A raíz de los terribles acontecimientos de Ceuta, en los que murieron 15 inmigrantes cuando trataban de entrar en nuestro país, la cuestión de la inmigración ha vuelto a ocupar espacio en los medios de comunicación. España, a pesar de haber vuelto a ser un país que exporta personas -126.800 más en el último año, según el INE- sigue siendo destino de esperanza para miles de inmigrantes, que ven en nuestro país la vía de entrada a una Europa que les permita dejar atrás la miseria.
Las imágenes de los saltos de las vallas en Melilla nos recuerdan precisamente aquello de que por mal que estemos nosotros, hay gente que está mucho peor. Pero lo preocupante es que la reacción política ante esa corriente migratoria, que tiene su origen en el África subsahariana, sea fundamentalmente policial: inversión para mejorar los sitemas de seguridad en la frontera sur. Más allá de que Europa sigue necesitando de mano de obra inmigrante, desde mi punto de vista es urgente cambiar los términos del debate: no es una cuestión meramente policial, sino de políticas de desarrollo.
La cuestión real es que no se puede frenar a las gentes que huyen de la miseria, y que la solución real pasa por la ayuda en la busqueda de soluciones en el propio territorio del que salen los migrantes. Acción en el origen que evite el sufrimiento de un tránsito doloroso hasta llegar a un destino imprevisible. Sin embargo lo cierto es que la ayuda a aquellos países se reduce, al mismo tiempo que se aumentan los recursos para subir la altura de las vallas. Esa es la paradoja.
Ayer mismo se presentaba en Madrid el último informe de la ONG Oxfam Intermón sobre la ayuda al desarrollo que presta España. Los datos son contundentes: la cooperación española se ha reducido en un 70% en los últimos cuatro años. Y algunas zonas se han visto especialmente afectadas por esos recortes. La ayuda al África subsahariana -región de origen de las actuales migraciones que entran por Ceuta y Melilla- se ha reducido en un 80%.
Políticas de ayuda a largo plazo son la forma más efectiva de prevenir la miseria, y reducir los flujos migratorios. Mientras sigamos pensando que todo se resuelve con vallas más altas, continuaremos fracasando en este frente. Pero esto, como casi todo, es una cuestión de voluntad política.
Las imágenes de los saltos de las vallas en Melilla nos recuerdan precisamente aquello de que por mal que estemos nosotros, hay gente que está mucho peor. Pero lo preocupante es que la reacción política ante esa corriente migratoria, que tiene su origen en el África subsahariana, sea fundamentalmente policial: inversión para mejorar los sitemas de seguridad en la frontera sur. Más allá de que Europa sigue necesitando de mano de obra inmigrante, desde mi punto de vista es urgente cambiar los términos del debate: no es una cuestión meramente policial, sino de políticas de desarrollo.
La cuestión real es que no se puede frenar a las gentes que huyen de la miseria, y que la solución real pasa por la ayuda en la busqueda de soluciones en el propio territorio del que salen los migrantes. Acción en el origen que evite el sufrimiento de un tránsito doloroso hasta llegar a un destino imprevisible. Sin embargo lo cierto es que la ayuda a aquellos países se reduce, al mismo tiempo que se aumentan los recursos para subir la altura de las vallas. Esa es la paradoja.
Ayer mismo se presentaba en Madrid el último informe de la ONG Oxfam Intermón sobre la ayuda al desarrollo que presta España. Los datos son contundentes: la cooperación española se ha reducido en un 70% en los últimos cuatro años. Y algunas zonas se han visto especialmente afectadas por esos recortes. La ayuda al África subsahariana -región de origen de las actuales migraciones que entran por Ceuta y Melilla- se ha reducido en un 80%.
Políticas de ayuda a largo plazo son la forma más efectiva de prevenir la miseria, y reducir los flujos migratorios. Mientras sigamos pensando que todo se resuelve con vallas más altas, continuaremos fracasando en este frente. Pero esto, como casi todo, es una cuestión de voluntad política.