La noticia del tercer rescate de Grecia, a raíz de una teatralización de las negociaciones con el Eurogrupo y la posterior aceptación de las condiciones impuestas, así como la fractura interna del partido político heleno, Syriza, nos debe llevar directamente al rincón de pensar. Es obvio que la fractura interna de Syriza no hace sino evidenciar la lucha, tan intensa como contradictoria, de un partido político portador de un conjunto de exigencias de una ciudadanía harta de pagar todos los platos rotos de una crisis que parece tener como blanco solo a los ciudadanos, convertidos en responsables de una situación económico-social totalmente insostenible. Dicha fractura dentro de este partido es síntoma de la situación de quienes dicen apostar por el cambio, pero no están, decididamente, dispuestos a pagar el precio: hay quienes quieren hacer una tortilla habiéndose impuesto, paradójicamente, la línea roja de no romper ni un huevo. La verdad es que el cambio tiene un precio y solo lo merecen y experimentarán quienes estén dispuestos a asumir su coste, los que osen librar la batalla, que no deja de ser una de sentido común, ya que no podemos persistir en una misma política en un determinado país si resulta ser claramente incapaz de proporcionar soluciones satisfactorias a la situación que preocupa.
Si bien casi todos los acontecimientos de nuestro entorno político de estos últimos meses parecen refrendar la famosa cita «Dadme la moneda de un país y no me importará quién hace las leyes», ya va siendo hora de reconocer que los poderes financieros están sobrevalorados. En este sentido, no estaría de más una suerte de revisionismo pragmático para arrojar luz sobre lo que parece estar encaminado a ser considerado no ya una opinión, cuando menos verosímil, sino un hecho, resignadamente irrefutable. No obstante, si hay algo totalmente cierto es que el poder político no es ni tampoco se puede permitir la desgracia de ser esclavo de la máquina financiera. De hecho, no tiene por qué temerla, ni mucho menos aceptar sus diktats, ya que en ningún momento ha dejado de ser lo que es: el poder institucional que decide a todos los niveles.
Los poderes financieros utilizan el poder político como herramienta para preservar y proteger sus intereses, y hacen de las instituciones el espacio que permite a la clase económicamente dominante convertirse en la políticamente dominante. Hoy en día, la dimensión donde esta premisa tiene más contundencia es la Unión Europea, organización internacional de integración en la que los Estados ceden aspectos propios de su soberanía para una gestión común. Así, por lo tanto, queda definido el campo donde el establishment compone un espacio idóneo para el ejercicio de sus intereses.
Frente a la osadía y el chantaje de los poderes financieros no solo hay que resistir, sino también dejar en evidencia su cinismo, su desprecio por la dignidad de colectivos enteros y su carencia del más mínimo sentido de justicia. A este respecto, la mejor resistencia es la alternativa construida, promovida e impulsada desde, por y para los ciudadanos. La idea de que siempre hemos jugado ingenuamente al juego de estos magos financieros esperando una paradójica victoria mientras respetamos torpe y escrupulosamente todas y cada una de sus reglas es un hecho: nos hemos animado a entrar en un sinfín de partidas amañadas a conciencia, con las reglas ya definidas y en las que todo está ya atado y bien atado. Los trucos siguen siendo los mismos: hacernos creer que no hay alternativas posibles a la situación actual. Pero ¿quién dijo que tenemos que jugar todos a lo mismo, y que no podemos, bajo ningún concepto, redefinir las reglas?
Cuando la necesidad de cambio nos rezuma por cada poro de la piel y se seca con el primer viento que sopla en contrasentido; cuando la comodidad de lo inseguro bien seguro nos ata a los pies del inmovilismo político y social, es justo cuando el poder financiero descansa y se impone sin piedad. Por lo cual, solo un mandato político lo suficientemente claro a llevar una política de reafirmación de la soberanía de los pueblos es capaz de provocar un cambio estructural real. En esta dura lucha que requiere constancia sobra el postureo ciudadano, porque no tiene cabida en ningún plan serio de cambio. Hace falta apostar, de forma resolutiva y sin más consideraciones, por unas políticas claras de justicia, igualdad y bienestar ciudadano.
Actualmente, gracias a las redes sociales, los ciudadanos --a la vez que usuarios-- gozamos de mayor capacidad comunicativa y organizativa, y disponemos de un entramado comunicativo inmediato, a distancia y con características expansivas ilimitadas. La disponibilidad de medios comunicativos por parte de la ciudadanía debilita el poder de imposición discursiva que ha formado parte de la actuación tradicional de los poderes económicos y, por lo tanto, crea espacios de empoderamiento para la lucha social. Dentro de la censura actual, aún queda cierto margen para la movilización ciudadana. Las próximas elecciones deben ser el toque de partida del cambio, un punto de inflexión en la corrupción que carcome el poder político y la afirmación de que apostamos por una nueva forma de hacer política, por y para los ciudadanos: sin diktats. Estamos todavía a tiempo de reaccionar, y de evitar así hacer lo mismo mientras esperamos, paradójicamente, resultados diferentes.
Este artículo ha sido escrito conjuntamente con José Miguel Resina
www.reaccionando.org
Si bien casi todos los acontecimientos de nuestro entorno político de estos últimos meses parecen refrendar la famosa cita «Dadme la moneda de un país y no me importará quién hace las leyes», ya va siendo hora de reconocer que los poderes financieros están sobrevalorados. En este sentido, no estaría de más una suerte de revisionismo pragmático para arrojar luz sobre lo que parece estar encaminado a ser considerado no ya una opinión, cuando menos verosímil, sino un hecho, resignadamente irrefutable. No obstante, si hay algo totalmente cierto es que el poder político no es ni tampoco se puede permitir la desgracia de ser esclavo de la máquina financiera. De hecho, no tiene por qué temerla, ni mucho menos aceptar sus diktats, ya que en ningún momento ha dejado de ser lo que es: el poder institucional que decide a todos los niveles.
Los poderes financieros utilizan el poder político como herramienta para preservar y proteger sus intereses, y hacen de las instituciones el espacio que permite a la clase económicamente dominante convertirse en la políticamente dominante. Hoy en día, la dimensión donde esta premisa tiene más contundencia es la Unión Europea, organización internacional de integración en la que los Estados ceden aspectos propios de su soberanía para una gestión común. Así, por lo tanto, queda definido el campo donde el establishment compone un espacio idóneo para el ejercicio de sus intereses.
Los poderes financieros utilizan el poder político como herramienta para preservar y proteger sus intereses, y hacen de las instituciones el espacio que permite a la clase económicamente dominante convertirse en la políticamente dominante...
Frente a la osadía y el chantaje de los poderes financieros no solo hay que resistir, sino también dejar en evidencia su cinismo, su desprecio por la dignidad de colectivos enteros y su carencia del más mínimo sentido de justicia. A este respecto, la mejor resistencia es la alternativa construida, promovida e impulsada desde, por y para los ciudadanos. La idea de que siempre hemos jugado ingenuamente al juego de estos magos financieros esperando una paradójica victoria mientras respetamos torpe y escrupulosamente todas y cada una de sus reglas es un hecho: nos hemos animado a entrar en un sinfín de partidas amañadas a conciencia, con las reglas ya definidas y en las que todo está ya atado y bien atado. Los trucos siguen siendo los mismos: hacernos creer que no hay alternativas posibles a la situación actual. Pero ¿quién dijo que tenemos que jugar todos a lo mismo, y que no podemos, bajo ningún concepto, redefinir las reglas?
Cuando la necesidad de cambio nos rezuma por cada poro de la piel y se seca con el primer viento que sopla en contrasentido; cuando la comodidad de lo inseguro bien seguro nos ata a los pies del inmovilismo político y social, es justo cuando el poder financiero descansa y se impone sin piedad. Por lo cual, solo un mandato político lo suficientemente claro a llevar una política de reafirmación de la soberanía de los pueblos es capaz de provocar un cambio estructural real. En esta dura lucha que requiere constancia sobra el postureo ciudadano, porque no tiene cabida en ningún plan serio de cambio. Hace falta apostar, de forma resolutiva y sin más consideraciones, por unas políticas claras de justicia, igualdad y bienestar ciudadano.
Cuando la necesidad de cambio nos rezuma por cada poro de la piel y se seca con el primer viento que sopla en contrasentido, es justo cuando el poder financiero descansa y se impone sin piedad
Actualmente, gracias a las redes sociales, los ciudadanos --a la vez que usuarios-- gozamos de mayor capacidad comunicativa y organizativa, y disponemos de un entramado comunicativo inmediato, a distancia y con características expansivas ilimitadas. La disponibilidad de medios comunicativos por parte de la ciudadanía debilita el poder de imposición discursiva que ha formado parte de la actuación tradicional de los poderes económicos y, por lo tanto, crea espacios de empoderamiento para la lucha social. Dentro de la censura actual, aún queda cierto margen para la movilización ciudadana. Las próximas elecciones deben ser el toque de partida del cambio, un punto de inflexión en la corrupción que carcome el poder político y la afirmación de que apostamos por una nueva forma de hacer política, por y para los ciudadanos: sin diktats. Estamos todavía a tiempo de reaccionar, y de evitar así hacer lo mismo mientras esperamos, paradójicamente, resultados diferentes.
Este artículo ha sido escrito conjuntamente con José Miguel Resina
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