¿Nunca te pasó? La situación llega a ser bizarra. Tú invitas a la ilusión y ella (o él) te responde con la desconfianza. Tú le dices que es para aspirar y ella se lo quiere tragar. Tú insistes con que no importa y él vuelve una y otra vez a que tú siempre con lo mismo. No logramos ponernos de acuerdo.
Tú sabes perfectamente que nunca nadie en la vida tuvo la valentía y la consistencia ética de proponerle algo así y ella te vuelve a comparar con aquéllos, y a veces hasta sales perdiendo. Y tú te mueres de ganas de decirle "Pero cómo...", pero ya no sabes ni cómo decírselo. Tú retomas el aire, y de nuevo le recuerdas que una propuesta vale más que mil especulaciones, y que las innovaciones son de otra índole que las justificaciones. Tú le dices, y él, nada. Tú le juras que lo que vale es la entrega, no el resultado, y él reacciona como si no entendiera tu lengua. E insistes con la lengua, y tampoco parece entender.
Se viste de súper-analítica para no caer en la trama encantadora de tus ilusiones.
Tú estás invitándola a viajar a la luna, y ella te cuestiona como si fueran a pasar el fin de semana en la montaña de al lado. Quiere saber cómo estará el clima, qué calidad tendrá la cobertura de su celular, si su almohada será de la altura a la que ella está acostumbrada, si no habrá bichos en la cabaña, si habrá tráfico al retornar y demás. Ella quiere garantizarse que nada pierde de sus plomizos y garantizados fines de semana en la ciudad, y entonces sí, tal vez se disponga disfrutar de algún plus a favor. No entendió. Y en esas condiciones no deberías aceptar.
Cuando el viaje es a la Luna, las referencias históricas se pierden. Ese viaje es un corte. Si vale, vale por sí mismo y por lo que nos trae, no por lo que conserva. Es otra instancia. Ni llevas ni traes; simplemente vas, te vas. No sabemos lo que encontraremos en la Luna, pero no podemos ir a buscar allá justamente lo que ya hemos conseguido acá en la Tierra, porque entonces para qué, ¿no? Si encuadramos el viaje a la Luna en un marco reafirmatorio, lo más probable es que vomitemos mil veces, una tras otra. Si decidimos ir a la Luna es por la Luna y lo que ella nos proponga; habrá que dejarla ser. Allá no falta gravedad, simplemente hay otra cosa; por acá te caes todo el rato y allá flotas, y sus mil derivaciones. Se me hace que las radiaciones de por allá no sirven para hablar por teléfono ni enviar whatsapps.
Quiere saber si tú sabes cómo es allá y tú le dices que claro que no, y entonces no se siente seguro. Te pide garantías, y tú tienes repentinas ganas de responderle que su pu... que no se trata de garantías, precisamente; que tu invitación es justamente a la exploración y el descubrimiento. No entiende. Es de ésas que hasta se tomaría una pastilla para dormir en el tramo en que atraviesen el límite atmosférico y cambie el juego de gravedades. No sabe que el viaje vale más que la llegada. No sabe que protagonizar la búsqueda es más trascendente que encontrar. No puede, tal vez.
No escucha tu propuesta, sopesa su riesgo. No te valora porque propones, te valorará si lo propuesto le vale. Suspendió en ética. Te pone en el lugar del riesgo para salirse él de su riesgo. A ver si me convences, te inquiere. Cree -delira- que es más edificante juzgar que enunciar. Es de las que siempre se espera para tomar su posición. Te evaluará llegando, despegando, durante y al regresar; y siempre con el patrón de la tierra. Te tendrá en vilo y expiará sus ansiedad dándose la vuelta para verte con cara de yo te dije a cada ráfaga de aire o golpe de calor de por allá arriba. Dirá una y otra vez que añora su pan caliente, su rutina de yoga, sus almuerzos en la hora y su invierno conocido; vivirá nostálgica como viven los que emigran y no se conectan con lo ganado mientras se deshacen en lo perdido. Y tú tendrás dos alternativas (allá arriba, vaya uno a saber dónde): o te caes con él o te cagas en él. No entiende.
Digo esto porque muchas veces, cuando estamos en una escuela, en un congreso, seminario o cualquier otro foro de educación, parece que estuviéramos con ella de nuevo, multiplicada por cientos. Te escuchan como si fueras un impostor; recelan de ti como si estuvieras cometiendo un atentado; te inquieren como si te estuvieran comprando; te exigen donde no tienes -ni pretendes tener- y te desatienden en lo que vales. Es la comunicación equivocada en estado puro. Tú les dices que vamos, y ellos se reafirman en su pretensión de quedarse; tú les recuerdas que su lugar ya no está seguro y ellas te espetan que a ver si el tuyo lo está. Tú les dices que están trabados y ellos te dicen que no, en escuadra. Tú te abres y ellos te buscan el talón. Tú te lanzas y ellos te miran el lomo. Tú sonríes y ellas desconfían.
Te obligan a adoptar la posición del que sabe y tú quieres ser el que invita. Tú afirmas que debemos explorar y ellas te dicen que sí, pero que mañana, que tal vez, que cómo, que si fuera el caso... Y tú te irritas y te mueres de ganas de decírselo, porque si no lo dices, puedes caer en la trampa de buscar justificarte con la matriz equivocada. No hay manera de vender un viaje a la luna con los argumentos turísticos propios de la tierra y nuestras agencias de viaje; ni viceversa.
Cuando llegas con lo de la escuela nueva debes saber que llegas con un billete abierto a no sé dónde. Así de indefinido y así de inquietante. No te pierdas. Y no olvides que se lo estás ofreciendo a quien lleva en la tierra, en su ciudad, en su jodida casa de su jodido entorno, una vida jodida, repetitiva e inútil que transcurre con dificultades pero en la que nada ocurre de verdad. Y debes saber también que podría ser que no esté en condiciones de subirse a la nave, pero sientes que es difícil que no se vea tentada, con ganas, iluminada por tu iniciativa y por el encanto irresistible de lo está por hacerse. No te resignas, y te entiendo.
Debes aceptar que te diga que sí o te diga que no, pero no debes aceptar que consuma tu luz. Si su deporte es consumirte, vete; y vete tranquila, porque resulta obvio que él no es para ti. Hay otros.
Tú sabes perfectamente que nunca nadie en la vida tuvo la valentía y la consistencia ética de proponerle algo así y ella te vuelve a comparar con aquéllos, y a veces hasta sales perdiendo. Y tú te mueres de ganas de decirle "Pero cómo...", pero ya no sabes ni cómo decírselo. Tú retomas el aire, y de nuevo le recuerdas que una propuesta vale más que mil especulaciones, y que las innovaciones son de otra índole que las justificaciones. Tú le dices, y él, nada. Tú le juras que lo que vale es la entrega, no el resultado, y él reacciona como si no entendiera tu lengua. E insistes con la lengua, y tampoco parece entender.
Se viste de súper-analítica para no caer en la trama encantadora de tus ilusiones.
Tú estás invitándola a viajar a la luna, y ella te cuestiona como si fueran a pasar el fin de semana en la montaña de al lado. Quiere saber cómo estará el clima, qué calidad tendrá la cobertura de su celular, si su almohada será de la altura a la que ella está acostumbrada, si no habrá bichos en la cabaña, si habrá tráfico al retornar y demás. Ella quiere garantizarse que nada pierde de sus plomizos y garantizados fines de semana en la ciudad, y entonces sí, tal vez se disponga disfrutar de algún plus a favor. No entendió. Y en esas condiciones no deberías aceptar.
Cuando el viaje es a la Luna, las referencias históricas se pierden. Ese viaje es un corte. Si vale, vale por sí mismo y por lo que nos trae, no por lo que conserva. Es otra instancia. Ni llevas ni traes; simplemente vas, te vas. No sabemos lo que encontraremos en la Luna, pero no podemos ir a buscar allá justamente lo que ya hemos conseguido acá en la Tierra, porque entonces para qué, ¿no? Si encuadramos el viaje a la Luna en un marco reafirmatorio, lo más probable es que vomitemos mil veces, una tras otra. Si decidimos ir a la Luna es por la Luna y lo que ella nos proponga; habrá que dejarla ser. Allá no falta gravedad, simplemente hay otra cosa; por acá te caes todo el rato y allá flotas, y sus mil derivaciones. Se me hace que las radiaciones de por allá no sirven para hablar por teléfono ni enviar whatsapps.
Cuando el viaje es a la Luna, las referencias históricas se pierden. Ese viaje es un corte. Si vale, vale por sí mismo y por lo que nos trae, no por lo que conserva.
Quiere saber si tú sabes cómo es allá y tú le dices que claro que no, y entonces no se siente seguro. Te pide garantías, y tú tienes repentinas ganas de responderle que su pu... que no se trata de garantías, precisamente; que tu invitación es justamente a la exploración y el descubrimiento. No entiende. Es de ésas que hasta se tomaría una pastilla para dormir en el tramo en que atraviesen el límite atmosférico y cambie el juego de gravedades. No sabe que el viaje vale más que la llegada. No sabe que protagonizar la búsqueda es más trascendente que encontrar. No puede, tal vez.
No escucha tu propuesta, sopesa su riesgo. No te valora porque propones, te valorará si lo propuesto le vale. Suspendió en ética. Te pone en el lugar del riesgo para salirse él de su riesgo. A ver si me convences, te inquiere. Cree -delira- que es más edificante juzgar que enunciar. Es de las que siempre se espera para tomar su posición. Te evaluará llegando, despegando, durante y al regresar; y siempre con el patrón de la tierra. Te tendrá en vilo y expiará sus ansiedad dándose la vuelta para verte con cara de yo te dije a cada ráfaga de aire o golpe de calor de por allá arriba. Dirá una y otra vez que añora su pan caliente, su rutina de yoga, sus almuerzos en la hora y su invierno conocido; vivirá nostálgica como viven los que emigran y no se conectan con lo ganado mientras se deshacen en lo perdido. Y tú tendrás dos alternativas (allá arriba, vaya uno a saber dónde): o te caes con él o te cagas en él. No entiende.
Digo esto porque muchas veces, cuando estamos en una escuela, en un congreso, seminario o cualquier otro foro de educación, parece que estuviéramos con ella de nuevo, multiplicada por cientos. Te escuchan como si fueras un impostor; recelan de ti como si estuvieras cometiendo un atentado; te inquieren como si te estuvieran comprando; te exigen donde no tienes -ni pretendes tener- y te desatienden en lo que vales. Es la comunicación equivocada en estado puro. Tú les dices que vamos, y ellos se reafirman en su pretensión de quedarse; tú les recuerdas que su lugar ya no está seguro y ellas te espetan que a ver si el tuyo lo está. Tú les dices que están trabados y ellos te dicen que no, en escuadra. Tú te abres y ellos te buscan el talón. Tú te lanzas y ellos te miran el lomo. Tú sonríes y ellas desconfían.
Te escuchan como si fueras un impostor; recelan de ti como si estuvieras cometiendo un atentado; te inquieren como si te estuvieran comprando; te exigen donde no tienes -ni pretendes tener- y te desatienden en lo que vales.
Te obligan a adoptar la posición del que sabe y tú quieres ser el que invita. Tú afirmas que debemos explorar y ellas te dicen que sí, pero que mañana, que tal vez, que cómo, que si fuera el caso... Y tú te irritas y te mueres de ganas de decírselo, porque si no lo dices, puedes caer en la trampa de buscar justificarte con la matriz equivocada. No hay manera de vender un viaje a la luna con los argumentos turísticos propios de la tierra y nuestras agencias de viaje; ni viceversa.
Cuando llegas con lo de la escuela nueva debes saber que llegas con un billete abierto a no sé dónde. Así de indefinido y así de inquietante. No te pierdas. Y no olvides que se lo estás ofreciendo a quien lleva en la tierra, en su ciudad, en su jodida casa de su jodido entorno, una vida jodida, repetitiva e inútil que transcurre con dificultades pero en la que nada ocurre de verdad. Y debes saber también que podría ser que no esté en condiciones de subirse a la nave, pero sientes que es difícil que no se vea tentada, con ganas, iluminada por tu iniciativa y por el encanto irresistible de lo está por hacerse. No te resignas, y te entiendo.
Debes aceptar que te diga que sí o te diga que no, pero no debes aceptar que consuma tu luz. Si su deporte es consumirte, vete; y vete tranquila, porque resulta obvio que él no es para ti. Hay otros.