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El líder chino Xi Jinping sigue agitando las aguas en el Partido Comunista. El blanco en esta ocasión son los veteranos del Partido que, con sus tentáculos entre los dirigentes en activo y otros mecanismos de injerencia, tratan de influir en las decisiones de los órganos ordinarios, llegando a obstaculizar la gestión de asuntos importantes muchos años después de su jubilación.
El Diario del Pueblo publicaba el pasado 10 de agosto un artículo condenando dichas prácticas, que desde hace mucho tiempo son expresión de una cierta institucionalización no escrita y de raíces parcialmente atribuidas a la idiosincrasia cultural china. Llamada a afirmar el consenso intergeneracional, igualmente actúa como freno de la capacidad de decisión de los dirigentes en activo a todos los niveles. Tal proceder, junto a la colegialidad de las decisiones y la preservación de un amplio consenso, recibió el beneplácito activo de la mano del propio Deng Xiaoping tras la Revolución Cultural a fin de evitar el resurgir del culto a la personalidad y las luchas entre clanes y facciones que enturbiaban la estabilidad política.
A lo largo de estos años, la interferencia pasó de ser un instrumento para conjurar la inestabilidad a incorporar una dimensión económica y clientelar que sirvió para robustecer la configuración de redes de nepotismo y corrupción proyectadas en todos los niveles del poder. La obsesión por ejercer influencia pasó a convertirse en una manifestación más de corrupción con el objetivo de satisfacer intereses personales crematísticos y ajenos al bien público.
Al Beijing News, a diferencia del Diario del Pueblo, le dio por concretar, y enumeró ejemplos positivos y negativos de estos procederes, destacando entre los primeros a figuras como Zhu Rongji (primer ministro entre 1998 y 2003) o Hu Jintao (predecesor de Xi Jinping). Es sabido que Hu ejerció su mandato bajo la atenta vigilancia de Jiang Zemin (secretario general del PCCh entre 1989 y 2002), quien retuvo durante dos años la presidencia de la Comisión Militar Central, resistiéndose a abandonarla. El traspaso de poder de Hu a Xi Jinping fue todo un ejemplo del proceder contrario. Llama la atención la ausencia de mención a Wen Jiabao, primer ministro con Hu Jintao, ante insistentes rumores de su próxima caída. En la lista negativa, destaca, entre otros, Zhou Yongkang, el todopoderoso jefe de seguridad caído en desgracia recientemente.
La tajante invocación a adaptarse a los cambios de vida se ha visto reforzada con el anuncio de supresión de los encuentros de verano en Beidahe, una zona balnearia próxima a Beijing donde ritualmente se reunía la elite de la nomenklatura china. Los encuentros habían sido prohibidos por Hu Jintao en 2004 pero seguían celebrándose bajo otros formatos más discretos y disimulados.
Xi Jinping trata de reafirmar el poder de los órganos y autoridades del PCCh, incluido el suyo propio, frente a la vigencia de las viejas lealtades personales que actúan de freno a las reformas. El mensaje puede reflejar cierto descontento de los veteranos con el signo de los actuales cambios y el dinamitado de los blindajes que protegían a los intocables. El riesgo de una respuesta política que intensifique las luchas internas no es baladí.
¿El emperador reina hasta que muere? Ya no. Con Xi, se jubila de verdad.