Foto: JOSÉ LUIS CEREIJIDO (EFE)
Me puse en la mañana de ayer a teclear unas líneas para enviar al HufftPost sobre Artur Mas. Desde que pasaron las elecciones municipales y autonómicas de mayo pasado, no hay día que no se tenga el impulso de escribir algo sobre el presidente de la Generalitat de Cataluña. Cuando estaba terminando me llegó la noticia de la muerte de Txiki Benegas. Y no tuve dudas: entre escribir sobre el catalán o hacerlo sobre el vasco, era como decidir entre lo malo y lo bueno, lo desleal y lo leal, lo insensato y lo sensato, lo nacionalista y lo socialista, lo indigno y lo digno, el oportunismo y la generosidad, la antipatía y la simpatía, el atolondramiento y la sensatez, la insolencia y el comedimiento. Abandoné a Mas y me fui con Txiki, con el que ya nunca más podré dialogar sobre el PSOE y sobre España, dos de sus grandes pasiones y de sus desvelos.
Siempre tengo en la mente la imagen de un joven socialista, secretario General del PSOE de Euskadi, que asomado a la tribuna de invitados del Congreso de los Diputados en los orígenes de la Transición, cuando ETA apretaba hasta la extenuación, recibió el aplauso casi unánime de la Cámara por alguna declaración que había hecho sobre el mundo del terror y que por su valentía fue glosada por el entonces ministro del Interior de Gobierno de Adolfo Suárez. Yo era diputado y no llegaba a los treinta años; Benegas tenía esa misma edad, pero a mí se me hizo un gigante cuando asomó, con cierta timidez, su cabeza para agradecer el gesto.
A partir de ese momento, Txiki fue para mí uno de mis referentes preferidos a la hora de saber el camino que tomar en aquellos difíciles pero fascinantes años de la Transición. Sabiendo por dónde iba Benegas en asuntos de partido y en el debate territorial no había temor a equivocarse. No tomó ni una sola decisión en esos dos temas en los que se pueda decir que erró. Ni siquiera cuando, por lealtad a Alfonso Guerra y para no dejar desguarnecido un partido que caería irremisiblemente en manos de quienes lo entendían de manera distinta a como lo entendíamos el grupo al que se le denominó mediáticamente como guerrista, rechazó el Ministerio que Felipe González le ofreció en 1991, cuando las cosas comenzaron a torcerse para la relación entre el número uno del PSOE y el número dos y para el futuro del socialismo español.
Fui testigo del momento en que Alfonso Guerra propuso, en el XXX Congreso Federal del PSOE, en una reunión de algunos cabezas de delegación, cuando las Comisiones Ejecutivas se negociaban en la última noche, a José María Benegas para ocupar la Secretaría de Organización Federal del PSOE. Allí estaba, entre otros, Lalo López, padre de Patxi López, junto con algún otro representante de la delegación de los socialistas vascos. Uno de ellos manifestó su oposición a que Benegas tuviera que dejar el País Vasco para irse a Madrid. ETA mataba entonces a razón de cien personas por año. Uno de los vascos dijo: "Si a mí me ofrecieran ir a Madrid y dejar el horror vasco, yo mataba al que se opusiese". Fue literal pero metafórico, pues fue el mejor argumento para convencer a quienes querían a Txiki para el País Vasco, de lo inteligente de la propuesta que hacía Alfonso y que todo el mundo aceptó finalmente. Siempre trabajando con Felipe, con Alfonso y con Ramón Rubial, supo ganarse la confianza de ellos y el respeto y la admiración de buena parte de la militancia socialista que veíamos en Txiki a un referente de lo que significaba militar en un partido como el PSOE.
La descentralización del Estado fue una apuesta arriesgada que hicimos los españoles, junto con el pluralismo político. Txiki siempre tuvo opinión de cómo había que conducir un proceso novedoso, complejo y difícil. Cuando había dudas, la voz de Benegas siempre era escuchada con muchísima atención. Siempre fue partidario de que el resultado final de ese proceso no pusiera en cuestión la igualdad entre los ciudadanos españoles y que no lesionara los intereses del PSOE en su concepción de partido, socialista, de trabajadores y español. Y siempre pensó y defendió que cualquier reforma que se tratara de hacer para avanzar en reformas estatutarias o constitucionales exigía el acuerdo de los dos grandes partidos estatales, es decir, PSOE y PP.
Nunca entendió ni apoyó las últimas reformas estatutarias en las que el PP quedó al margen de las mismas. Defendía en los últimos tiempos que el Estado de las Autonomías había superado lo que es un Estado Federal tipo, como el alemán, en competencias y en asimetría. No fue partidario del Estado Federal que propugnaba el PSOE porque el Estado Federal introduce confusión sobre lo que proponemos y desconocimiento, por lo tanto no es claro, máxime si, como decía él, "el Estado Federal no vende una escoba en Cataluña y en Euskadi". Txiki, con una gran clarividencia, afirmaba que "los problemas que estamos teniendo no son atribuibles al modelo de Estado. No nos engañemos. Se deben a la existencia en nuestro país de nacionalismos fuertes de reivindicaciones sucesivas sin límite, hasta que lleguen a la independencia".
Fue de los socialistas de los que nadie dudaba de su lealtad al partido y a las personas que militamos en él. En los tiempos en que el PSOE decidió pasar a otro modelo de partido y a otra manera de dirigirlo, Txiki fue perdiendo presencia dentro y fuera de la organización, pero, al final, todos los dirigentes socialistas acababan llamando a Txiki Benegas para que contara su visión de la realidad partidaria y española.
El PSOE y España te deben mucho y por eso mereces un reconocimiento interno y externo. Desde dentro y desde fuera del PSOE.
¡Descansa en paz, amigo!