Te vas a encontrar unas cuantas balas de spoilers de la tercera temporada de Homeland (Showtime, Canal+ en España). La casa no se hace responsable si no has completado el entrenamiento para esta misión.
No quería hablar de la tercera temporada de Homeland hasta que amainara un poco la ciclogénesis de críticas explosivas que le cayó a la producción de Alex Gansa desde, prácticamente, el primer episodio de la nueva tanda. Y voy a ser clara: en ese juego siempre estuve más cerca del anticiclón que de la borrasca.
No se abre el cielo cuando digo que la serie nunca se caracterizó por la contención. Sus tramas han sido una mecha endiablada desde el momento en que un preso bagdadí le chiva a la agente de la CIA Carrie Mathison que ese marine recién liberado después de ocho años del que todos hablan es, en realidad, un infiltrado de Al Qaeda. También hay que tener en cuenta que la historia de la pitón y la rata que protagonizaban Carrie y el sargento Nicholas Brody estaba tan condenada a un final inminente como lo estaba el periplo del personaje interpretado por Damian Lewis. Nada podía acabar bien para Brody; se mirara por donde se mirara lo suyo era una tragedia y, así, el (anti)héroe tenía que encontrar una salida mortal a su sufrimiento. Solo que Showtime es una especie de Sófocles que, además del arte, también mira a la cartera. Por eso mismo se encargaron los ejecutivos del canal de que la agonía del pelirrojo se extendiese unos cuantos capítulos más y, en lugar de facilitar que Brody y compañía salieran volando por los aires después de activar un chaleco-bomba, acabaron poniendo una grúa para que el mártir fuera elevado ante la muchedumbre en una plaza de Teherán.
Imagen promocional de Homeland. Foto: Showtime.
Pero eso tampoco es un fenómeno nuevo viniendo de Showtime, acostumbrada a aplicar las lógicas más tacañas de las grandes cadenas al cable. Ya se ha visto con Dexter y con Weeds, series a las que retrasó en demasía la fecha de caducidad, acumulando temporadas que podrían servir perfectamente para compostaje. Es normal que las cadenas se aferren a sus bastiones para sostener el negocio, pero la cadena que ahora dirige David Nevins hace tiempo que no es un minifundio con poca oferta en comparación a la HBO y, por supuesto, ya no lo era cuando estrenó Homeland. Para arriesgar poco tenemos a The CW, que dijo adiós a Smallville cuando ésta ya era una zombie de sí misma en la décima temporada. Sin embargo, parece que dentro de las filiales de la CBS se contagian los vicios las unas a las otras...
Con semejantes antecedentes no quedaba más que confiar en que, ya que íbamos a probar chicle, que al menos los guionistas hicieran lo posible para que el sabor durara. Y dentro de esa fórmula magistral nunca estuvo Brody, probablemente uno de los recursos argumentales mejor construidos de la televisión reciente, tan bien elaborado que nos hizo creer que era un personaje protagonista autosuficiente, del que se derivaban subtramas familiares con hijas adolescentes pesadas y todo. Al final fue una herramienta para los de la CIA, para los iraníes y también para el equipo de Gansa, hasta que el cacharro no dio más de sí. En este sentido (y a riesgo de sonar ventajista), siempre tuve claro que, de los dos cabezas de serie, el personaje de Claire Danes poseía mucho más potencial narrativo para seguir adelante. El arco de Carrie no dependía tanto del de Brody como al revés, y eso se ha notado durante gran parte de la temporada donde, bajo mi punto de vista, la presencia de Lewis no afectaba especialmente a la calidad de los capítulos. De hecho, ha llegado a resultar una rémora, como se vio en el episodio de Caracas, dedicado completamente a él.
Sin estar a la altura de las dos primeras temporadas (la segunda no me parece tan tóxica como se la suele pintar), esta entrega cierra el arco de Brody con solvencia y prepara la transición hacia la próxima entrega que significará una renovación total de las bases. Es cierto que, por el camino, quedaron algunas decisiones creativas de lo más pobres (¿qué necesidad había de poner a Brody en Venezuela?; la poca cancha que se le dio a su mujer, Jessica; Carrie preñada, ¿hola?), pero lo que se ha visto aquí está lejos de ser una catástrofe, teniendo en cuenta que la temporada empieza aún con el polvo del atentado en Langley flotando en el ambiente y con Brody a la fuga. Homeland ya había dinamitado sus propios pilares por entonces, pero todavía le quedaban personajes.
Una de los puntos fuertes de este año ha sido ver a Saul (Mandy 'Iñigo Montoya' Patinkin) desplegando su verdadera cara de Maquiavelo en la sombra contra un burócrata como el senador Lockhart (Tracy Letts) y profundizando la relación mentor-alumna entre él y Carrie. Un vínculo que me ha llamado la atención desde el principio por esa fina línea que transcurre entre la confianza plena y el abuso de ese hecho para lograr el objetivo, sobre todo teniendo en cuenta la bipolaridad de Carrie. Toda la farsa del reingreso de Carrie en el psiquiátrico es buen ejemplo de ello, además de servir para renovar el catálogo de muecas de Danes, que quizá vaya a estar algo más controlada ahora que el personaje ha perdido al detonante de muchos de esos ataques. Presiento que la asociación profesional con Quinn (Rupert Friend), ese tipo de lealtades y principios singulares, puede dar todavía momentos de buen drama de espías.
Ignorada en las nominaciones de los Globos de Oro después de haber arrasado el año pasado, puede que Homeland estuviera destinada a ser una estrella fugaz de esas que no se olvidan, en vez de acabar siendo otra de tantas que se mantiene viva con más o menos luz. Pero, como aficionada, creo que es pronto para ignorar que sigue estando allí arriba.
Este artículo fue publicado originalmente en el blog de la autora Series a la parrilla
No quería hablar de la tercera temporada de Homeland hasta que amainara un poco la ciclogénesis de críticas explosivas que le cayó a la producción de Alex Gansa desde, prácticamente, el primer episodio de la nueva tanda. Y voy a ser clara: en ese juego siempre estuve más cerca del anticiclón que de la borrasca.
No se abre el cielo cuando digo que la serie nunca se caracterizó por la contención. Sus tramas han sido una mecha endiablada desde el momento en que un preso bagdadí le chiva a la agente de la CIA Carrie Mathison que ese marine recién liberado después de ocho años del que todos hablan es, en realidad, un infiltrado de Al Qaeda. También hay que tener en cuenta que la historia de la pitón y la rata que protagonizaban Carrie y el sargento Nicholas Brody estaba tan condenada a un final inminente como lo estaba el periplo del personaje interpretado por Damian Lewis. Nada podía acabar bien para Brody; se mirara por donde se mirara lo suyo era una tragedia y, así, el (anti)héroe tenía que encontrar una salida mortal a su sufrimiento. Solo que Showtime es una especie de Sófocles que, además del arte, también mira a la cartera. Por eso mismo se encargaron los ejecutivos del canal de que la agonía del pelirrojo se extendiese unos cuantos capítulos más y, en lugar de facilitar que Brody y compañía salieran volando por los aires después de activar un chaleco-bomba, acabaron poniendo una grúa para que el mártir fuera elevado ante la muchedumbre en una plaza de Teherán.
Imagen promocional de Homeland. Foto: Showtime.
Pero eso tampoco es un fenómeno nuevo viniendo de Showtime, acostumbrada a aplicar las lógicas más tacañas de las grandes cadenas al cable. Ya se ha visto con Dexter y con Weeds, series a las que retrasó en demasía la fecha de caducidad, acumulando temporadas que podrían servir perfectamente para compostaje. Es normal que las cadenas se aferren a sus bastiones para sostener el negocio, pero la cadena que ahora dirige David Nevins hace tiempo que no es un minifundio con poca oferta en comparación a la HBO y, por supuesto, ya no lo era cuando estrenó Homeland. Para arriesgar poco tenemos a The CW, que dijo adiós a Smallville cuando ésta ya era una zombie de sí misma en la décima temporada. Sin embargo, parece que dentro de las filiales de la CBS se contagian los vicios las unas a las otras...
Con semejantes antecedentes no quedaba más que confiar en que, ya que íbamos a probar chicle, que al menos los guionistas hicieran lo posible para que el sabor durara. Y dentro de esa fórmula magistral nunca estuvo Brody, probablemente uno de los recursos argumentales mejor construidos de la televisión reciente, tan bien elaborado que nos hizo creer que era un personaje protagonista autosuficiente, del que se derivaban subtramas familiares con hijas adolescentes pesadas y todo. Al final fue una herramienta para los de la CIA, para los iraníes y también para el equipo de Gansa, hasta que el cacharro no dio más de sí. En este sentido (y a riesgo de sonar ventajista), siempre tuve claro que, de los dos cabezas de serie, el personaje de Claire Danes poseía mucho más potencial narrativo para seguir adelante. El arco de Carrie no dependía tanto del de Brody como al revés, y eso se ha notado durante gran parte de la temporada donde, bajo mi punto de vista, la presencia de Lewis no afectaba especialmente a la calidad de los capítulos. De hecho, ha llegado a resultar una rémora, como se vio en el episodio de Caracas, dedicado completamente a él.
Sin estar a la altura de las dos primeras temporadas (la segunda no me parece tan tóxica como se la suele pintar), esta entrega cierra el arco de Brody con solvencia y prepara la transición hacia la próxima entrega que significará una renovación total de las bases. Es cierto que, por el camino, quedaron algunas decisiones creativas de lo más pobres (¿qué necesidad había de poner a Brody en Venezuela?; la poca cancha que se le dio a su mujer, Jessica; Carrie preñada, ¿hola?), pero lo que se ha visto aquí está lejos de ser una catástrofe, teniendo en cuenta que la temporada empieza aún con el polvo del atentado en Langley flotando en el ambiente y con Brody a la fuga. Homeland ya había dinamitado sus propios pilares por entonces, pero todavía le quedaban personajes.
Una de los puntos fuertes de este año ha sido ver a Saul (Mandy 'Iñigo Montoya' Patinkin) desplegando su verdadera cara de Maquiavelo en la sombra contra un burócrata como el senador Lockhart (Tracy Letts) y profundizando la relación mentor-alumna entre él y Carrie. Un vínculo que me ha llamado la atención desde el principio por esa fina línea que transcurre entre la confianza plena y el abuso de ese hecho para lograr el objetivo, sobre todo teniendo en cuenta la bipolaridad de Carrie. Toda la farsa del reingreso de Carrie en el psiquiátrico es buen ejemplo de ello, además de servir para renovar el catálogo de muecas de Danes, que quizá vaya a estar algo más controlada ahora que el personaje ha perdido al detonante de muchos de esos ataques. Presiento que la asociación profesional con Quinn (Rupert Friend), ese tipo de lealtades y principios singulares, puede dar todavía momentos de buen drama de espías.
Ignorada en las nominaciones de los Globos de Oro después de haber arrasado el año pasado, puede que Homeland estuviera destinada a ser una estrella fugaz de esas que no se olvidan, en vez de acabar siendo otra de tantas que se mantiene viva con más o menos luz. Pero, como aficionada, creo que es pronto para ignorar que sigue estando allí arriba.
Este artículo fue publicado originalmente en el blog de la autora Series a la parrilla