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Palabras en la música indicadoras de la revolución corporal

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El artista Nickolay Lamm ha separado las palabras y expresiones más repetidas en los hits musicales desde los años 60 hasta hoy. Para ello se ha valido de lista de Billboard, una de las publicaciones más influyentes, que cada año expone las 100 canciones más populares.

Hay palabras que más o menos no se ven modificadas en cuanto a su repetición en el tiempo, por ejemplo, Money o We/Us.

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No sabemos, eso sí, con qué sentido son enunciadas estas palabras en las canciones de unas épocas u otras. Posiblemente en los años 60 la palabra We aludiría a un "nosotros de pareja", en los 70 a un "nosotros de comuna", en los 80 y 90 de nuevo se usaría para hablar de la pareja -ya con la inclusión homosexual-, y en este siglo We vendría a representar el nosotros abstracto de las redes, la conexión total. Lo mismo, supongo, ocurre con Money: en los años 60 la música popular usaba la palabra dinero como expresión del sueño de la clase trabajadora, en los 70 como un elemento a rechazar por movimientos contestatarios de origen burgués, en los 80 y 90 el dinero aparece en el pop como ostentación y lujo en las sociedades socialdemócratas, y en los años recientes se volvería al esquema de los años 60: el canto del empobrecimiento de una nueva clase trabajadora hipertecnificada, momento de descreimiento que se ve ejemplificado con la decreciente repetición del término Happy:

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La también decreciente repetición de la expresión I Love You señala la retirada del decimonónico amor romántico en beneficio de un amor articulado en el intercambio de bienes materiales -que no por ello frívolamente- y simbólicos entre los interesados.


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El amor no se manifiesta hoy con palabras, sino con actitudes, gestos -y vamos a ver aquí un pequeño triunfo de Wittgenstein, cuando decía que el amor, como la ética, es inexpresable con palabras: no se demuestra, se muestra-.

Pero me interesan más las palabras y expresiones que, sencillamente, surgen como de la nada, como si antes no existieran en la música popular, son materializaciones asociadas a lo maravilloso, a la magia, en tanto que súbita aparición. Por ejemplo, Body, que asoma la cabeza a mediados de los 70 y crece imparablemente, o Sex que no lo hace hasta los años 90, o el aún más llamativo caso de Foul (repugnante, fétido, nulo, grosero).


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En mi opinión -y dejando aparte del caso de Foul, que merecería disquisición aparte-, estas últimas no hacen sino apuntar algo que en otras ocasiones hemos dicho aquí, la creciente importancia del cuerpo en las sociedades hipertecnificadas. Puede parecer paradójico, pero el advenimiento de la supuesta utopía digital y sus prometidas realidades virtuales ha generado la emersión de su opuesto, el cuerpo como materialidad absoluta, el cuerpo como carne por la que todo ha de pasar en tanto que es ese cuerpo, y no la acción colectiva, quien define nuestra identidad -caso que se ve de manera evidente en todo lo que afecta a la sexualidad-. De ahí que la construcción de identidades colectivas -al cabo virtuales-, o por supuesto las llamadas identidades nacionales, nos suene a algo muy antiguo, una energía sin poder efectivo, un trabajo sin potencia. Tanto es así que no hay programa político, ni producto artístico, ni spot publicitario en el que no aparezca el cuerpo como agente provocador de cosas que realmente importan. Lo visualizo así: cada cuerpo es un embudo al que van a dar los millones de señales, estímulos y objetos realmente existentes, que son reciclados por ese cuerpo para ser luego expulsados al mundo, y es ése el verdadero agente transformador. Dicho de otro modo: aunque las revoluciones sociales hayan vuelto, y con una fuerza tan saludable como inusitada, no pueden triunfar sin tener el cuenta el cuerpo individual. En realidad, las revoluciones sociales hace mucho tiempo que han sido cambiadas por las revoluciones corporales, cifradas éstas en un tan fantasioso como supuesto cuidado de los cuerpos, que va de la sacralización del deporte al beatificado yonqui de la cirugía estética, pasando por todo el arco de comportamientos normativos de la no menos fantasiosa alimentación saludable. Y creo que eso, con toda su ridiculez y virtud, no tiene vuelta atrás.

Diré aún más -y admito lo descabellado que pueda resultarle esto a algunos y algunas-: las revoluciones sociales, hoy, aunque en un primer estadio se vean impulsadas por un pangeico bien común, su objetivo último será satisfacer la revolución corporal individual de cada uno de sus integrantes, el bien colectivo terminará por desintegrarse para adensarse en el capricho de cada uno de los cuerpos.

Este artículo se publicó originalmente en el blog del autor.

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