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Dónde no está tu imagen

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Se culpa a Narciso de estar fijado a su imagen, de dar a su proyección icónica, producida por el reflejo de las aguas, tanta importancia que quedaba paralizado. Su propia imagen absorbe de tal manera sus emociones, que apenas quedan sentimientos para los demás, según nos dicen los autoconsiderados modernos expertos de las emociones. Sin embargo, con internet y otras tecnologías, hoy la fijación o circulación de nuestras imágenes no depende tanto de nuestro deseo, aun cuando es importante el interés que se tenga en producir imágenes de sí mismo y difundirlas por las redes digitales, como de lo que quieran hacer los otros con esas imágenes. Funcionan sin nuestra voluntad; pero en la propia producción y circulación dicen mucho de nosotros mismos. Dicen cómo nos ven los demás. También si nos quieren, nos odian, o les somos indiferentes.

El valor de uno para los demás parece estar directamente relacionado con la cantidad de imágenes nuestras que éstos tengan en sus teléfonos móviles o tabletas. Si no estás en el archivo de fotos (o vídeos) de estos aparatos, es que no significas nada para sus poseedores. Antes se llevaban estas expresiones de vínculo y fuerte reconocimiento en la cartera o el bolso (mujeres). Todavía pueden verse, entre esposos mayores, cómo se llevan respectivamente las fotos de carnet de identidad del otro en un bolsillito de la cartera. Ahora, las imágenes tomadas quedan pegadas a un microchip mágico. Cuando se rompa la relación, se borrarán las imágenes que podrían recordar al otro. Antes, se rompían, por lo que parecía haber más paralelismo entre los dos actos: se rompía la relación, se rompía la fotografía. Tal vez ahora las relaciones se borran, se mandan a ese icono en forma de cubo de la basura. En momentos históricos de lazos débiles y fluidos, éstos no alcanzan la rigidez suficiente para que sea necesario romperlos. Sencillamente, cambian de archivo electrónico hasta quedar definitivamente sin rastro. Borrados. También de la memoria.

Además, con relación a tiempos no tan lejanos, la diferencia está en la facilidad para adquirir imágenes del otro y para coleccionar una gran cantidad de las mismas. De aquí que pueda llegarse a un modelo matemático por el que la variable dependiente, que es el valor que tiene una persona para otra, es una directa proyección o regresión de la variable independiente: número de imágenes que tiene ésta segunda persona o poseedor del depósito de imágenes de aquélla. ¡Por fin puede calcularse el sentimiento!

En las imágenes televisivas que recogían el último paseo de Paco de Lucía por las calles de Algeciras, se mostraba una multitud situada en las aceras con los brazos levantados. No era un signo político hacia el féretro del guitarrista, a pesar de que parecía un movimiento en común. Era la sucesiva acumulación de registros de imágenes, a través de dispositivos electrónicos móviles, lo que impulsaba esa acción. Parecía que se estaba ahí más para recoger el acontecimiento, que para expresar. Más como receptor, tal vez de sensaciones, o testigos, que como emisores de emociones hacia el gran Paco.

Es difícil calibrar con precisión si lo que mueve este movimiento sincrónico de brazos y manos que pulsan el signo del dispositivo móvil es una especie de deseo de ser protagonistas de la historia, a través del hecho de certificar que se ha estado en los acontecimientos, del yo estuve ahí, o es una expresión de reconocimiento hacia la persona fotografiada. Seguramente tiene de ambas cosas: se recoge el estar ahí, que ya es en sí mismo un acto de reconocimiento. Se trata de recoger, de recibir, la propia expresión. Aun cuando, viéndolo así, parece que el móvil de estar ahí está en el propio móvil, quiero subrayar el hecho de que tener la imagen de alguien es expresar algún tipo de sentimiento o vínculo con ese alguien. También cuando se trata de personajes públicos.

La aplicación de estos argumentos para casos concretos puede ser curiosa e incluso patética o descorazonadora. Así, el éxito de un acontecimiento podría pesarse por el número de imágenes recogidas (y tal vez difundidas a través de las redes). Cosa que dejamos a los expertos en el análisis de audiencias. Claro está, la publicidad y el marketing pueden sacar tajada en todo esto. A su vez, la popularidad de un personaje público, tendría su reflejo en la disponibilidad en estos aparatos móviles de su imagen.

Lo patético o descorazonador puede venir cuando compruebes que, en el móvil o la tableta de tu pareja, apenas hay una imagen tuya entre los millares de colecciones que contiene. Cuando veas que, entre infinitos monumentos y momentos, montañas de amigos, platos de cocina o, simplemente, curiosidades, por no hablar de las fotos de la madre, no estás tú, o que apenas ocupas un minúsculo rincón en la extensa tierra de sus imágenes digitales. Entonces, sabes lo que vale. Por ello, se recomienda no caer en la fuerte tentación de cotillear estos aparatos de tu pareja. Son siempre fuente de disgusto. Si no puedes con la tentación, seguramente ya derivada de sensaciones extrañas o cruces de dudas y sospechas, lo recomendable entonces es tener muy a mano el número de teléfono de tu mejor amigo o amiga. En su defecto y como último recurso, puede valer el teléfono del psicólogo. Se abre el tiempo de la reflexión. Ya lo importante no es dónde está tu imagen, sino donde no está.

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