Si un 33% de las mujeres europeas sufren violencia de género está claro que tenemos un problema.
Mientras friego los suelos de mi casa reflexiono sobre la terrible realidad de vivir en una sociedad violenta. Y digo terrible porque la miseria humana en toda su extensión ridiculiza el maquillaje y los decorados de cartón piedra que solemos poner a nuestro tiempo. Hay violencia dentro del ser humano ergo la hay en las parejas, familias y en cualquier grupo, institución, credo o religión. Permitir que 3/4 partes de la humanidad pase hambre es una forma terrible de violencia, abandonar a los mayores en geriátricos otra, intoxicar a nuestros niños con antibióticos en exceso y anfetaminas también. Podría seguir pero ustedes me comprenden, no será necesario.
Recuerdo haber oído, hace ya mucho tiempo, a Krishnamurti decir que lo que verdadéramente está enfermo en el ser humano es la relación con los demás y con su entorno. Seguramente por que las cicatrices y miserias propias mal curadas rezuman y emponzoñan todo lo que tocan. Pero no nos podemos quedar ahí, acabaríamos abocados al nihilismo.
La primera propuesta que la vida nos lanza ante esta realidad es abrir los ojos a ella. Y hacerlo como lo hacen los niños, con asombro y sin juicio. Como médico miraré a mi cupo de pacientes sabiendo que más de un tercio de las mujeres que acudan a consulta han sufrido o sufrirán violencia de género y que más de un tercio de los hombres serán protagonistas de la misma. Como ciudadano saldré a la calle y me asombraré de que más de un tercio de las personas que vea sufren o ejercen violencia en casa.
Eso me dolerá, no podría ser de otra manera.
La segunda propuesta viene de la mano de la anterior y trata de poner respuesta a la pregunta ¿qué puedo hacer yo? En primer lugar como hombre hacer todo lo posible para pacificar mis relaciones con los demás, en especial con las mujeres, niños y personas mayores; lo mismo es aplicable en el caso de las mujeres que también ejercen sus violencias. En segundo lugar no consentirla. Hay un nivel de violencia que no se puede permitir sin llevarnos por delante nuestro autoconcepto, autoestima, sentido personal y como consecuencia el nivel moral de nuestra sociedad.
Por último podemos tratar de ayudar mejor a las personas que sufren esta realidad. Preguntando, interesándonos, teniendo en cuenta esta posibilidad, no desde el ojo acusador sino desde la perspectiva del que conoce el barro que nos forma y trata de mejorar los trozos de las vasijas ajadas que la vida nos trae.
Los que llevamos tiempo ejerciendo la medicina sabemos lo importante que es anticiparse a la enfermedad promocionando la salud. En este caso también es aplicable. El mejor tratamiento que existe ante la violencia de género es cuidarnos bien y cuidar bien a nuestra pareja. Si nos olvidamos de esto ya podremos invertir en juicios rápidos, pisos de acogida y demás medidas... será tarde.
Mientras friego los suelos de mi casa reflexiono sobre la terrible realidad de vivir en una sociedad violenta. Y digo terrible porque la miseria humana en toda su extensión ridiculiza el maquillaje y los decorados de cartón piedra que solemos poner a nuestro tiempo. Hay violencia dentro del ser humano ergo la hay en las parejas, familias y en cualquier grupo, institución, credo o religión. Permitir que 3/4 partes de la humanidad pase hambre es una forma terrible de violencia, abandonar a los mayores en geriátricos otra, intoxicar a nuestros niños con antibióticos en exceso y anfetaminas también. Podría seguir pero ustedes me comprenden, no será necesario.
Recuerdo haber oído, hace ya mucho tiempo, a Krishnamurti decir que lo que verdadéramente está enfermo en el ser humano es la relación con los demás y con su entorno. Seguramente por que las cicatrices y miserias propias mal curadas rezuman y emponzoñan todo lo que tocan. Pero no nos podemos quedar ahí, acabaríamos abocados al nihilismo.
La primera propuesta que la vida nos lanza ante esta realidad es abrir los ojos a ella. Y hacerlo como lo hacen los niños, con asombro y sin juicio. Como médico miraré a mi cupo de pacientes sabiendo que más de un tercio de las mujeres que acudan a consulta han sufrido o sufrirán violencia de género y que más de un tercio de los hombres serán protagonistas de la misma. Como ciudadano saldré a la calle y me asombraré de que más de un tercio de las personas que vea sufren o ejercen violencia en casa.
Eso me dolerá, no podría ser de otra manera.
La segunda propuesta viene de la mano de la anterior y trata de poner respuesta a la pregunta ¿qué puedo hacer yo? En primer lugar como hombre hacer todo lo posible para pacificar mis relaciones con los demás, en especial con las mujeres, niños y personas mayores; lo mismo es aplicable en el caso de las mujeres que también ejercen sus violencias. En segundo lugar no consentirla. Hay un nivel de violencia que no se puede permitir sin llevarnos por delante nuestro autoconcepto, autoestima, sentido personal y como consecuencia el nivel moral de nuestra sociedad.
Por último podemos tratar de ayudar mejor a las personas que sufren esta realidad. Preguntando, interesándonos, teniendo en cuenta esta posibilidad, no desde el ojo acusador sino desde la perspectiva del que conoce el barro que nos forma y trata de mejorar los trozos de las vasijas ajadas que la vida nos trae.
Los que llevamos tiempo ejerciendo la medicina sabemos lo importante que es anticiparse a la enfermedad promocionando la salud. En este caso también es aplicable. El mejor tratamiento que existe ante la violencia de género es cuidarnos bien y cuidar bien a nuestra pareja. Si nos olvidamos de esto ya podremos invertir en juicios rápidos, pisos de acogida y demás medidas... será tarde.
016: teléfono confidencial para maltratadas que no deja huella de marcación.