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El fin del pensamiento mágico

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Salvación o calamidad, orientado a la recesión o al desarrollo, el "mejor acuerdo posible", o el "peor de todos", el nuevo acuerdo entre Atenas y sus acreedores sigue teniendo un destino incierto y unas consecuencias aún más inciertas. No obstante, sea cual fuere el caso, marca el final definitivo de una era.

Llamémosla era del pensamiento mágico.

Es un término usado sobre todo por antropólogos y psicólogos, para el que Sartre ofreció la mejor definición: Cuando las personas se dejan atrapar por una fuerte sensación o deseo de convencernos de que algo es real, mientras que la lógica sostiene lo contrario. Es como si hiciéramos "desvanecer" la realidad o creyéramos en fuerzas mágicas, invisibles, que cambiarán la realidad según nuestros deseos. Es característico de cierta fase en la vida de un individuo y de una era en la civilización humana. Aunque también puede renacer en nuestro pensamiento individual o colectivo. O en el discurso político.

Y vaya un resurgimiento impresionante que hemos experimentado. Sucumbimos al pensamiento mágico cuando creímos que podríamos condonar nuestra deuda sin ninguna penalización; que podríamos reducir los déficits sin austeridad, gracias a alguna difícil prestidigitación del tipo que se hacen en las Antillas y en el Zappeion; que únicamente con nuestro voto podríamos cambiar toda Europa; que podríamos sacarle la lengua a la eurozona sin poner en peligro nuestra participación dentro de ella. También caímos en el pensamiento mágico cuando Alexis dijo que haría a Merkel una propuesta que no podría rechazar, o cuando Yanis intentó convencer a nuestro Primer Ministro de que si el tiempo de negociación terminaba, podríamos incumplir los pagos e introducir una sofisticada moneda virtual en nuestras transacciones. Entonces, el mundo caería de rodillas ofreciéndonos oro, incienso y mirra.

Sobrevivimos; terminó el 12 de julio; el acuerdo confirma el final de una era. Ahora estamos experimentando una era de "maduración", donde sabemos que los deseos no dan forma a la realidad, que la fantasía no tiene poder, que estamos obligados a tomar decisiones y que cada una de ellas tiene consecuencias.

Podemos elegir el acuerdo con la eurozona, que nos costará otros tres años de control económico de la Troika -o como queramos llamarlo-. Podemos elegir una ruptura con la eurozona, plenamente conscientes de las consecuencias, entre las que se incluye el dolor de un violento regreso a la moneda nacional, algo que no ocultan los defensores de esta opción.

Ya es un éxito que el balance de estas opciones se esté produciendo sin el pensamiento mágico, con una valoración racional de las consecuencias. El éxito sería mucho mayor si las decisiones verdaderamente difíciles e importantes, que son las que estamos posponiendo y evitando, pasaran al primer plano. Cuestiones como si el estado, fracasado, se someterá o no a un cambio fundamental. Y si el cambio ocurrirá o no con un carácter democrático y progresista. Si cambiará el modelo de producción, que durante dos décadas ha estado sobreviviendo a base de préstamos y sólo genera deuda, o continuará manteniéndose en detrimento de los miembros más débiles de la sociedad. Y si este cambio tendrá lugar en base a la justicia social o no.

La historia no ha terminado. La política no ha sido homogeneizada porque otro partido, otro primer ministro, se ha visto obligado a reconciliarse con lo inevitable. Las luchas en la escena política, con nuevas formas, nuevas líneas divisorias y nuevos temas que sin duda emergerán de esta crisis, no serán menos intensas ni menos frecuentes. Pero confiamos en que serán más racionales y realistas, más productivas, y en que las líneas divisorias serán definidas en términos pragmáticos. No en términos de "a favor" o "en contra" del Memorando de Entendimiento, sino en términos de progresista o conservador, izquierda o derecha.

Incluso si el acuerdo es el peor de todos, esta maduración de la política hacia una etapa adulta -si es que sucede- será un éxito. Pero me detendré aquí, no sea que confunda mis deseos con la realidad y, por ende, yo también me convierta en otra víctima del pensamiento mágico.
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Este post fue publicado originalmente en la edición griega de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Diego Jurado Moruno


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