finalizó una respuesta de este modo: «Yo estoy absolutamente convencido de que las cosas [a la Infanta] le irán bien». Aunque no suele hacerlo, más bien es de formulismos registrados («usted juzgará lo que crea conveniente y oportuno», «en el día de hoy» etc.), usó un registro coloquial con un resultado perturbador puesto que lo que expresó induce a pensar o que sabe de antemano cómo irá el caso, o, peor aún, que esté indicando a alguien cómo debería de finalizar. De nuevo, el adverbio «absolutamente», empleado para imprimir más fuerza a su aseveración, contribuye justamente a ponerla en duda.
Veamos una frase de la intervención en la Convención regional del PPC que tuvo lugar en Barcelona el pasado 25 de enero: «Vengo a decir lo que nadie dice en este debate, que los españoles queremos a Cataluña». Por una parte, debe señalarse la ambigüedad del verbo «querer», que tanto puede significar «sentir amor» como «ganas de poseer» (hay fórmulas inequívocas, por ejemplo, «amamos»); de otra, se desprende la consideración de que los catalanes (incluiremos a las catalanas) no son españoles.
La última, en Valladolid el 2 de febrero. Durante la intervención de clausura de la Convención nacional del PP, instó callar al jefe de la oposición: «Tú, cuando digo 'tú', digo: 'él', pero le digo: 'tú'. Eres parte destacada en la causa de ese calvario. O te callas o reconoces el mérito de la gente». Parece clara la intención denigratoria a través de un uso consciente e intencionado del tuteo -él mismo lo señala-. Tal vez quería emular también el «cállate», tuteo incluido, del Rey a Hugo Chavez, sin darse cuenta de que los tiempos han cambiado.
Cada cual juzgará si la moderación y la amabilidad están presentes a lo largo de las intervenciones y respuestas que se acaban de ver.
Quizás estas maneras de expresarse -más la querencia por las pantallas de plasma y la manía de convocar a la prensa sin derecho a preguntar- tienen que ver con dos de los rasgos más característicos de Mariano Rajoy: creerse ungido por el sentido común y tener el convencimiento de que hace las cosas como dios manda.