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Derechos humanos en Europa: ¿cerrado por vacaciones?

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Foto: ZOLTAN BALOGH/EFE

Es estremecedor haber leído todos los días, desde el mes de julio las escalofriantes noticias sobre los dramas humanos de los refugiados que han muerto por el camino, y de aquellos que intentan llegar a Europa por tortuosas rutas desde sus lejanos lugares de origen, en guerra o inmersos en el conflicto, a través del Mediterráneo. Teóricamente, Europa es un territorio donde están enraizados los fundamentos del derecho, la justicia y la paz social. Hasta día de hoy, Europa se ha preciado de ser guardiana y ejemplo mundial de los valores, principios, libertades y derechos fundamentales para todos.

Antes del verano, la prensa europea explicaba que las llegadas de seres humanos transportados como esclavos se producían en el sur de Europa, en Grecia, Italia o España. Pero ahora, los ricos ciudadanos del norte, descubren con sorpresa que las muertes se producen a las puertas de su casa; en el centro de Europa; dentro de los camiones patera, en Viena; al pie de los muros erigidos en la frontera de Hungría; en las barricadas oficiales levantadas en Macedonia; en los albergues para asilados incendiados intencionadamente, en Alemania, o también en las vallas electrificadas en Calais, y no solamente en las de Ceuta y Melilla.

Tiempo atrás, la Europa de los mercaderes sostenía, por acción u omisión, que este era un asunto que concernía únicamente a los ribereños del Mediterráneo. El 20 de julio, antes de las vacaciones estivales, fue la última vez en donde los veintiocho ministros de Exteriores de la Unión Europea, se reunieron para hablar sobre este tema, sin concretar una fecha para volverse a reunir. Pero los últimos acontecimientos los han obligado a retomar el problema, con celeridad. El 14 de septiembre, Europa vuelve a estar convocada para pensar, esperemos que más seriamente, sobre el problema.


La Unión Europea y también los ciudadanos, tenemos la responsabilidad y la obligación de exigir a los responsables políticos de cualquier nivel, que se posicionen y actúen.


Hace muchos años que predico (aunque parece ser que en el desierto) que la inmigración irregular, el asilo y la acogida de refugiados en Europa no son un problema. Los problemas en matemáticas se resuelven. Si no, es que no lo son. Por ello no se puede calificar estas migraciones y movimientos de población masivos de problemas, puesto que no se pueden solucionar sobre el papel, ni mucho menos creer que el tiempo los solucionará. Se trata de una dramática situación humana, y la única vía de afrontarla, por muy difícil, costosa y complicada que sea, es asumirla.

Argüir excusas y atribuir la culpa a los demás; no aceptar cupos de refugiados; alegar los niveles del PIB o los índices de paro para no implicarse; llevar a cabo políticas xenófobas o racistas para ganar votos...; todo esto no son vías de solución ni caminos para asumir la realidad, al contrario. La pasividad o la voluntaria abstención, fomentan y fortalecen unas redes que hacen del transporte de personas de todas las edades en condiciones inhumanas un negocio mucho más lucrativo que el tráfico de drogas en el Mediterráneo, aprovechándose de su necesidad vital de huir de la guerra, de la opresión y de regímenes dictatoriales, y de su anhelo por llegar a la tierra prometida, la Europa de los que prodigan los valores humanos.

Esta demostrada no-política europea de inmigración ni de asilo hace subir la cotización de los transportes que lideran las mafias, como si de una bolsa se tratara; pero, en este caso, no se trata de valores cotizables o de mercancías, sino que se trata de seres humanos vivos. Pagar por ser transportados no es sinónimo ni garantía de poder llegar al paraíso que se muestra en televisión. Cuántos más obstáculos se pone a la circulación, cuantas más leyes infrinja el viaje, ¡más sube el precio!

La Unión Europea y también los ciudadanos tenemos la responsabilidad y la obligación de exigir a los responsables políticos de cualquier nivel que se posicionen y actúen. Ellos y cada uno de nosotros somos protagonistas y actores (aunque sin quererlo y sin haber ensayado los papeles) de esta dramática obra cotidiana.

Según he leído en la prensa estos días, se acaba de lanzar una idea desde Barcelona, consistente en crear ciudades europeas refugio al estilo de la iniciativa, también barcelonesa, de los años noventa, en plena guerra de Bosnia, de convertir Sarajevo en el distrito once de Barcelona. ¿Lo recuerdan? Pues este es ciertamente un buen camino por el que seguir, estudiando sus posibilidades y profundizando su sentido y validez. Se trata de una forma sencilla de asumir la realidad y la responsabilidad al nivel más próximo, el local: la ciudad, los barrios y los vecinos, con independencia de lo que acuerden los Estados soberanos.


Se necesita mucho dinero público y privado, para construir y articular un nuevo concepto de solidaridad y cooperación que hoy no practicamos.


Hacen falta acciones e iniciativas como esta. La pasividad de los gobiernos de los veintiocho, (supongo que no por negligencia, sino por las vacaciones, ciertamente merecidas, de sus ministros) no lleva a ninguna parte, ni resuelve el problema ni reconoce su carácter humano, ni permite asumir la realidad.

Los refugiados y asilados seguirán intentando llegar a Europa, y las mafias (que no se cogen vacaciones) continuarán aprovechándose de su desesperada situación. Estas organizaciones conocen nuestras debilidades, estudian la meteorología y la situación marítima; tienen comprobada la rentabilidad de las pateras y constatan, a diario, la disparidad de criterios de la Unión en torno al trato de los refugiados y asilados. Estamos ante unos señores doctores cum laude en explotación humana al mínimo riesgo.

Se necesita mucho dinero público y privado, para construir y articular un nuevo concepto de solidaridad y cooperación que hoy no practicamos. Hay que pensar cómo se puede evitar que estas personas quieran salir de sus países de origen, hay que fortalecer la educación, evitar las dictaduras y no favorecer la corrupción que fortalece el comercio de armas y las guerras. La pasividad, el llanto, la lamentación, o la irresponsabilidad del a mí no me toca no son buenas, ni a corto ni a largo plazo, ni para Europa ni para su ciudadanía, ni mucho menos, para evitar los desplazamientos masivos.

Creer que por estar en verano en Europa los derechos humanos y su protección están de vacaciones no es tolerable en una sociedad civilizada del siglo XXI. Parece que la reentré hará que los gobiernos se muevan después del preciado descanso estival... ¡Ya era hora!

Permítanme que afirme con convicción y rotundidad: respecto a la defensa de los derechos humanos, ¡no hay vacaciones que valgan!

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